[Salman Rushdie, Quijote, Seix Barral, trad.: Javier Calvo, 2020, págs. 527]
El
imaginador no conocerá nunca el no ser.
-Macedonio Fernández, Museo de la Novela de la Eterna-
Comentaba Fredric Jameson, en uno de sus últimos
libros (Los antiguos y los posmodernos), cómo la vena novelesca faulkneriana había petrificado sus arterias creativas
en la literatura norteamericana pero, a cambio, había inseminado el esplendor
narrativo de literaturas periféricas como la hispanoamericana o la asiática.
Sin estar totalmente de acuerdo con este juicio en su premisa, sí puede
afirmarse, tras la lectura de novelistas sobresalientes como Mo Yan o Salman Rushdie,
que la conclusión es justa. Lo único que falta a Jameson es reconocer que Rushdie
aprendió también numerosas lecciones de escritores norteamericanos como Gaddis,
Pynchon, Barth o Coover. Eso se nota, en especial, cuando se lee una novela
como “Quijote” que exacerba la estética cervantina mediante la reinvención
posmoderna de los géneros narrativos.
Cervantes inventó la metaficción cuando nadie se
planteaba aún tres cuestiones esenciales: una, que la metaficción era la
respuesta literaria más inteligente a la invención de la imprenta; dos, que
existían “Las mil y una noches”; y tres, que Borges, en la primera mitad del siglo
XX, iba a saber sintonizar ambos libros (el “Quijote” y las maravillosas “Noches
árabes”) como precursores de su revolucionaria concepción de la metaficción (inspirada
en parte, a su vez, en las lecciones de su maestro Macedonio Fernández). Ahora
que agotamos un siglo de experimentación metaficcional, Rushdie, heredero del
modo oriental (árabe, chino e indio) de concebir la fabulación como un bucle fantástico
con la realidad más prosaica, reescribe el “Quijote” acomodándolo a su universo
multicultural, donde el imaginario literario mundial (tradicional, moderno y
posmoderno) se funde con la cultura de masas global (Bollywood y Hollywood,
para entendernos).
No obstante, para que la metaficción cervantina funcione
a pleno rendimiento tiene que haber plantado en el corazón palpitante de la
ficción alguna clase de dispositivo distorsionador al que combatir para imponer
un principio de realidad, aunque sea simulado. En el caso del “Quijote”
original estaba la imprenta, mientras en la réplica de Rushdie figuran dos tecnologías
enfrentadas en el escenario local y global. En un bando, la añeja televisión que altera la mente del protagonista
quijotesco y le hace enamorarse de una guapa actriz india adicta a los opiáceos
y presentadora bipolar de un reality, llamada como la versión femenina del
nombre del autor de la novela (Salma R). Y en el otro bando de esta pugna tecnológica
por el control de la realidad está el laberinto de internet y las redes
sociales: un cosmos cibernético que ha transformado definitivamente la
percepción del mundo del siglo XXI. Contra este gigantesco simulacro combaten con
sus recursos de ficción, en diversos planos narrativos, el personaje llamado Quijote,
Sam DuChamp (autor ficticio) y Rushdie (autor real).
El viejo novelista DuChamp, un paranoico
escritor de novelas de espías y conspiraciones internacionales, acaba inmerso
en una de ellas, relacionada con su hijo hacker, mientras trata de escribir, cual
Pierre Menard, una versión rabelesiana del “Quijote” más apegada a los motivos
contemporáneos que inquietan a Rushdie: la amnesia histórica y cultural, el
desarraigo, la inmigración, la diáspora familiar, el consumo de opiáceos, el
fanatismo islámico y su enmascaramiento multicultural, la ciencia ficción y las
dimensiones paralelas, los inicuos sueños de riqueza e inmortalidad de la minoría privilegiada,
la incomunicación intergeneracional, la mafia farmacológica y médica, la
mentira mediática, la desinformación social, la decadencia americana, la
demencia científica, el fin del mundo, el resurgir del racismo como síntoma
del terror dominante, los desmanes del presidente Donald (“Ubú”) Trump, etc. Sin sentirse
un avatar de Marcel Duchamp, Sam DuChamp declara abiertamente su propósito artístico
ya muy avanzada la trama para que no quepan dudas sobre su posición en el
tablero mágico de la cultura global: “enfrentarse
a la destructiva y aturdidora cultura basura de su época igual que Cervantes
había ido a la guerra contra la cultura basura de su tiempo”.
Un tiempo crítico, por cierto, donde la novela creativa
pierde a pasos agigantados su influencia social y cultural, con lo que escribir
novelas de esta clase en este contexto degradado ya constituye un gesto si no
una gesta quijotesca por sí misma. De ese modo, como ya hiciera con gran éxito
en Los versos satánicos, Rushdie consuma con “Quijote” una muestra maestra
del auténtico arte de la novela. El arte de aplicar la inteligencia de la
literatura al conocimiento de un mundo indescifrable con códigos puramente racionales.
Posdata: Si no estoy equivocado, el concepto "Quijotismo mágico" lo acuñó Julián Ríos en la introducción (incluida en el capítulo "Quijotextos" de Álbum de Babel) a unos fragmentos cervantinos de su inédita novela Auto de Fénix.
¿Cuántas veces hemos pensado que formamos parte de una ficción? ¿Cuántas veces nos ha flaqueado la conciencia sintiéndonos como un personaje vapuleado al arbitrio de un autor que desconocemos? La fiabilidad del mundo tal y como lo conocemos junto con las personas que nos rodean no es sino una frágil apariencia, y basta una sacudida para que los decorados y las máscaras se vengan abajo y revelen los horrores que encubren. ¿Acaso no es la vida un envoltorio de sombras y quimeras?
ResponderEliminarNo hay una sola idea de la novela occidental que no esté presente, en germen, en esta obra. En la primera parte del Quijote es la historia de una locura decidida, deliberada por quién la padece, y en la segunda parte es la historia de esa misma locura no ya aceptada, sino fomentada, querida, propiciada por los demás. Pero reparemos en un detalle: ¿Por qué don Quijote actúa ya con menos inocencia cuando se entera de que hay alguien contando sus aventuras y han sido publicadas? Porque don Quijote sabe que está siendo "observado" en todo lo que hace por un autor omnipresente. Su inocencia y fantasía desaparece.
Si leemos muy atentamente esta inmensa obra, vemos en el capítulo 19 de la primera parte, cuando Sancho le pone a don Quijote el nombre de El Caballero de la Triste Figura, le dice don Quijote: "Y así, digo que el sabio ya dicho (refiriéndose a quien está escribiendo) te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llames El Caballero de la Triste Figura."
Primer indicio de un personaje de la novela consciente de ser un personaje de ficción.
En el capítulo 32 de la primera parte, cuando están todos en una venta hablando sobre libros de caballería, el ventero se emociona y lanza toda una diatriba de fantasías surgidas de este género. Dorotea le dice a Cardenio por lo bajo: "Poco le falta para hacer la segunda parte del Quijote." Segundo indicio de personajes que son conscientes de que forman parte de una ficción cuando todavía la primera parte de la historia no ha sido publicada.
En el capítulo 2 de la segunda parte Sancho le dice a don Quijote: "...anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y yendo yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mienta a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espanto cómo las pudo saber el historiador que las escribió."
Nos encontramos ya lejos de don Quijote que quiso permanecer fiel a su identidad imaginaria para inventarse pasiones, porque sabía que la otra realidad también era una ficción que no le convencía, y que, además, poseía un poder insospechado que le anegó sus aventuras y su intimidad. Nosotros, más cercanos a Gregorio Samsa, estamos sometidos a nuestra pérdida de identidad en un mundo de ficción que aceptamos como real y anulador de nuestros mejores actos de libertad e imaginación.
¿Cuántas razones nos hacen falta para poner en cuestión nuestra identidad? ¿Cuántas veces pensamos que formamos parte de una ficción?
Un fuerte abrazo, querido Juan.