jueves, 25 de febrero de 2021

CANTAMAÑANAS


[Publicado el martes en medios de Vocento]

 Sale barato meterse con España. No me extraña. Aquí todo es barato y se vende barato. Vivimos en la ínsula Barataria de Sancho Panza. Un país polarizado entre Paquirrín y Hasél, las dos estrellas musicales de la cultura tribal de Atapuerca. Produce tristeza ver a la muchachada creando algaradas para defender la presunta libertad de un energúmeno cantamañanas. Y todo porque al cacique de Galapagar se le han enredado en las hebras de la coleta china las ansias de probar que en este país no existe normalidad democrática.

No sé qué es esto, ni me importa, y tampoco entiendo que por mofarse del rey o bromear sobre terrorismo alguien vaya a la cárcel. No veo el problema. La ley se corrige y punto. Si esto no es una verdadera democracia, combátela como corresponde y no la tomes con los asalariados. El gesto político más fácil, decía Pasolini, consiste siempre en enviar niñatos malcriados, universitarios ociosos y revolucionarios de pacotilla a insultar y apedrear al proletariado policial como si viviéramos en un simulacro franquista. En diez años, la indignación podemita ha pasado de revulsiva a repulsiva. Y me apena decirlo. Los tumultos callejeros son un signo de la impotencia del estilo Iglesias de hacer política frente a las estrategias publicitarias de Iván Redondo.

Es intolerable que por demostrar que tiene razón a toda costa, en su afán ilimitado de poder, el infantilismo y el resentimiento de Iglesias arrastren al país por el fango internacional. La izquierda irresponsable está dispuesta a poner patas arriba la democracia constitucional en nombre de raperos infames y politicastros subvencionados como Puigdemont. El colmo. No creo que la democracia española sea perfecta, ni falta que hace, pero al lado de la pesadilla demagógica con la que sueñan el cabecilla jacobino de Galapagar y los broncosos juglares que la ilustran con sus canciones y tuits, es un paraíso artificial de progreso y bienestar.

La cultura del tuit, en efecto, ese nuevo vertedero donde matones y bocazas evacuan a diario sus intestinos ideológicos, es la raíz del mal. La falsa democracia de las redes sociales se ha convertido en un medio de comunicación tóxica. El supuesto Lenin podemita propone ponerle bozal a la libertad de prensa mientras azuza sin control a los perros de la guerra en internet e incendia las calles con sus hordas revoltosas. Anestesiado con la pandemia, como todo el mundo, ya ni me sorprende que Sánchez no lo cese. Está esperando la autorización de Bill Gates. 

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