[Lewis Carroll, Alicia
en el País de las Maravillas, Nórdica, págs. 173]
Cuando la literatura alcanza tal grado de
popularidad, se confunde con el folclore, difumina la importancia del autor y
se exalta hasta las dimensiones del mito. Así pasó hace ahora ciento cincuenta
años con “Alicia en el país de las Maravillas” y seis años después con la
segunda parte de sus aventuras, “Alicia a través del espejo”, superior en
invención e ingenio.
Todo había comenzado por la obsesión con las
palabras y las niñas de un modesto clérigo tartamudo y profesor de matemáticas,
muy aficionado a la fotografía, la lógica y sus múltiples juegos con el
sentido, llamado Charles Lutwidge Dodgson. El cuatro de julio de 1862, el
reverendo Dodgson organizó un picnic en la ribera del río Isis para las tres
hijas del rector del colegio donde daba clases. Una parte de la excursión la
hicieron en un bote y durante esa navegación, como se evoca en los versos de la
introducción, Dodgson improvisaría un cuento para entretener a las niñas
curiosas.
La tarde mágica donde germinó la idea de la
primera “Alicia” es evocada como dorada y apacible mientras en la realidad,
según la meteorología, fue un día frío y lluvioso. La ficción imaginativa tiene
ese poder increíble para borrar los signos mezquinos de la realidad y
sustituirlos por una exuberancia figurativa que es más acorde con el deseo de
irrealidad de los lectores. Tres años después de la experiencia, con el
seudónimo Lewis Carroll para protegerse de los posibles ataques, se publicaría
con gran éxito una de las narraciones más influyentes de la historia moderna de
la literatura.
Desde su publicación en 1865, los libros de
Carroll sobre Alicia fueron admirados por las mentes más inteligentes y los
aventureros más intrépidos del espíritu, con Joyce, Nabokov, Queneau, Pynchon,
Barthelme, Coover, Carter, Ríos y Cabrera Infante como cultivadores de lujo de ese jardín de
invenciones verbales prodigiosas y humor libérrimo. El ruso, por cierto,
tradujo esta “Alicia” a su lengua nativa con tanto amor que acabó escribiendo
la magistral “Lolita” para contar la historia de ese amor excepcional, que es
el amor del lenguaje, de los juegos del lenguaje, de las lenguas extranjeras
como espejos mutuos y de las niñas maravillosas que inspiran todos los sueños,
los delirios y los juegos de la mente.
Son incontables, desde el principio, las adaptaciones teatrales,
televisivas y cinematográficas de las Alicias, así como las referencias a los mundos de Carroll en relatos, novelas y
poemas, ilustraciones y obras plásticas durante el último siglo y medio. Una canción rock, incluso, reconvertida en himno de la contracultura
lisérgica (“White Rabbit”), celebra una de las escenas más famosas de la primera Alicia, la de la oruga azul fumando narguile encima de una seta. Y
además: fastuosas óperas de Bob Wilson y versiones musicales de David Del Tredici, influyentes
libros de filosofía (el más notorio: la Lógica
del sentido de Gilles Deleuze), una película porno-musical en los setenta y un fabuloso
cómic erótico de Alan Moore y Melinda Gebbie (Lost Girls), videojuegos y hasta una app de Alicia digitalmente remasterizada para Ipad como un dibujo
animado con texto. Es, de hecho, el ciclo narrativo preferido de la
postmodernidad, como dice Brian McHale, y el precursor de la estética literaria más creativa y exigente del nuevo siglo.
¿Cómo es posible, se preguntará el lector
incrédulo, que un libro infantil cause tal entusiasmo en científicos insignes y
élites intelectuales? No es fácil de explicar, desde luego, pero en la
literatura de Carroll se conjugan tantos factores excepcionales que se pueden
arriesgar diversas hipótesis verificables sobre el poder de fascinación
infinita de una obra original como esta.
Con empática agudeza, Carroll acertó a captar la
genuina visión de la realidad de la infancia a través de los ojos de una niña
extraordinaria que miraba el mundo con una mezcla de lúdico desparpajo,
travieso humor y desnuda incredulidad. Desde el principio, Alicia se enfrenta a
una realidad desprovista de sentido, regida por absurdas reglas y
comportamientos incomprensibles, y a la necesidad de someterse a mutaciones
constantes de tamaño con tal de encajar en ese mundo enigmático donde nada es
lo que parece, todo cambia a su vez todo el tiempo y los estrambóticos personajes
que conoce le confirman el tremendo despropósito de la vida humana entendida en
su sentido social.
