viernes, 6 de abril de 2018

SECRETO A VOCES


[Eloy Fernández Porta, En la confidencia. Tratado de la verdad musitada, Anagrama, 2018, págs. 201]

En la era de la transparencia, el secreto, como la “carta robada” de Poe, salta a la vista, invade los lugares públicos con ostentosa obscenidad y provoca la reacción del receptor ingenuo. Cuando nada es secreto, el secreto se vuelve la mercancía más valiosa, el género vendible que hay que crear, producir, inventar o generar de antemano para así poder preservar una idea convencional de la realidad. La ilusión o el fantasma de que hay todavía un descubrimiento trascendental por realizar. En el fondo, el mundo de la información se nutre del cotilleo y el chismorreo, la calumnia y el cotorreo permanentes. La información en estado puro, sin mancha psíquica, desprovista de suciedad subjetiva, es demasiado revolucionaria y tóxica para el cerebro del homínido consumidor. El secreto humaniza la realidad, convierte el escenario del mundo en zona de confort, sala de espera repleta de accesorios tranquilizantes, un ámbito controlado y calentito donde estar a gusto con su pequeño ego a cuestas y no una gélida nave espacial lanzada al cosmos infinito y más allá de las estrellas, como pretende la cibernética, esa ciencia de la gestión deshumanizada de la información.
Alguien podría decir todo esto, creyéndolo una revelación mediática o una epifanía de la verdad, pero no Fernández Porta, el pensador más original de la cultura contemporánea. Con Fernández Porta siempre hay que empezar hablando de la escritura. De las cualidades de la escritura. Del estilo. No es un tema baladí. Como pasa a muchos que enuncian en público el gesto prestigioso de pensar, la prosa no logra atrapar la idea, se les escurre como un pez entre los agujeros de la red. Sin el impulso de la escritura el pensamiento no alcanza nivel suficiente. Lo primero a celebrar en Fernández Porta, por tanto, es que la destreza léxica y estilística no solo sirve de plataforma al despliegue del pensamiento y a la exhibición de conceptos, sino que los potencia al máximo grado, demostrando que no existe sintaxis vigorosa sin una sinapsis efectiva, una conexión neuronal que imprime a la idea una marca lingüística indeleble. Sometiendo la escritura a una técnica eficaz de expresión irónica y análisis incisivo, Fernández Porta logra en este magnífico ensayo desvelar los secretos y mentiras de esa “esfinge sin secreto”, como diría Oscar Wilde, que es la vida hipermoderna en todas sus manifestaciones.


Capítulo tras capítulo, Fernández Porta examina con humor las pandemias comunicativas de este tiempo espectacular, revisando en forma de secuencias discursivas, o viñetas retóricas, todos los mitos e infundios del nuevo contrato social fundado en la circulación frenética de noticias y anécdotas sobre la intimidad más expuesta. Con ejemplos tan a mano como la falacia psicológica de las redes sociales, la pornografía emocional de todas las conversaciones, las confidencias forzosas de madrugada, el sexo telefónico globalizado, el porno amateur vengativo, los oscuros secretos de Estado y la transparencia fraudulenta de sus agencias, la cuidadosa puesta en escena de las salidas del armario, la identidad digital, las fotografías difundidas en internet, las sinergias del verbo femenino o las denuncias de la abyección masculina. No falta en este tratado exhaustivo de modos de manifestarse “la verdad musitada”, como reza el subtítulo del libro, la presencia ilustrativa de un canon de libros, música, películas, cuadros y fotografías artísticas, telerrealidad vulgar y cómics urbanitas. Demostrando, en definitiva, que el goce del secreto a voces afecta a todos los ámbitos de la existencia, desde los más pedestres y cotidianos a los simbólicos y a veces sublimes.
Un pensador tan sintonizado con los signos intempestivos del presente no podía limitar su discurso al rigor del puro análisis sin autorretratarse. Es lo que hace Fernández Porta, con brillantez y honestidad, en la serie de diez textos autobiográficos, intercalados entre capítulos, donde relata sin pudor su transformación de receptor generoso de confidencias ajenas, en sus años juveniles de aventurero universitario y descubridor de nuevos mundos allende los mares, en bloque hermético, sujeto inexpresivo e insensible, negado a la empatía fácil, tras la muerte consecutiva de sus progenitores. El vaciamiento nervioso de la personalidad, narrado aquí con tono confesional no exento de ironía, ha hecho del pensador agudo un escritor hipersensible a las contradicciones y frecuentes incongruencias de la conducta y el uso de la palabra. Esta es la paradoja del confidente encriptada en el trasfondo del libro. La intimidad individual solo alcanza el éxtasis en la exposición total (activa o pasiva) a los otros. O al Gran Otro, más bien, ese aleph de dimes y diretes llamado con ingenio corrosivo, en las desternillantes páginas finales, “el Verduléitor”. [¡Madre mía, si se entera el susodicho!]

CODA: Y ya saben, nunca hablen de este libro en voz alta. Esgriman una estrategia de sigilo en torno a su contenido confidencial. Para darle cierta publicidad, si no poseen poderes telepáticos acreditados, sean discretos como un agente encubierto del CNI, resígnense a susurrar fragmentos aprendidos de memoria sin molestarse en entenderlos, musiten palabras huecas sobre sus ideas más modernas y atrevidas, cotilleen con su pareja sobre los secretos familiares o sexuales mejor guardados de su autor secreto, insulten, calumnien y difamen a este cada vez que se les resista la estructura profunda o el sentido superfluo de una parrafada impertinente. Se han ganado ese derecho intransferible al comprar el libro. Pero ni se les ocurra, bajo ninguna circunstancia, recomendarlo como lectura del mes a sus amistades ni comentarlo en ningún foro de intercambio sin su permiso expreso. Desengáñense, nunca lo obtendrán. Para hacerle justicia a su planteamiento perverso, la circulación de un libro como este debería producirse sotto voce. Clandestina, minoritaria y hasta sectaria. Subliminal como el W.A.S.T.E. de Thomas Pynchon. Por debajo del umbral de comunicación convencional. Al margen del ruido corruptor de los discursos oficiales. Lejos del radio de acción de suplementos culturales y revistas especializadas. Fuera de la tierra baldía de los programas literarios de televisión y radio. Háganlo solo, si no pueden aguantar las ganas de compartirlo, en blogs desahuciados y con escasez estadística de visitantes. El autor se lo agradecerá con creces, como no podía ser de otra manera, sí, guardando un respetuoso silencio…

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