martes, 7 de mayo de 2019

ATEÍSMO(S)



[John Gray, Siete tipos de ateísmo, Sexto Piso, trad.: Albino Santos Mosquera, 2019, págs. 228]

Dios ha muerto, sentenció Nietzsche, y resucitó poco después bajo múltiples apariencias. Dios eliminó antes a sus rivales politeístas al proclamarse el único dios verdadero. Los dioses paganos se murieron literalmente de risa, como dijo Klossowski, el discípulo más sadiano de Nietzsche. Es por eso que no se me ocurre un libro de lectura más pertinente en estas fechas especiales del calendario que este iluminador ensayo de Gray sobre la cuestión esencial de la divinidad. En Semana Santa, precisamente, se pone a prueba lo que define el marchamo mediterráneo de la creencia católica. La fascinación pasional y el culto fervoroso a las imágenes del culto no encuentran su fundamento en la existencia necesaria de un ser superior, una divinidad única.
Como anunciara Nietzsche, el ateísmo solo puede analizarse una vez que la sentencia de muerte contra Dios ha sido ejecutada con todas las consecuencias, no todas beneficiosas. Gray, un lúcido analista del presente, con su lote de falacias e infundios, es también un gran conocedor de la historia y la cultura humanas. En ensayos anteriores, donde abordaba cuestiones trascendentales como el progreso, la libertad, la mortalidad, la animalidad, la conciencia, la utopía o el humanismo, ya había establecido una posición intelectual igualmente incómoda para conservadores y progresistas. La conciencia convierte al humano, como creía el novelista Conrad, en un animal fallido, incapaz de disfrutar de la plenitud vital que nace del hecho de identificarse con lo que uno es desde el principio, sin mediaciones tecnológicas, simbólicas ni lingüísticas.
El problema del ateísmo se plantea, pues, como conclusión a estas especulaciones y clausura posible de un sistema de pensamiento escéptico, que no pretende basar su ideario ni en la creencia absoluta en Dios ni en su negación radical, partiendo de la tesis de que “ateo es alguien para quien la idea de una mente divina creadora del mundo no tiene utilidad ni sentido alguno”. Para delimitar el marco de las complejas relaciones de la mente humana con la divinidad, Gray escoge siete especies ateas de filósofos y escritores. De todas estas visiones de Dios, Gray considera inaceptables, por diversas razones, las cinco presentadas en primer lugar y retiene, con diferentes matices, ciertos argumentos de las otras dos.
Las peores especies de ateísmo son, según Gray, las que han sustituido a Dios por el endiosamiento de la humanidad y la fe ciega en el progreso. El humanismo laico y las ideologías totalitarias (nazi-fascismo, comunismo) que han causado tanto dolor y destrucción como el cristianismo al imponer su credo mediante el poder y la violencia. Otra especie de ateísmo es la visión gnóstica de Sade, que concibe a Dios como un demiurgo maligno. O la que pretende suplantar la mitología religiosa por la pura ciencia.
Lo irónico de Gray, en su análisis crítico de Nietzsche, a quien caracteriza como un feroz exaltado contra el platonismo religioso, es que le atribuye el mérito de haber diagnosticado (en un parágrafo de La Gaya Ciencia) el declive de la fe en el dios cristiano y el triunfo del ateísmo científico causados por la moral judeocristiana y su relación ascética con la verdad. A los incisivos postulados de Nietzsche, Gray prefiere, de modo harto discutible, el panteísmo ético de Spinoza, el existencialismo místico de Shestov, la serenidad descreída de Santayana o la distancia contemplativa del genesíaco Schopenhauer, defensor de una divinidad inmanente a los fenómenos del mundo.
Gray concluye su brillante ensayo advirtiendo sobre los peligros del tiempo contemporáneo donde la técnica progresa sin fin, como el capitalismo y las fantasías poshumanas, mientras las religiones resurgen bajo sus disfraces más terribles, como negación de la vida en pro de divinidades sedientas de sangre.

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