Hoy aparece
en librerías y otros enclaves de perdición (analógica o digital) mi nueva
novela: EL REY DEL JUEGO.
La editorial ANAGRAMA dice sobre ella en la contraportada:
Esta novela desaforada,
enloquecida y trepidante se puede leer como un thriller alucinógeno, un cómic
sin viñetas o un videojuego literario que funciona sin necesidad de mandos. Una
vez más, Juan Francisco Ferré aborda la realidad sociopolítica –en este caso
española– huyendo del realismo –sea este garbancero o no– y elabora un
artefacto (explosivo) que es un aquelarre narrativo, un capricho goyesco, un
esperpento valleinclanesco, un delirio lúcido que mezcla ciencia ficción,
erotismo, parodia, elucubraciones filosóficas, guiños culturales, teorías de la
conspiración y juegos, de naipes y de vídeo. Siguiendo la senda abierta con Providence (Finalista del Premio
Herralde de Novela 2009) y Karnaval
(Premio Herralde de Novela 2012), el autor continúa el que es uno de los
proyectos narrativos más ambiciosos, radicales y fascinantes de la actual
literatura española y lleva la novela a una nueva dimensión desconocida.
Publico a continuación, en homenaje a mis lectores, un extenso
extracto de la primera parte de la novela (Las
cartas y los jugadores).
XXIX
Vista
desde dentro del coche la carretera era una larga cinta gris avanzando por
delante y por detrás entre masas de sombra en movimiento donde cada uno, en
función de la dosis administrada, podía proyectar lo que quisiera, figuras
evanescentes o bultos agresivos.
-¿Qué es
eso, hermano? ¿Qué es eso?
Los
nervios se apoderaron de Willy de repente, giró el volante a derecha y a
izquierda, perdiendo el control del coche, y casi nos saca de la oscura
carretera y nos sume en el abismo ubicado, según mis cálculos, más allá del
arcén.
-Allí.
¿Es que no lo veis? Allí está. No me lo puedo creer. ¿Veis lo que os decía?
Está empezando. Es el principio del fin. El apocalipsis, hermano.
No lo vimos
hasta que miramos en la dirección adecuada que Willy nos indicaba con gran
despliegue de gestos. A la izquierda. Muchos metros fuera de la carretera.
Un coche
volcado con todas las luces encendidas y un segundo coche estampado contra un
árbol en las inmediaciones.
A medida
que nos aproximábamos todo se hacía más irreal y al bajarnos del coche le dimos
la vuelta completa a la realidad y la chocante puesta en escena del accidente
actuó sobre nosotros con violencia inesperada.
Ahora
veía una figura en equilibrio inestable merodeando alrededor del coche volcado,
otro cuerpo con la cabeza colgando hacia el exterior por una de las
ventanillas, la cara manchada de sangre.
No tengo
tiempo de ver más antes de que Danny se desmaye a mi lado.
-A tu
hermano le pasa algo.
Tendríais
que haber visto lo que es un amigo cuando otro amenaza con abandonarlo a su
suerte. Un amigo tendido, respirando con dificultad, noqueado por el
espectáculo de la muerte o el sufrimiento de otros, cuyos cuerpos están
malheridos o destrozados. Ese amigo era Willy arrojándose sobre el cuerpo de
Danny para devolverle la vida o la parte de vida que pudiera estar perdiendo.
Bien aprendidas las lecciones de salvamento de urgencia.
Mientras
tanto, sabiendo que Danny se repondrá tarde o temprano del choque emocional, me
acerco al otro vehículo, un BMW negro con el capó despachurrado contra el
grueso tronco de un árbol. Desplomado sobre el volante con el airbag reventado
contra las costillas, atrapado bajo la presión del cinturón de seguridad, un
cuerpo masculino inerte pero todavía vivo. Me acerco más para comprobarlo a
través de la ventanilla destrozada por el golpe brutal.
¿De qué
me suena esa cara de muñeco pelón que se vuelve hacia mí ahora con los ojos
despavoridos?
Quiere
decir algo. Sus labios balbucean sin articular palabra. Cuando estoy a punto de
identificarlo, o de entender al fin qué pretende decirme, alguien viene por
detrás y me pone una mano en el hombro.
Pienso
que es Willy para darme noticias de Danny, ya recuperado del desmayo, y me
vuelvo sin precaución.
