[David Mitchell, Relojes de hueso, Random House, trad.:
Laura Salas, 2016, págs 711]
¿Somos
mutantes? ¿Hemos evolucionado de esta manera? ¿O es que nos han diseñado? Y si
es así, ¿quién? ¿Por qué llegó el diseñador hasta tales extremos de prolijidad
para después hacer mutis por el foro y dejarnos con la incógnita de por qué
existimos? ¿Para entretenerse? ¿Por perversidad? ¿Para burlarse de nosotros?
¿Para juzgarnos? «¿Con qué fin?», le pregunto al automóvil, a la noche, a
Canadá. Tengo los huesos, el alma y el cuerpo consumidos.
-D. Mitchell, Reloj de
huesos, p. 465-
Una nueva imagen del tiempo, sí, una nueva
visión del tiempo, que abarca todos los pasados posibles, el presente convulso
y un futuro catastrófico, eso es lo que produce en la mente del lector esta deslumbrante novela de David Mitchell, la mejor de las suyas junto con la prodigiosa polifonía
de El atlas de las nubes.
Los habitantes del siglo XXI ya sabemos de sobra
que las categorías miméticas con que la ficción pretendió representar la
realidad hasta finales del siglo pasado se han desmoronado una tras otra, como
un castillo de naipes tras un violento portazo, por la embestida de las mutaciones sufridas. La
posibilidad de representar el pasado sin contar con el futuro, de abordar el
presente sin tomar en consideración el modo en que el pasado y el futuro
colonizan sus realidades y las transforman en una guerra de tiempos, más propia
del relato fantástico de Carpentier y Fuentes, donde los períodos históricos se
comunican a través de la ficción, que de la cronología lineal de la novela
convencional.
Con inteligencia experimental, Mitchell erige su
grandiosa narrativa transhistórica construyendo una trama improbable compuesta
de seis novelas sucesivas narradas en primera persona por la protagonista
(Holly Sykes) y cuatro narradores que tienen contacto con ella en diversos
momentos de su vida. El arco temporal cubre desde la adolescencia inglesa de
Holly en 1984 hasta su resignada vejez en una Irlanda rural postapocalíptica en
2043, ambas narradas por Holly, e incluye estaciones en 1991, 2004, 2015 y 2025.
Si no fuera por los recursos fantásticos y de
ciencia ficción con que Mitchell adereza los múltiples niveles del artefacto,
podría decirse que es la historia de una mujer extraordinaria que nace a
finales del siglo XX y vive lo suficiente para asistir a la destrucción de la
civilización europea, con la hegemonía geopolítica de China y Rusia sobre un
planeta sometido a una devastadora crisis de energía como signo más ominoso. En este sentido, Relojes
de hueso funciona, en parte, como una novela histórica de vasto alcance y cumple con el requisito
esencial de conferir un sentido crítico al devenir depredador del capitalismo en las
sociedades occidentales imaginando para ellas un futuro desastroso y terrible.
En su vertiente más imaginativa, Mitchell
apuesta por un metarrelato mítico, legendario o fantasioso, digno de teleseries de culto como Dr. Who, Buffy o Perdidos, una epopeya global que abarca
todo el tiempo y el espacio del mundo y se escenifica como guerra eterna de poder entre
dos facciones antagónicas: los horologistas y los anacoretas. Los primeros constituyen un
clan aristocrático minoritario de seres inmortales, criaturas que completan el
ciclo de vida y reencarnan en otro cuerpo a los cuarenta y nueve días de haber muerto. Los
segundos, más numerosos, son una suerte de parásitos anímicos que conquistan la
inmortalidad succionando almas humanas con avidez y destruyendo sus cuerpos sin compasión.
El crítico ortodoxo James Wood, en su dogmática
reseña de la novela de Mitchell en el New
Yorker, no comprendió que el dilema genérico entre novela y épica (o
epopeya) ya es antiguo y ha sido superado por la historia. La estética literaria
del siglo XXI exige la fusión creativa de ambas formas a fin de reinventar la
función mítica de la novela, con la intención de generar narrativas contemporáneas
para la experiencia humana del tiempo en una era terminal donde lo humano, enfrentado al avatar de la máquina, está
cobrando conciencia histórica de su debilidad e insignificancia.
Recurrir a esas metanarrativas grandilocuentes, esos
mitos inspirados en la tradición religiosa primordial (mazdeísta, gnóstica o cátara) y también en el
imaginario del cómic y el cine de superhéroes, es la forma novelesca de
reintegrar una dimensión mitológica en la vida cotidiana, en la existencia
común de la especie en el siglo de la globalización de las culturas.
El hombre es atemporal. Sus palabras son atemporales. Lo único temporal son las modas. La imposición de la vanidad de unos cuantos liantes. Aunque tal vez esa vanidad sea imprescindible. De hecho, lo es. El problema estriba en la subversión de los valores y el nicho de influencia que, en el futuro, les va a corresponder a las élites. ¿Servirán de algo las proclamaciones de excelencia si su influencia no va extenderse mucho más allá de cuatro señores mayores haciéndose los interesantes? (como dicen los de La Costa Brava). No lo sé pero me imagino que no.
ResponderEliminarEn consonancia con el tono del blog -uno hace lo que puede por adaptarse a los modos y costumbres del anfitrión(está bien enseñado, o eso cree, al menos)- me ha quedado un comentario muy en la línea de los del señor Mora.
¡Abrazos, mister! Que hacía mucho que no decía nada. ;-)
Este es para ti, Juan. No face falta que lo cuelgues si no quieres
ResponderEliminarhttp://julianbluff.blogspot.com.es/2016/05/influencias-e-influenza.html
pero sí que me gustaría que te pasases y dieses tu opinión como novelista de reconocida reputación ... ¡si te atreves! Je je...
Por cierto. Yo hablo de Pron pero Pron no habla de Coover...
Siempre bienvenido, bajo una máscara u otra, la elección es suya y el comentario inteligente, suscribo sobre todo su ironía y sus buenas maneras, tan escasas en estos ciberpagos más bien agresivos cuando no hostiles.
ResponderEliminarLeeré su post y veré si me queda algo que decir. Es literalmente imposible que Pron cite a Coover, a quien creo debe desconocer con la misma perfección con que Borges presumía de ignorar el ruso...
Vuelva cuando le apetezca, esta casa es tan suya como mía (es un decir, está inscrito como lema en el felpudo en que los invitados se limpian los zapatos antes de pisotear la tarima)...