[Henry James, Los
papeles de Aspern, Navona, trad.: José María Valverde, 2015, págs. 174]
[Según William Gass, el
propósito moral de la narrativa de Henry James se cifraría en contrariar y
contradecir la filosofía pragmática de su hermano William como explicación principal
de la conducta humana. No sé si estoy de acuerdo con Gass, aunque soy
consciente de que el análisis de una obra magistral como “Los papeles de Aspern”
podría darle la razón.]
“La sensación de fracaso
de la señorita Tina había producido en ella una alteración extraordinaria, pero
yo había estado demasiado henchido de mi concupiscencia literaria para pensar
en ello” (las cursivas son mías).
-H. J., “Los papeles de
Aspern”-
Se equivocan quienes creen que para ser “moderno”
basta con leer a los autores del día. Para ser moderno de verdad (o más que
moderno) habría que leer a los maestros actuales con similar inteligencia con
que se lee a los maestros antiguos. Entre estos ninguno menos antiguo que Henry
James, por cierto, a quien a estas alturas del siglo, cuando ya todos nos
situamos más allá de la modernidad y la postmodernidad, habría que saber leer con
nuevas perspectivas para no recaer en las viejas añagazas de una crítica académica
que ha quedado desmantelada en sus presupuestos y fundamentos estéticos, como demuestra,
entre otras cuestiones, esta memorable nouvelle
de James, acaso la más incisiva y artística de sus ficciones breves.
El anónimo narrador, un intrépido investigador
dispuesto a satisfacer a toda costa sus turbios deseos literarios, se gana la
confianza del lector ingenuo y de su maliciosa cómplice en la sombra, la señora
Prest, a fin de infiltrarse en la lóbrega mansión veneciana de las señoritas
Bordereau, tía y sobrina, en pos de las reliquias documentales de su poeta venerado
(Jeffrey Aspern). La anciana mujer, Juliana, quien a sus veinte años fue la
amada lírica y quizá la amante prosaica del fogoso vate americano, podría estar
en posesión de cartas que desvelarían la verdad desnuda de sus relaciones
amorosas. Las escenas antológicas donde el narrador se enfrenta a la figura
totémica de Juliana, musa juvenil transformada en momia centenaria, crean un paralelo
irónico con la trama galante de encuentros equívocos con Tina, la sobrina
solterona a quien la tía celestinesca, en nombre de rancios ardores, incita a
dejarse cortejar y seducir.
James escribió deslumbrantes narraciones de
fantasmas (“Otra vuelta de tuerca”, “Los amigos de los amigos”) y sofisticados relatos
sobre escritores de vida invisible y gris y trasfondo turbulento y escandaloso
(“La vida privada”, “La lección del maestro” o “La figura en el tapiz”, otra de sus cumbres narrativas), pero nunca entretejió
con tanto refinamiento como aquí la dimensión fantasmal y la literaria para
ofrecer una visión paradójica de la vida. El fantasma es un signo de la
pervivencia del pasado en el presente, de su alucinante poder para perpetuarse y
perturbar la mente de los contemporáneos. Así la literatura: el arte de
transformar la trama desleída de la realidad en un espectro verbal dotado de
mayor consistencia para el lector que las vivencias diarias.
Se discute aún sobre el papel específico del narrador en la estética de James: los ingeniosos subterfugios
y estrategias con que acosa al lector, la sintaxis laboriosa y laberíntica que
le obliga a prestar al texto una atención extrema, etc. Los de James son narradores
arácnidos que juegan con los procesos mentales y las expectativas de la lectura,
como el cine de Hitchcock con sus espectadores, para conducirla al punto de
mayor perplejidad. La opacidad narrativa de James se resiste a la lectura
superficial y exige del lector, por primera vez quizá, una actividad de
desciframiento tan intensa como la del escritor.
La singularidad de “Los papeles de Aspern”, uno de los relatos favoritos de su autor,
consiste en reunir en un solo personaje a un narrador enmascarado que es un lector
entusiasta de la literatura de otro, dispuesto a pagar el precio vital más elevado a
cambio de poder fisgar, como un vulgar paparazzo,
en los papeles privados (ardientes declaraciones de amor o deseo) de su ídolo
poético.
La fascinación de James por los escritores como
materia narrativa no es ingenua ni narcisista. Responde, más bien, a la voluntad
de revelar cómo la vida burguesa se compone de partes luminosas, las que se exhiben
con ostentación en veladas y bailes mundanos, y partes oscuras, incluso
tenebrosas, que se ocultan en secreteres, baúles, armarios polvorientos y legajos
amarillentos. Los escritores, fabricantes del sentido y la sensibilidad sublime
de la burguesía decimonónica, son también los escribas venales de sus miserias
y mezquindades, así como de sus secretos vergonzosos o inconfesables, casi
siempre, como aquí, de naturaleza venérea.
ResponderEliminarHola!
Declarándome incapaz de dejar de apostillar esta magnifica entrada del amigo Ferré -eso es, carezco de capacidad para callarme- no puedo, por mi parte, dejar pasar por alto, en lo que a esta temática de "divismo" literario atañe, a la hora de glosar a otros divos literarios ocultos, perpetuos y sobrios, al excelente Mujica Lainez y el pasmo por sus "Idolos", al academicista Hollinghust y su acercamiento intelectual al "Hijo del desconocido", al entusiasta Hornby y su obesionante bísqueda de Juliette en pelotas. Incluso al propio julian bluff, quien les habla, y sus porfiadas pesquisas tras los pasos del periodista taurino mejicano Facundo R. Canseco y el hallazgo de la única de sus novelas en vida (cuyo título voy a preferir silenciar).
Podríamos también hablar, aquí, de Gabrielle D'Anunzio, pero eso sería hacer trampas, ya que si detrás de toda su narrativa se encuentra la búsqueda contumaz del artista perfecto, su hallazgo no pasa de ser pura quimera, ya que ese artista que decía andar buscando, ese numen, no era otro que él, él mismo.
Un fuerte abrazo para todos!