miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA PENÚLTIMA POSVERDAD


 [Publicado ayer en medios de Vocento]

 Ahora sabe Trump lo que pesa China en el contexto geopolítico actual. Ahora conoce la ineficacia de sus estrategias contra el coloso asiático y sus aliados occidentales. Perder esa guerra le ha costado la reelección. Y a los demás, es evidente, una pandemia que pretende reajustar la economía y la vida a la medida del nuevo orden mundial. El futuro ya no se parece a lo que pensábamos hace un año. Comprendo que la derrota de Trump provoque entusiasmo global, pero no entiendo que la victoria de Biden sea celebrada como un magno triunfo para la humanidad. Como en una reedición planetaria de “Bienvenido Mr. Marshall”, ahora resulta que debemos al benefactor Biden todo efecto positivo, desde frenar el populismo hasta producir la vacuna que genera ilusión en plena pesadilla pandémica.

La Historia, escribe Muñoz Rengel, es la historia de la mentira en todas sus facetas. La verdad aprendió de la mentira y se hizo política, dice Gracián. Las grandes mentiras del arte y la literatura son verdades como puños. Y las supuestas verdades de la política, la religión, la economía y la tecnología son grandes ficciones al servicio del poder en su voluntad de controlar y manipular la realidad. Con esto del virus de ojos rasgados se cumple el axioma. Cuanto más grande sea tu mentira, más fácil es que todo el mundo la crea. La mayoría solo demanda un anzuelo bien cebado que morder con fuerza. Una verdad oficial que suscribir sin rechistar. En el mundo digital, los mentirosos compulsivos pasan por oráculos de la verdad y los escépticos son tomados por payasos ideológicos que desafían la retórica engañosa del poder.

La existencia de vacunas a punto de llegar al mercado es una promesa que aparece tras las elecciones americanas como estímulo para el pueblo que ha destronado al tirano. Así funcionan las élites globales. Premiando o castigando las decisiones libres de los votantes. Un amigo médico me dice que esta sobreactuación deriva de la pérdida de la ilusión de control. Cuando los gobernantes se dan cuenta de que ya no controlan nada, como un padre paranoico, intentan recuperar la fantasía de que siguen al mando forzando medidas extremas que mitiguen su descrédito. Sin justificación científica, padecemos un régimen policial tan restrictivo como una dictadura. Un confinamiento que favorece los intereses políticos de quienes gobiernan en contra de los ciudadanos. Nos retienen castigados, como a colegiales revoltosos, y tan contentos. En las próximas elecciones nos encontraremos. 

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