jueves, 15 de octubre de 2020

CIBORGIANO


     [Germán Sierra, El artefacto, De Conatus Publicaciones, págs. 94] 

Germán Sierra es un excéntrico personaje. Un cruce exitoso de neurocientífico y escritor, un híbrido perfecto de ambas vocaciones obtenido en ese laboratorio formidable que es el proyecto de tener una vida propia al margen de gustos masivos y tendencias mayoritarias. Sierra es autor de cuatro novelas (El espacio aparentemente perdido, La felicidad no da el dinero, Efectos secundarios, Intente usar otras palabras y Standards) y un libro de relatos (Alto voltaje) que lo colocan en la vanguardia de los narradores de nuestro presente y también de nuestro futuro.

El mundo es una máquina de ficción. Y Sierra conoce sus mecanismos. Publicidad, cine, moda, televisión, fotografía, música, internet. Sí, todo eso y mucho más. Las fantasías, los sueños, los deseos. Imágenes, historias, fantasmas, sensaciones, espectáculos, relatos. Eso es el mundo. Eso ha sido siempre y eso es ahora, más que nunca, antes y después de la pandemia, cuando la tecnología más sofisticada y las pantallas ubicuas suministran a los usuarios multitud de imágenes del mundo en un flujo incesante, monótono, repetitivo. En obras anteriores, la combinación de mirada científica y experimentación literaria servía a Sierra para mostrar la fascinación del neocórtex cerebral por el azar, el devenir y la incertidumbre como procesos de un mundo en mutación radical. El mundo, como el cerebro, se compone de redes, de nodos neurológicos, de puntos interconectados que no solo intercambian información, sino que la transforman, transformándose a su vez en núcleos narrativos que expanden la red con nuevos contenidos.

En esta nueva novela, escrita originalmente en inglés, Sierra sintetiza sus modos de dicción y de ficción para registrar la génesis de un extraño pliegue deleuziano instalado en la frontera entre la realidad biológica del cerebro humano y el dominio cibernético de los circuitos y algoritmos de una máquina diferente, un híbrido milagroso de tejido celular y corteza computacional. Una máquina singular que, en correlación con el cerebro que la ha generado, no aspira ni a la inteligencia ni a la divinidad absoluta. Una máquina poética, un “artefacto”, como la novela misma.

Los componentes de ficción y los compuestos de tecnología producen en esta novela una amalgama estilística como este pasaje donde poesía y ciencia se acoplan con insólita belleza: “la vida no es, a fin de cuentas, casi nada, solo un pequeño remolino en un Universo maravillosamente inorgánico; un vórtice diminuto, un estremecimiento microscópico en una mota de polvo quemada por las estrellas y arrastrada por el gran grito”.

Por desgracia, en un contexto cultural tan tecnológico como el presente, no abunda la ficción cibernética, la ficción que aborda las cuestiones esenciales sobre las relaciones entre la computación de la información y la realidad, los procesos cognitivos en el cerebro biológico y en las redes neuronales de fabricación artificial. Esta curiosa omisión se debe, sin duda, a la actitud de la mayoría de los lectores que, como los peces, prefieren seguir nadando en el agua sucia sin pensar mucho en la composición de esta.

Este brillante texto de Sierra, en su textura verbal, en su combinación del lenguaje de la ciencia y las metáforas más audaces de la literatura, con ciertos ecos del ciberpunk, no demasiados, y ciertos deslices en el ensayismo especializado y la comunicación científica de nociones experimentales, transmite al lector una cartografía abstracta de las líneas y relieves del mundo contemporáneo en toda su vastedad ciborgiana, esto es, cibernética y borgiana a partes iguales. El sujeto protagonista es, precisamente, un ciborg, un individuo que pierde un brazo orgánico tras un accidente de automóvil causado por un dron y le implantan una prótesis inteligente que lo pone en conexión íntima con el mundo cibernético, primera transición en el complejo devenir de la trama.

            Esto supone el principio del fin de lo humano y el comienzo de algo nuevo que no sabemos nombrar aún. Ese instante creativo, descrito por Deleuze, en que las fuerzas humanas se alían con otras fuerzas (las partículas, el cosmos, el silicio, etc.) y dan lugar a una nueva forma, que ya no es humana ni biológica, en el sentido clásico, pero tampoco puramente artificial.

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