viernes, 7 de septiembre de 2018

MEA CULPA



[Publicado en medios de Vocento el martes 28 de agosto]

Con porras y policías torturadores es muy fácil gobernar. Cualquiera lo haría usando la dialéctica de los puños y las pistolas que predicaba el fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, convertido ahora, por decreto, en una víctima más de la Guerra Civil. Mientras Sánchez amenaza con expoliar el sepulcro del dictador, a los bocazas de la derecha mediática les ha dado por contar maravillas sobre la era franquista. Estas recreaciones de la mente nostálgica son falacias. Como la mujer maltratada, el pueblo que sufre violencia y represión acaba agachando la cabeza y resignándose a su inicuo destino, pero no adorando a su verdugo.
Cuando la momia de Franco salga de la tumba no caerá sobre nosotros ninguna maldición, esta tuvieron que soportarla los españoles treinta y seis años, pero tampoco ninguna bendición eficiente, como las que imparte sin cesar el papa Francisco para conjurar el espíritu pederasta que carcome los pilares de su Iglesia. Franco saldrá de nuestras vidas, al fin, y entrará en la historia como un muerto más, transformando el feo santuario de Cuelgamuros en un parque temático consagrado a la fraternidad nacional y su efigie, por qué no, en una máscara de Halloween con la que asustar a los incautos durante la noche de difuntos. Como Hitler o Stalin, Franco es otra de las figuras terroríficas del siglo XX. La personificación local del ejercicio totalitario del poder en nombre de una causa infame. A Franco tampoco le tembló el pulso cuando se trató de exterminar a la población que no comulgaba con el triste ideario nacional-católico. Que la conferencia episcopal no se inmute con la exhumación no es un signo de cobardía, como creen los meapilas de la derecha mediática, sino de culpabilidad y bochorno. Fue la Iglesia, mucho más que el pálido remedo falangista, quien sostuvo al dictador en su trono y potestad desde el inicio de la guerra hasta el fin de sus días.
El pacto de la transición ata lenguas y manos, pero este lío del desahucio de los desechos del dictador ha revelado, acaso sin querer, que en España había muchos más franquistas durmiendo la siesta de los que los sociólogos habían detectado con sus radares ultrasónicos. El decretazo de Sánchez ha servido para destapar esa trama oculta de apologetas del régimen autoritario. Han salido del armario donde llevaban encerrados cuatro décadas, oliendo a cadaverina y a ropa rancia, y ya no importa si Sánchez abusa de la ley para robarle votos a Podemos, limpiar la imagen inquisitorial de España o encubrir sus vicios caseros. Cada país tiene su vergüenza y su dignidad. La política inteligente desactiva una mientras reactiva la otra. Sánchez ha hecho muy bien. Decreto al canto. Para que los nostálgicos se atraganten a pleno sol. Y pa´lante, que ya vamos tarde.

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