lunes, 23 de diciembre de 2019

CASA MALVADA



[Shirley Jackson, La maldición de Hill House, Minúscula, trad.: Carles Andreu Saburit, 2019, págs. 265]

           El género gótico tuvo desde sus orígenes una propensión por ambientar sus historias de terror y sus maldiciones milenarias en castillos y mansiones siniestras. El gótico moderno trasladó esa sensibilidad arquitectónica hacia las mansiones burguesas o las viejas ruinas aristocráticas. El genio de Henry James, desde planteamientos psicológicos mucho más perturbadores, dio en “Otra vuelta de tuerca” (1898) un giro definitivo hacia el lugar donde ocurren, en realidad, todos los fenómenos paranormales y las apariciones fantásticas: la mente humana enfrentada a sus fantasmas inconscientes.
Shirley Jackson, siguiendo la estela de James, publicó en 1959 la que se considera la novela suprema en esta materia oscura. En el título original no existe referencia a ninguna maldición, sino una sugerente alusión al encanto o encantamiento de Hill House. El gran acierto de la novela, precisamente, consiste en sumergir al lector en una experiencia que, en definitiva, tanto por lo que sucede como por el modo de contarlo, es de una desconcertante ambigüedad, a pesar del sino terrible que se impone al final.
Shirley Jackson fue una extraña mujer. Una mujer neurótica recluida en un matrimonio con un célebre profesor y crítico, Stephen Hyman, que encomendaba todas las tareas domésticas a su esposa mientras se entregaba a romances y amoríos constantes con sus alumnas. Jackson supo compaginar su condición de madre y ama de casa con la escritura de ficciones escalofriantes surgidas de entornos cotidianos.
La experiencia del miedo era la obsesión dominante en Jackson y el miedo a vivir es uno de los más arraigados en una especie medrosa como es la humana, un miedo tan poderoso como el miedo a lo desconocido y peligroso. No por casualidad, la posesión sobrenatural de la casa se focaliza sobre Eleanor, la ingenua protagonista de psique frágil, y no sobre los otros tres personajes que comparten con ella la experiencia extraordinaria de habitar una mansión maligna supuestamente condenada por su pasado traumático. El doctor Montague, instigador del experimento, y Luke Sanderson, joven vividor y aspirante a heredar la casa, son desdeñados por esta sin ambages. Como lo es la bohemia lesbiana Theodora, la presencia más fascinante de la novela, por su excentricidad y desparpajo, su poder de seducción y su inteligencia despierta.
La sumisa e hipersensible Eleanor solo tiene dos posibilidades en la vida, tras haber desperdiciado su tiempo cuidando de una madre enferma y malviviendo luego en casa de su hermana y su cuñado. O irse a vivir con Theodora, como desea en un momento de arrebato y esta rechaza de plano, o quedarse a vivir en Hill House, como la misma casa le propone por todos los medios efectistas a su alcance. En sintonía con James, todo lo que el lector experimenta al leer esta historia puede interpretarse como pura fantasía de Eleanor. Retorcidas elucubraciones de una mente desesperada. La casa es un ente vivo que habla al inconsciente de Eleanor y le ofrece el espejismo de una vida feliz que nunca podrá realizar. La muerte real es lo que se agazapa tras esa promesa ilusoria. La maldad de la casa es una personificación poderosa que la convierte en uno de los personajes centrales del drama. La malvada arquitectura tiende sus redes sobre el personaje más débil y lo destruye.
Nadie que lea las memorables primeras líneas de esta novela puede evitar dejarse arrastrar por ellas, más allá del desnudo terror que nos aguarda durante su lectura: “Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo por mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y los saltamontes, según dicen algunos, sueñan”.

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