lunes, 17 de septiembre de 2018

FANTASÍA



[Publicado en medios de Vocento el martes 11 de septiembre]

Cataluña tiene un marrón muy gordo. Desmontar un simulacro es más costoso que montarlo. Y no realizarlo tan nefasto como prometerlo. Los “fistros carolistas” son un escollo aún más peligroso que los “fistros felipistas”. Y que no se entienda este homenaje al cómico Chiquito como un guiño de la Andalucía sociata de los ERE a la Cataluña convergente del tres por ciento. Intento inyectar humor en un tema fúnebre. El problema español, no obstante, es el más grave de todos. Un síntoma de debilidad nacional. Cómo ha permitido el Estado que se construya en sus dominios una fantasía nacionalista de ese calibre. Los responsables del desaguisado debieron creer, con buena fe democrática, que los símbolos, la lengua y las festividades del terruño eran solo vistosa decoración folclórica para el cortijo nororiental. Qué ingenuos.
Se conmemora hoy una efeméride fantasma que no alertó a los líderes de la Transición cuando fue legalizada. Nadie imaginó entonces que esa semilla maldita, regada año tras año con espuma del Penedés y abonada con pagos corruptos, iba a producir esta jungla monstruosa de esteladas y lazos amarillos. No hace falta saquear la Wikipedia para entender qué festejan con tanto bullicio callejero como victimismo político. No es la defenestración de Rajoy, no, sino la caída de Barcelona en 1714 durante la Guerra de Sucesión, ese “juego de tronos” a la española. Por intereses espurios, los catalanes tomaron partido activo por los austriacos, dinastía retrógrada, contra la monarquía borbónica, más moderna. Tres siglos después, los catalanes “ostracistas”, tan cabezones como su líder bicéfalo, siguen celebrando el error como si la derrota reaccionaria fuera una hazaña heroica. Ironía infinita de la historia.
Torra es un pésimo actor, dentro y fuera del escenario. Y no porque no crea en su papel, sino porque se lo cree en exceso. Para que nadie dude de su vocación mesiánica, organiza en el Teatro Nacional de Cataluña una pantomima siniestra en la que predica ante sus fieles un sinfín de falsas bienaventuranzas. Torra es un megalómano y se cree Martin Luther King. Hay que tener la cara tan dura como un pedrusco de Montserrat para atreverse a comparar a los privilegiados contribuyentes de la república catalana de Ikea con los oprimidos afroamericanos. Antes era capaz de reírme a carcajadas con las bromas de la novísima hornada de cómicos independentistas. Pero ahora se han vuelto unos pesados. Sus disparates ya no tienen gracia. Sus monólogos son monsergas de iluminados. Sus apariciones televisivas, chistes para zombis. Y sus manifestaciones, para qué mentir, espectáculos de una cursilería inaguantable. Cataluña no sería mejor sin España, es un infundio, pero el deseo de separarse está haciendo peor a Cataluña. Europa mira para otro lado. A este paso, la Diada se convertirá en la celebración de una derrota real. Y esta vez perderemos todos.

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