Una cara
ensangrentada, con una brecha atroz en la zona alta de la frente, el cuero
cabelludo despegado del hueso y el pelo reluciente por efecto de la sangre
vertida, trata de pegarse a la mía con extraño ahínco.
Me aparto
bruscamente, tropiezo y caigo de espaldas.
-No
hables con él. Es un hijo de la gran puta. Ni lo escuches.
Veo
sentado desde el suelo, sin poder evitarlo, me falla la voluntad, me faltan las
fuerzas, estoy impresionado, no puedo moverme, cómo el superviviente malherido
del otro coche, tambaleándose como un zombi, se acerca al solitario conductor
del BMW y, aprovechándose de que no puede defenderse, comienza a retorcerle la
cabeza con torpeza, como si quisiera desnucarlo, y luego a estrangularlo con
las dos manos apretando el cuello y golpeándole la cabeza contra el volante a
continuación. A ver qué medio de acabar con su vida se muestra más efectivo.
-¡Willy,
socorro! ¡Willy!
No soy un
espectador, así que participo del único modo que me parece posible en ese
momento. Grito como un desesperado sin saber dónde está Willy ahora. Cuando
aparto la mirada de la escena para buscarlo, lo veo a lo lejos extrayendo
cuerpos con Danny del otro vehículo. Cadáveres o cuerpos maltrechos. Ni
siquiera me oye, ni me puede ver, concentrado en ayudar. Hay un tercer
individuo con ellos, un superviviente.
-Como
digas una palabra de esto, te mato.
El
verdugo ha hecho el trabajo sucio. Bien o mal, eso importa poco. El que paga sólo
valora resultados, eficacia, contabilidad, no perfección ni belleza. Eso lo
sabe todo el que quiere hacer carrera. Es la economía del universo. El orden
del mundo, como dijo aquél.
-Él
quería matarnos. Por eso estamos aquí. Ahora es él el que está muerto.
-Qué
pasa, tío. ¿Mal rollo?
Por fin
Willy acude en mi socorro. No entiende lo que está pasando. Cuando ve el mal
estado del asesino se conmueve. La camisa empapada de sangre, la cabeza
hendida.
-¿Necesitas
ayuda?
-No. Todo
va bien. Sólo hablaba con tu jefe.
¿Jefe yo?
No estoy en condiciones de discutir tal nimiedad. Tirado en el suelo, acabo de
asistir a un acto infame que me ha dejado sin argumentos racionales. Mi
pasividad es sospechosa, sin duda, pero no tengo recursos para contestar.
Guardo silencio. Dejo hacer. Que se ocupen otros del problema.
-Sólo tú
y el otro os habéis salvado. Los demás están muertos.
-Ya me lo
imaginaba. Tenían mala pinta cuando salí del coche. No respiraban, no...
-Uno de
ellos era casi un niño, no lo entiendo. ¿Qué coño hacía un niño metido en esto?
-Cállate,
gilipollas. Qué sabrás tú de nada. No quiero oírte una palabra más, no, no
quiero…
Se
interrumpe otra vez, se le cierran los ojos y le flaquean las piernas. Ha
gastado sus escasas energías en asesinar al conductor del BMW. No tarda en caer
de rodillas. Mantiene la cabeza agachada, los brazos caídos, alineados a ambos
lados del torso, los puños apretados contra el suelo en señal de crispación.
-Estás
mal. Voy a llamar a una ambulancia. Necesitas que te miren esa herida. Tiene
muy mala pinta.
-Tú no
llamas a nadie.
-Tío, te
vas a desangrar.
-Que te
den por el culo. Mátame si tienes huevos.
Era una
tentación, desde luego. Y más cuando Willy y yo nos damos cuenta desde la
distancia que nos separa de que Danny se está peleando cuerpo a cuerpo con el
otro superviviente. Revolcándose por el suelo como perros y dándose puñetazos o
golpes que apenas distinguimos a quién pertenecen por la confusión y la
polvareda que levantan.
-¿Qué
está pasando aquí, joder? ¿Me puedes decir de qué va esto?
XXX
Willy es
insuperable como actor, debo reconocerlo.
Tenemos
frente a nosotros a una hiena hedionda, una hiena repulsiva que se ríe como sólo
se ríen las hienas, con risa insidiosa, se ríe de nosotros y de la hermosura
futura de nuestros cadáveres, la frescura de la carne recién muerta y ya tasada
por el carnicero, se ríe de la muerte, de ésa también, a carcajadas, y de sus
oropeles de fiesta perpetua y sanguinaria, y de la vida contada que nos queda a
cada uno, cronometrada al segundo.
-A ver si
nos aclaramos un poquito. O me pegas un tiro en la sien o te lo pego yo en
cuanto recupere las fuerzas. O me dejas aquí para que me devoren los zombis. Tú
eliges, capullo, pero no digas que no te di la alternativa.
La
tenemos enfrente, a unos palmos apenas, esa cara angulosa de matarife que nos
desafía ahora con todo el descaro, esa cara obscena que nos examina de arriba
abajo con su chulería de sicario, su cinismo barato de pistolero a sueldo, y
Willy, hijo privilegiado de la cultura del buen rollo a toda costa, lo trata
con deferencia, con respeto, con educación.
-Tú de
qué vas, colega. Aquí nadie quiere matar a nadie. Esto es un malentendido.
-Si serás
imbécil. Yo ya estoy muerto, a ver si te enteras. El que nos ha embestido en la
carretera está tieso, ya me he encargado yo de ello. Mi amigo, si sobrevive a
tu cómplice, tarde o temprano estará muerto. Y ese cobarde de ahí tiene las
horas contadas. ¿Qué te crees? ¿Que no sé quiénes sois?
Increíble
el poder de recuperación de un cuerpo. Alucinante el poder de destrucción
entregado a un muerto.
-¡Me cago
en Dios! Me los voy a cargar a todos como esto siga así.
Hace unos
minutos cualquiera, sin ser forense, hubiera firmado el finiquito sin
indemnización del individuo. Y ahí estaba ahora, profiriendo amenazas de muerte
en todas direcciones y en especial contra nosotros, a quienes culpaba, en pleno
delirio, de todos sus males presentes, pasados y futuros.
-¿Te
crees que me he tragado vuestro montaje de tíos enrollados? Hace dos horas
recibimos el aviso. Sois el puto comando terrorista que, en este momento, tiene
en jaque a toda la inteligencia española.
Era la
fuerza de la maldad expresándose con frases retorcidas. Esa energía demoníaca
que se apodera de los cuerpos muertos y los devuelve a la vida para realizar
los designios del mal, los planes maquiavélicos del Maligno.
-Venga,
tío. Déjame llamar a la ambulancia. Se te está yendo la olla.
Nadie
conoce las ideas que cruzan por una cabeza en el momento de su agonía
definitiva. Es angustioso pensar en toda la basura que puede salir a flote en
esos minutos trascendentales. Películas, teleseries, novelas populares,
videojuegos. Cada cual sabrá, cuando llegue su hora, con qué mierda rellenó su
cerebro mientras lo mantenía activo. Era evidente que este fascista moribundo,
una de dos, o se había tragado toda la propaganda ministerial de las últimas
décadas, o era un fanático encubierto de las series policiales más famosas de
la televisión nacional e internacional.
-Sois
vosotros. El comando sin identificar que se dirige a la capital para matar al
nuevo rey…
Excelente, amigo. Karnaval, La vuelta al mundo y ahora El rey del juego, lejos, muy lejos de la historia de Norman Lewinson con Steve McQueen, el perdedor nato por excelencia.Leyendo lo que nos has regalado y antes de adquirir tu novela (mañana a más tardar)me ha hecho pensar en la novela de Richard Morgan Leyes de mercado, un mundo, una sociedad enferma, llena de contradicciones y arrastrando sus propios fantasmas. Creo que eres el J.G.Ballard previo a la obra de Ballard. Tú escribes: "Es angustioso pensar en toda la basura que puede salir a flote en esos minutos trascendentales. Películas, teleseries, novelas populares, videojuegos." Es como el fin de una era para dar entrada a Ballard lejos de establecer el orden, el personaje ballardiano percibe el cataclismo como un foco de atracción y se muestra dispuesto a aceptar las reglas que esa nueva realidad le impone, aunque eso suponga renunciar a su propia identidad, a la cordura e, inevitablemente, a su supervivencia. Lo que está en juego no es tanto la autodestrucción, sino la reducción del cambio y el tortuoso camino hacia la plenitud psicológica.
ResponderEliminarSeguro que no estarás de acuerdo, pero como lector me gusta y me complace imaginar puentes subterráneos entre los grandes creadores.
Suerte y un fuerte abrazo.