miércoles, 24 de junio de 2020

SOBERANA INTELIGENCIA



[Manuel Arias Maldonado, Nostalgia del soberano, Libros de la Catarata, págs. 190]

        Este libro, no sé por qué, me recuerda a Las Meninas. O, más bien, el dispositivo pictórico de Las Meninas es similar al concepto político y al fenómeno social de los que habla este libro. Como sabemos, en Las Meninas Velázquez se autorretrata pintando un retrato de la pareja real española, el rey y la reina, como escribiría Sender. Estos son excluidos del cuadro y solo aparecen de manera marginal reflejados en un espejo que aparece al fondo de la espaciosa estancia y del cuadro que la describe en toda su amplitud como factoría de producción simbólica…Pero, además del pintor, hay otra figura al fondo de la estancia que se manifiesta como presencia fugaz o pasajera, detenida en el vano de una puerta, un nuevo espectador visible, un curioso personaje ensimismado en la contemplación posterior de la escena desde el punto de vista antagónico al del monarca ausente o el espectador invisible. Observa desde el trasfondo, desde atrás, como si para que funcione el trampantojo o la pantalla visual del poder todo deba volver su rostro al soberano, incluido él que pasaba por allí acaso por casualidad. La posición retrasada en que el cuadro fija a este observador casual es simétrica en su frontalidad a la del espectador y representa su antagonista. Ya no el personaje del espectador fascinado con el mecanismo puesto en escena como imagen de poder, sino el analista desengañado o escéptico que despoja de adornos la representación en curso y deja al desnudo todos y cada uno de sus engranajes sin sucumbir a las ilusiones  que el poder debe poner en marcha para encubrir sus intenciones, medios y fines. Ese lugar crítico es el lugar que quizá ocupe el autor de este libro, si tenemos en cuenta los análisis rigurosos realizados en sus páginas, y también, por qué no, de cada uno de sus lectores. En la alegoría del cuadro, ese lugar desplazado es el de la inteligencia soberana. La inteligencia soberana es esa facultad única, extraordinaria, que ve lo que nadie ve. Lo que está en el cuadro y lo que no, cómo funcionan los reflejos y las imágenes, cuál es la seducción que ejercen sobre el que los mira sin interrogarse por su origen. Ella sola ve, a la vez, la figura real del monarca, plantada frente a su personificación en el espacio exterior al cuadro mismo, y su imagen pintada en el lienzo, con todos los rasgos que permiten reconocerla. Esta figura analítica, implicada en la representación de un modo distinto que los demás, a pesar de todo lo que también tiene en común con ellos, no necesita, como el espectador que somos todos, el reflejo en el espejo para corroborar la presencia real que se manifiesta en el cuadro como ausencia divina. Ve la realidad y el artificio del poder, del Estado, de la política, al mismo tiempo, en planos simultáneos, en dimensiones sincronizadas. Nostalgia del soberano, dice Arias Maldonado que sentimos en estos tiempos de incertidumbre y complejidad. Soberana nostalgia de la inteligencia soberana, más bien.

[Extractos del ensayo en curso Nostalgia de la inteligencia soberana]


Todo este guirigay hipermoderno del que se ocupa Arias Maldonado con erudita inteligencia comenzó con la caída de las narrativas maestras con que la humanidad había intentado dar sentido a su destino terrenal. En principio fue el relato cristiano de salvación metafísica que luego se hizo relato racional emancipador con la Ilustración para convertirse, primero, en epopeya romántica hegeliana y, después, en ficción científica de transformación del mundo e instauración de la utopía marxista. Sobrevivimos ahora entre las lujosas ruinas del último metarrelato de la historia, que no se reconoce tal a pesar de su poderío e influencia sobre la realidad: el relato neoliberal de que la economía capitalista y el desarrollo tecnológico e industrial bastarán para salvar materialmente a los humanos de la miseria y la infelicidad.
Arias Maldonado ha elegido un tema espinoso para poder, al mismo tiempo, desarrollar una convincente reivindicación del liberalismo moderno que desemboca en la fundación de las democracias parlamentarias. Pero la sutileza de su maniobra ideológica consiste en partir de un ángulo original, una perspectiva polémica que le permite designar al antagonista más insidioso de dicho sistema político: el populismo como sentimiento de nostalgia por una forma de poder que realice sin trabas los fines que la política convencional claramente no consigue.
En este sentido, su revisión de la historia de la soberanía resulta tan instructiva como heterogénea, desde Hobbes y Rousseau a Constant, Schmitt o Arendt, demostrando en cada caso cómo el contexto histórico y las circunstancias peculiares de las diversas sociedades determinaron el pensamiento de cada uno de ellos como respuesta o solución provisional a una problemática que iba modulándose conforme pasaban las épocas y sus turbulencias concretas. Los lectores de Arias Maldonado conocemos su afinidad liberal con Hobbes y Constant, pero la reiterada consideración de las ideas de un conservador de la envergadura de Schmitt demuestra que no solo es capaz de afilar su pensamiento en pugna con filósofos dialécticos como Hegel o Marx, sino también con escritores reaccionarios como De Maistre.
En otro capítulo sustancioso discute Arias Maldonado con agudeza sobre la potencia y la impotencia de la política en términos que casi admiten una traslación sexual. La política no es omnipotente, lo sabemos, ni tampoco impotente, faltaría más. Que economice su poder y lo ejerza con prudencia no conduce, sin embargo, a que no pueda nada contra la intromisión dañina de otros poderes, según pretenden los populistas de derecha e izquierda, nostálgicos de una soberanía nacional, mesiánica o carismática, más que dudosa en un contexto globalizado.
La complejidad y pluralidad social y cultural que caracterizan al presente transforman el poder político en labor de vigilancia experta para evitar abusos y excesos nocivos del sistema, como comprobamos en esta renovada crisis económica disfrazada de alerta sanitaria. El populismo es una actitud peligrosa, desde luego, cuando no sirve de voz de alerta contra los males reales que afectan a la gente. Pero la indiferencia elitista ante estos problemas debería ser motivo de preocupación para cualquier defensor de la democracia liberal. Ambos fenómenos se retroalimentan. Y la democracia misma se muestra tan dependiente del mercado soberano, excitando falsas expectativas de felicidad en los consumidores, que habría también que buscarle enemigos íntimos que socavan con sus acciones los fundamentos constitucionales y lo reducen todo a parámetros económicos, publicitarios o tecnocráticos.
El pesimista escéptico que Arias Maldonado recomienda como figura idónea a la situación actual debe considerar todas estas cuestiones con soberana inteligencia, como hace el autor, antes de precipitarse en las facilidades del juicio o el prejuicio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario