martes, 18 de junio de 2024

EL MUNDO SEGÚN KNAUSGÅRD


 [Karl Ove Knausgård, La importancia de la novela, trad.: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, Anagrama, 2023, págs. 52] 

          En un siglo escaso, hemos pasado de Proust a Knausgård. Hemos pasado así del gran mundo de los salones mundanos creados por un demiurgo literario a la crónica confesional del hombre moderno en su penúltima encarnación. Del predominio de la recreación de la memoria como gran artificio de la sensibilidad y la cultura a través de la musicalización del lenguaje a la desnudez y austeridad del dato autobiográfico crudo filtrado por los sentidos y los afectos. De los fastos de la sintaxis y la belleza verbal de un sujeto excepcional a la fotografía forense de la vida neurótica de un futuro escritor; de una cúspide del simbolismo y la impostura artística propia del siglo XIX a los extremos de la sinceridad, la intimidad, la banalidad y la transparencia de una cultura posmoderna mediatizada por la culpa subjetiva y el aburrimiento existencial. Dicho así, sin demasiada elaboración, este asunto merece una seria reflexión crítica y teórica más allá de los límites de la literatura y la estética literaria para convertirse en una cuestión cultural e histórica de la mayor importancia.

Es interesante por ello esta charla en la que Knausgård pretende explicar a sus lectores cuáles son los fundamentos de su concepción de la novela con ejemplos, en su mayoría, del período modernista. Knausgård es ese escritor que renunció a la ficción en sus textos para acomodar la verdad de estos dentro de un marco definido por la dicción autobiográfica, el recuerdo rudo y la vivencia trivial. Es curioso, por tanto, que al presentar a sus lectores algunos ejemplos de lo que es o no afín a sus planteamientos elija novelistas antagónicos como D. H. Lawrence y James Joyce. Estoy seguro de que la mayoría de sus lectores, sin saber de antemano cuál de los dos estaría más cerca de la visión del autor de la hexalogía autobiográfica Mi lucha, se inclinaría por el primero, más naturalista y romántico, y no por el segundo, más experimental y alambicado.

Y, sin embargo, Knausgård ofrece de Lawrence una lectura reduccionista, enfatizando la importancia del relato, esto es, del sentido, sobre la sensación vital, y del autor del Ulises, con razón, una opinión centrada en su poder de captación de la vida en su génesis y devenir. Es lógico que Knausgård tenga esta preferencia por el creador de Molly Bloom, a pesar de que se olvida adrede del Lawrence que nos dio esa otra mujer irrepetible, Lady Chatterley, si se tiene en cuenta la tesis que formula sobre otro gran novelista como Dostoievski, tan realista como fantástico. El arte de la novela, como diría Kundera, consiste para Knausgård en “conseguir dar vida a lo que está ahí, hacer que brote desde debajo de los conceptos que lo tienen sujeto con mano firme”. Por eso la novela importa, como repite Knausgård citando un ensayo de Lawrence (“Why the Novel Matters”), y no es un artefacto gratuito o baladí.

Knausgård entiende el papel del novelista como el del idiota que persigue los signos de vida de los pájaros, que se identifica con ellos para sentirse vivo, como el personaje de la novela homónima de Tarjei Vesaas. Este es el mito (y la metáfora) que alienta en el corazón, nunca mejor dicho, de la escritura de Knausgård. Y es por eso significativa esta reflexión paradójica sobre la importancia de la novela. Porque procede de un escritor que, para atenerse a sus principios, necesitó superar la novela, dejarla atrás en pos de la misión trascendental que le atribuye: “entrar en el mundo y mantenerlo abierto”.

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