[Michel Faber, El Libro
de las cosas nunca vistas, Anagrama, trad.: Inga Pellisa, 2016, págs. 620]
Las minucias de las
vidas de los seres humanos: los lugares en que habían vivido, los nombres de
sus parientes, los nombres de los ríos junto a los que habían vivido, las
complejidades prosaicas de los trabajos que habían desempeñado y las peleas
domésticas que habían soportado, todo eso había dejado de tener sentido para
él.
-M. Faber, Libro,
p. 566-
Humano, demasiado humano. Ya lo dijo Nietzsche y
sigue definiendo el sino de nuestra existencia en la tierra. La vida humana
surgió tras innumerables cataclismos y sufrimientos, como un largo parto evolutivo,
para luego imponer su desdeñoso dominio sobre las demás especies. Excepto la
misma fuerza terrestre, con sus catástrofes y mutaciones, no hay amenaza más
peligrosa, ahora mismo, que la tendencia destructiva de la especie, la voluntad
humana de poder y sus secuelas funestas para el entorno. Nos guste o no
reconocerlo, somos una especie autodestructiva y ese gen fatídico está inscrito
en nuestro genoma desde el principio de los tiempos.
Humana, demasiado humana, así es esta magnífica
novela de Michel Faber, uno de los grandes novelistas europeos del presente,
menos conocido de lo que debería dada la ambición intelectual y creatividad literaria
de sus ficciones. En España ya se habían publicado (también en Anagrama) dos
obras maestras anteriores: “Bajo la piel”, donde se describía una relación imposible
entre humanos y alienígenas, y “Pétalo carmesí, flor blanca”, una recreación
fabulosa de la era victoriana y sus círculos viciosos escrita con especial sensibilidad
para la problemática femenina.
Su última novela aborda una temática de ciencia-ficción:
la colonización a finales del siglo XXI de un planeta imaginario (Oasis)
situado en una galaxia remota por parte de una corporación (la USIC) que
controla una parte importante de la tierra. Requerido por los “oasianos”, Peter
Leigh, un pastor protestante casado con una enfermera llamada Beatriz, viaja al
planeta para instruirlos en la comprensión de la Biblia (ese “Libro de las
cosas nunca vistas”, como la designa con veneración inexplicable la población
alienígena).
Leigh deja a su mujer en la tierra. De ese modo,
con inteligencia narrativa, Faber logra que la focalización en el joven sacerdote
durante su estancia en Oasis se vea completada por las traumáticas experiencias
de su mujer, quien va contándole en sucesivos mensajes electrónicos el
apocalipsis progresivo que se ha desatado en el mundo desde su partida.
El dispositivo novelesco se construye con una
doble perspectiva intencionada: en primer plano, la misteriosa exploración del insólito
planeta y las singulares relaciones de Leigh con los alienígenas cristianizados,
y, en segundo plano, el relato subjetivo de Beatriz sobre la descomposición gradual
de la sociedad civilizada y la instalación devastadora del caos en la tierra.
La belleza estilística de la prosa de Faber
unida al control narrativo de los sentimientos y a la evolución moral del
protagonista, escindido entre los dilemas de su amor conyugal y las exigencias
insólitas de la vida en contacto con los extraños colonos humanos, tecnócratas
desafectos, y los enigmáticos nativos extraterrestres, seducidos por el mensaje
evangélico, producen un efecto de lectura fascinante, entre la empatía y el
estupor.
Estamos entrando en una era posthumana, de claro
predominio de la tecnología cibernética sobre todos los órdenes de la vida, y,
sin embargo, esta fastuosa novela de Faber insiste en interrogar cuestiones
antropocéntricas en vez de descentrar la visión antropocéntrica del mundo y
someterla al choque cognitivo con la realidad alienígena y la otredad inhumana
del extraterrestre, al modo de otras ficciones especulativas.
Partiendo de la perplejidad final, es posible
extraer un corolario humanista de esta parábola cósmica sobre el sentido de la
existencia. Más allá del trasfondo religioso, quizá lo más discutible de la
novela, Faber muestra la conveniencia de reformar los valores culturales que
nos definen como especie y rechazar el ideario nefasto del capitalismo
corporativo que postula la explotación de otros planetas como solución a los
problemas mundiales. Con tal estrategia, solo repetiríamos los errores fatales que
pueden transformar la vida terrestre en un infierno.
Jugosa novela, jugoso el comentario. Un saludo.
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