[Jordi
Balló & Xavier Pérez, El mundo, un
escenario, Anagrama, págs. 240]
Se estrena la nueva película de Quentin
Tarantino y ya se escuchan voces, a uno y otro lado del Atlántico de nuestro
descontento, descalificando la exhibición gráfica o pornográfica de la
violencia, la altisonante vulgaridad de los diálogos, la abyección moral de los
personajes y su ofensivo retrato de la naturaleza humana. Todos esos rasgos
estilísticos, presentes desde su primer largometraje, convierten a Tarantino en
un discípulo avanzado de Shakespeare. O, si se prefiere, en un creador que ha
puesto en el foco de su cine, como se dice en esta espléndida monografía, la
recuperación de “la explicitud shakespiriana de la violencia”.
Tarantino, como Shakespeare antes de él y otros
directores contemporáneos de películas o teleseries, “demuestra que no hay
eufemismo posible, que la brutalidad ya no es solo especulativa ni
sacralizada”. En definitiva, si esa violencia cinematográfica y televisiva es
tan importante como signo cultural de los tiempos se debe a que, como sentencian
Balló y Pérez, “se sitúa en primera
línea de la guerra comunicativa, humana, territorial y de enfrentamiento entre
modelos ideológicos y religiosos”.
El subtítulo del libro
(“Shakespeare: el guionista invisible”) establece ya la tesis que sus autores
prueban con enciclopédicos ejemplos del cine y la televisión y sólidos argumentos
extraídos de las obras del genial dramaturgo y de algunos de sus más sagaces
exegetas, con el inevitable Harold Bloom en primera línea junto a intérpretes más
ambiciosos como Jan Kott o René Girard. No se trata tanto de demostrar que si
Shakespeare viviera en nuestra época sería guionista, como suele proclamarse
con demasiada facilidad, como de mostrar que sin la existencia histórica del
teatro isabelino sería imposible comprender la construcción de la trama dramática
en tantas películas y teleseries.
En definitiva, nadie podría escribir “Los
Soprano”, “The Wire”, “Breaking Bad”, “True Detective” o “Fargo”, entre otras teleseries
notorias de nuestro tiempo, ya que nadie contaría con los eficaces recursos y mecanismos
legados a la narrativa universal por la dramaturgia shakesperiana. Entre las revolucionarias
aportaciones de Shakespeare comentadas por Balló y Pérez destacaría estas: la
relevancia de los protagonistas excesivos y carismáticos, el tratamiento
democrático de los personajes secundarios, la grandilocuencia retórica del diálogo
y el monólogo, motor de la acción dramática y clave de la implicación de los
espectadores en la vivencia de los personajes, la presentación de la violencia en escena como factor ideológico
decisivo, como signo de secularización de la historia, o la transformación del escenario en representación animada del mundo.
De ese modo, la figura creativa de Orson Welles
surge como paradigma sublime de la relación en el siglo XX entre los nuevos
medios tecnológicos y el teatro shakespiriano. Y no solo en adaptaciones
literales como “Macbeth” y “Otelo”, o en versiones libérrimas como “Campanadas
a medianoche”, sino también en la adopción de rasgos de estilo y registros
shakesperianos en películas magistrales de otros géneros como “Ciudadano Kane”,
“Sed de mal” o “Mr. Arkadin”.
Pero también otros directores clásicos
como Akira Kurosawa, que supo fundir a Shakespeare con la poesía épica y
dramática de la tradición japonesa en magníficas cintas como “Trono de sangre” o
“Ran”, o innovadores como Peter Greenaway, a quien se debe una película tan avanzada
en lo audiovisual como “Prospero´s Books”: la transposición espectacular de una
obra capital como “La tempestad”, donde Shakespeare destila hasta las últimas
consecuencias su estética teatral y su visión barroca del gran escenario del
mundo.
Para completar el programa teórico del
libro, Balló y Pérez imprimen un giro político a sus postulados conduciéndolos,
a partir del planteamiento desengañado de “La tempestad” y de los guiños
autorreferenciales de “Julio César”, a una crítica alegórica del mundo contemporáneo en clave shakesperiana: “El sistema se pone permanentemente en escena a sí mismo
sin que parezca que así sea, con la complicidad de las industrias de la
comunicación”.
Y es que los ciudadanos de “un siglo tan shakesperiano como el XXI”, concluyen
los autores, se han resignado a vivir en una obra de teatro total, donde hasta la
máquina maquiavélica del poder presenta atributos y ornamentos escénicos, y deberían aprender
a sublevarse contra el pasivo papel de espectadores que se les ha asignado en la representación.
Muy interesante! Gracias por tu lectura de un libro fascinante, pero no dices mucho acerca de "la exhibición gráfica o pornográfica de la violencia" en Tarantino - ni, por cierto, en Shakespeare. Yo no soporto a Tarantino. Me encanta el diálogo (altisonante o no, la enorme cantidad de "fuck" funciona como una especie de contrapeso adolescente), las puestas en escena, los planteamientos. Incluso me gusta Tarantino como persona (véase por ejemplo la larga entrevista de Sight & Sound a propósito de The Hateful 8). Pero no tolero esa violencia gratuita, gore, pueril que plaga la segunda mitad de sus películas. No es suficiente constatar que en Shakespeare también se mueren todos al final para defender aquello. En Shakespeare tenía la clara función de satisfacer al público de a pie, pero la violencia pornográfica de Tarantino no tiene esa función.
ResponderEliminarYa está en las librerías?
ResponderEliminarhttp://www.todostuslibros.com/libros/quijote-a-traves-del-espejo-el_978-84-397-1600-6
Sí, está a punto de aparecer, la coincidencia es curiosa, desde luego, e ignorando el contenido de ese otro libro, que hasta ahora desconocía, no me puedo pronunciar sobre sus razones. En el caso del libro que coordino trato de conectar desde el título el homenaje a Cervantes con el homenaje a otro gran ilusionista, Carroll...
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