Como dijo Martin Gardner, uno de sus mejores
conocedores: “el último grado de la metáfora contenido en los libros de
“Alicia” es que la vida, observada racionalmente y sin ilusión, parece un
disparate contado por un matemático idiota”.
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[Lewis Carroll, Alicia
en el País de las Maravillas/A través del espejo, Cátedra, 2015, págs. 374]
“Es
cierto, están jugando una gigantesca partida de ajedrez y el mundo entero es un
tablero de ajedrez. Bueno, suponiendo que esto sea el mundo”.
-Lewis
Carroll-
Los centenarios se acumulan y los fans no damos
abasto a tanta celebración. Pero dos coinciden felizmente. El cuarto centenario
de la Segunda parte del “Quijote” y los 150 años del primer libro de “Alicia” de
Carroll, las célebres “Aventuras en el País de las Maravillas”. Podríamos
considerar las dos “Alicias” con la misma relevancia en la literatura infantil
y juvenil con que en la literatura llamada para adultos ponderamos “El Quijote”. Un estudio de Carroll a través del prisma
cervantino tampoco sería impensable. Como el “Quijote” de 1615 refleja en un
espejo deformante (la imprenta) el de 1605, así mismo la “Alicia” de 1871
(titulada “A través del espejo”) tiende un espejo siniestro a la de 1865,
trastornándola en sus fundamentos.
Es una excelente iniciativa, por tanto, reeditar
con esta excusa el volumen que recoge las versiones (obra de Ramón Buckley) que
más se han esforzado en la ardua tarea de adaptar creativamente las dos
“Alicias” al español. Por si fuera poco, la edición viene acompañada de una rigurosa
introducción a cargo del difunto Catedrático de Lógica Manuel Garrido, donde se
abordan de manera exhaustiva las cuestiones literarias y biográficas
relacionadas con ambas obras, así como también la problemática lingüística,
lógica o matemática que confiere a la creación carrolliana ese aura de enigma intelectual
o jeroglífico demente que tanto ha fascinado a los cerebros más despiertos
(literarios o científicos) desde su aparición.
Carroll declaró que sus libros no tenían
intención didáctica y, sin embargo, las dos “Alicias”, consideradas como un
díptico narrativo con idéntico protagonista, fueron concebidas para servir de guía
a la niña curiosa e inquieta en su entrada en el mundo adulto. De ese modo, Carroll
asienta las bases de una literatura que puede ser leída en la infancia como
fantasía liberadora de la prisión mental de la realidad, conforme a las
peculiaridades psicológicas y culturales de esa edad, y recuperada con pleno
sentido crítico en la madurez, cuando los poderes imaginativos se hayan
debilitado al extremo, como medio de transmisión a los niños y a las niñas,
sobre todo, de una visión subversiva de la vida.
El “País de las Maravillas” es un mundo
insoportable para Alicia por su carencia de lógica, un mundo literalmente
irracional, una realidad producto de la sinrazón, los errores y falacias del
lenguaje ordinario y las opiniones comunes; mientras el “Mundo del Espejo” es
un mundo igualmente insoportable, pero por todo lo contrario, por el exceso de
cordura, el rigor moral y la literalidad aplastante de la lógica y la razón.
Uno de los portavoces más elocuentes del mundo
supuestamente maravilloso es el inefable Gato de Cheshire, cuya sonrisa de
dibujo animado sigue flotando en el aire una vez ha desaparecido su cuerpo como
una burla de la naturaleza a las pretensiones del saber y cuya convicción es un
signo irónico de realismo: “Aquí estamos todos locos”. En el orbe especular, en
cambio, el amo y señor de las palabras es un huevo gigante de nombre folclórico
(Humpty Dumpty) que enseña a Alicia la arbitrariedad de las reglas que rigen la
conducta y el lenguaje.
Alicia escapa de ambos mundos oníricos mediante
un gesto de rebeldía o de rechazo hacia las matriarcas regias que la hostigan todo el tiempo. En un
caso, enfrentándose y venciendo a las cartas de la baraja comandadas por la
Reina despótica que pretende decapitar a todo el que se opone a su poder
irracional; en el otro, despertando del sueño transformada en una Reina
interior, esto es, en una mujer plenamente consciente de su poderío individual
frente a las entelequias simbólicas del poder real y la locura de la
racionalidad extrema.
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