viernes, 17 de agosto de 2018

DIOSES Y BOLARDOS


[Esta columna se publicó en medios de Vocento el 29 de agosto de 2017, días después de los atentados de Barcelona y Cambrils, y expresa mi opinión de aquel momento. Nada de lo que se ha sabido desde entonces, por desgracia, me ha hecho cambiar de opinión. Un año después…]

A Juan Goytisolo

Los atentados terroristas sirven para todo. Los topicazos políticos y la repulsa ciudadana envuelven el horror de los asesinatos en un velo inexpugnable. Al mismo tiempo, los análisis inteligentes se desatan y así tenemos acceso a verdades terribles que las mentes pensantes, aún existen, se las arreglan para difundir rompiendo la barrera del ruido mediático.
            Algunos políticos han demostrado estar más interesados en salvar el culo que en proteger a los ciudadanos. Yo entiendo que las políticas de integración fracasan y que demonizar al musulmán es una actitud inicua y peligrosa. Pero no hay un dios que comprenda la situación del Islam en Cataluña. De ahí el múltiple impacto de los atentados. Una sociedad plural y diversa, fundada en la integración pacífica y el rechazo a las ideas xenófobas, según recordaban sus líderes, cómo ha podido suscitar la violencia asesina de los que ponen la ley de Alá por encima de la vida humana. Esa cultura abierta no se explica la carnicería terrorista sin engañarse, confundiendo tolerancia y respeto con masoquismo y autoflagelación. No se puede sostener una visión ingenua del otro sin poner la otra mejilla. «No tenemos miedo», en catalán o en español, es un lema concebido para encubrir los errores ideológicos de quienes no quieren afrontar con realismo el odio islámico a las sociedades libres, donde todo lo que su religión defiende como sagrado no es considerado un dogma.
La comunidad musulmana de Ripoll debería preguntarse qué ha fallado, por qué no controla a los fanáticos que ponen en peligro con sus crímenes atroces la supuesta convivencia multicultural. Todavía no sabemos si el imán infiltrado predicaba la verdad del Islam en la mezquita, ante sus fieles, o en la cutre furgoneta donde adoctrinó a la camada negra de los niñatos salafistas. Solo faltaba el yihadista de acento cordobés proclamando por internet la reconquista de al-Ándalus para meter el dedo en la llaga de la educación pública.
Es hora también de preguntarse quién financia las mezquitas, máquinas de propaganda al servicio del fundamentalismo islámico. El colonialismo nos ha hecho ricos y culpables, desde luego, pero no somos los únicos responsables de que numerosos países mahometanos hayan retrocedido en los últimos decenios a una era medieval de pobreza tercermundista y guerra permanente. Los petrodólares que alimentan el combustible del terrorismo con valores teocráticos lo hacen con una impunidad que solo se justifica por cínicas razones económicas.
Una religión que no tolera ser criticada no puede proclamarse religión de paz sino credo totalitario. Díganlo Salman Rushdie y tantos otros perseguidos por imanes y ayatolás. Los demócratas tampoco podemos aceptar que, tras haber desacreditado el poder de nuestras religiones, tengamos ahora que soportar la sinrazón de los mitos coránicos.
Mientras haya dioses sedientos de sangre sueltos por las calles, necesitaremos algo más que bolardos para protegernos.

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