miércoles, 12 de mayo de 2021

FICCIÓN GNÓSTICA


[Philip K. Dick, La transmigración de Timothy Archer, Minotauro, 2021, trad.: Carlos Peralta, págs. 280] 

     ¿Cómo es posible que una novela escrita por un autor de ciencia ficción y destinada al público habitual del género haya podido plantear cuestiones filosóficas, espirituales, metafísicas y culturales de tal calado en un contexto histórico como el de los años ochenta dominado por el experimentalismo exhausto y el realismo ramplón? Este es, en efecto, el problema literario esencial al que enfrenta a sus lectores un texto de estas características, tan singular en la creación de su tiempo como excéntrico respecto de la obra anterior del autor.

Estén o no de acuerdo los especialistas, La transmigración de Timothy Archer, publicada unos meses después de su muerte en marzo de 1982, se inscribe al sesgo en la temática y las motivaciones profundas de la inacabada “trilogía divina” (también llamada “trilogía Valis”), donde Dick se planteó revisar en clave de ficción científica las cuestiones trascendentales de la historia, la política y la espiritualidad humanas. Así como Nietzsche sucumbió a la locura para consumar el designio de su filosofía, así Dick llevó al límite la experiencia mental de la contracultura (paranoia socio-política, videncia lisérgica, espiritualidad difusa, neurosis religiosa, etc.) para alcanzar un nivel de comprensión de la realidad como el demostrado en esta trilogía decisiva escrita en sus años finales, entre 1976 y 1982. La gestación creativa se produjo de un modo casual, después de un largo período de vida inestable y cierta fatiga respecto de las posibilidades de la ficción.

Por vez primera la voz narrativa, íntima, dolida y convincente, se la encomienda Dick a una mujer extraordinaria, Angel Archer, nuera de un obispo californiano, Timothy Archer, un teólogo polémico en estado de permanente búsqueda e inquisición espiritual en las lindes de la fe cristiana, y esposa de un investigador universitario, Jeff Archer, fiel réplica de su padre en otro ámbito del conocimiento, intrigado por las nefastas consecuencias históricas de la Guerra de los Treinta Años. Si al hijo le obsesiona la figura trágica del general Wallenstein, abducido por el ocultismo y la astrología hasta provocar la ruina de Alemania, como Hitler, por su ofuscación mental y reverencia a las tendencias oscuras de la realidad, al patriarca eclesiástico lo atrae poderosamente la secta gnóstica de los zadokitas, instalados dos siglos antes de la venida de Cristo en las orillas del Mar Muerto, como revelaron los manuscritos esenios de Qumrán, y entregados a enigmáticos ritos de eucaristía psicotrópica de los que extraerían la doctrina mística que Jesús de Nazaret se apropió después para la predicación y el apostolado.

Para completar el cuarteto dramático, aparece la fascinante feminista fatal Kirsten Lundborg con su hijo esquizofrénico Bill. La gran tentadora Kirsten, antes de suicidarse, seducirá al obispo Archer, exacerbando la peligrosa pulsión de sus investigaciones heterodoxas hasta la muerte final en el desierto de Judea, y se apoderará de los deseos extraviados de Jeff conduciéndolo a la confusión y al suicidio. El paradójico desenlace está cifrado en el título, pero este no desvela ni el cuerpo hospitalario que cobijará el alma errante de Timothy Archer ni el sentido de tal milagro metafísico.

Por ceguera ideológica, muchos no comprenden la coherencia de la “trilogía divina”. Estas novelas tardías de Dick consuman su narrativa, construyendo una nueva mitología cósmica para el tiempo del capitalismo triunfante y abriendo de par en par una puerta de salida de la era cristiana, una vía de escape para el cuerpo y para la mente. A fin de realizar este ambicioso proyecto de transvaloración moral era necesario parodiar, como hizo Nietzsche, el lenguaje metafórico, las ideas y las imágenes de todas las ortodoxias y heterodoxias monoteístas de la historia.

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