miércoles, 11 de octubre de 2023

AMÉRICA SALVAJE


  [Jonathan Lethem, El detective salvaje, Random House, trad.: Cruz Rodríguez Juiz, 2023, págs. 295] 

   Más allá del extraño homenaje a Bolaño cifrado en el título de esta decimonovena novela de Lethem, la antepenúltima de las suyas, habría que plantearse la pertinencia de su lectura actual, en el ocaso del mandato Biden, en comparación con la furia o la rabia de su escritura en plena era Trump. Lethem escribió este thriller de aventuras californianas en el momento en que Trump acababa de tomar posesión de la presidencia de los Estados Unidos y tiempo antes de que un hombre disfrazado de búfalo asaltara, en compañía de otros salvajes, el Capitolio. Lo que ha pasado entre medias, o lo que no acaba de pasar, es el bucle en que vive atrapado Estados Unidos, como nación avanzada y como superpotencia, sin poder recular ni tampoco progresar en una línea que lo libere de sus fantasmas originarios.

         La historia de esta novela es más fácil de resumir de lo que parece a simple vista y más complicada de interpretar. Muchas de las ambiguas conclusiones que se pueden extraer de la peripecia de su protagonista y narradora, Phoebe Siegler, no sé si serían revalidadas hoy por su autor, o si, confirmándolas sin ironía, permitirían entender mejor lo que está pasando en su país. La treintañera Phoebe es, cuando arranca la narración, la encarnación de los valores prototípicos de la cultura y el ideario del votante demócrata. Hija única de un matrimonio de psiquiatras, neoyorquina de vocación, educada en la Universidad de Harvard y colaboradora de medios progresistas, lo tiene todo para que la elección de Trump en noviembre de 2016 la hunda en la miseria moral e intelectual y arruine sus convicciones.

La pregunta que Phoebe se plantea es demoledora para su propio mundo de valores. Cómo la ciudad de Nueva York ha podido producir un monstruo semejante, la “Bestia electa”, como lo llama la narradora, permitiéndole acumular poder, influencia y prestigio desde la torre homónima (la “torre de Sauron”, otra metáfora elocuente del mal extraída de la cultura de masas contemporánea) hasta convertirse en el hombre más poderoso del país. A renglón seguido, Phoebe se queda sin trabajo y se refugia en casa de Roslyn, una colega mayor, con cuya hija, Arabella, constituye una amistad intergeneracional que es otro aliciente novelesco. Y aquí es donde arranca de verdad la trama. Cuando Arabella desaparece en las entrañas del desierto californiano y Phoebe emprende un largo viaje al fin de la noche americana que será, al mismo tiempo, un duelo por la derrota electoral y el gobierno maligno y un descubrimiento del misterioso encanto de la vida salvaje. Y aquí Lethem se enfrenta a sí mismo en el espejo de la literatura. Nacido en Brooklyn y trasplantado al sur de California por razones profesionales, qué puede hacer un novelista de sensibilidad neoyorquina enfrentado al fracaso político más duro de su vida más que afrontar con cierta ironía las complejidades folclóricas y las peculiaridades regionales del mundo americano.

En esta tomografía narrativa del alma torturada de la América de Trump, como la llama un agudo reseñista, Lethem designa como guía de Phoebe a un detective singular, Charles Heist, vestido de cuero rojo, protector de animales y niñas desaparecidas y antagonista, desde su carismático nacimiento, de los clanes salvajes que habitan fuera de las lindes de las urbes civilizadas. Como una mezcla de “Mad Max” y “Las colinas tienen ojos”, Lethem hace que Phoebe y Heist se sumerjan juntos en esos submundos marginales y contraculturales en busca de Arabella y establezcan un lazo entre ellos que traspasa los límites del sexo y el amor, siendo para ella también una historia de fascinación por el otro cultural y de deseo por el hombre en su expresión más viril y heroica.  Como fabulador total, Lethem se sitúa aquí en una intersección estética de sus venerados John Ford y John Carpenter.

Al final, Phoebe comprende que la vida salvaje posee una grandeza intrínseca que Nueva York, con toda su cultura, su arte y su sofisticación, nunca tendrá. Y además produce, en ese absoluto estado de libertad, romántico si se quiere, una humanidad que no se dejaría liderar por un engendro posmoderno como Trump. 

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