lunes, 2 de abril de 2018

DOBLADORES DE CUCHARAS



[Daryl Gregory, La extraordinaria familia Telemacus, Blackie Books, trad.: Carles Andreu, 2018, págs. 542]

            Antes de que esta divertida novela, cuyo título original (“Spoonbenders”) rinde homenaje irónico al ilusionista Uri Geller, se transforme en teleserie de éxito, conviene quizá plantearse uno de los dilemas artísticos más importantes de nuestro tiempo: qué formato narrativo (audiovisual o novelesco) se ajustaría más a la excéntrica historia de una familia de mentalistas que se extiende entre la década de los sesenta y ese año clave de la era Clinton que fue 1995, cuando internet iniciaba su expansión social y el mundo desconocía las mutaciones radicales del nuevo siglo.
El primer acierto de Gregory en su sexta novela reside en la datación histórica. Elegir el género de la novela de familia constituiría otro acierto de signo más paradójico. De ese modo, lo familiar se hace extraño y lo extraño familiar. Como aconsejaba Aristóteles, la familia consanguínea y sus ramificaciones genealógicas deben ocupar el centro de cualquier trama trágica o dramática, pero también cómica. Y si esa familia es, por añadidura, una estirpe de individuos dotados de poderes psíquicos, esa trama combinará múltiples registros narrativos para dar cuenta de la rareza melodramática de sus personajes. Por esta razón, Gregory, escritor versado en subgéneros fantásticos y especulativos, ha preferido ambientar su ficción en un entorno urbano realista como Chicago.
A pesar de este detalle, la novela comienza con una escena fabulosa que anticipa el estrambótico mundo en que se sumergirá el cerebro del lector. El viaje astral de Matty, uno de los adolescentes de la familia, en el instante eléctrico en que una subida de tensión sexual, secuela del fisgoneo de la intimidad de su fascinante prima Malicia, desencadena en él una escisión entre la mente y el cuerpo que le permite emprender su primer vuelo mental sobre el abigarrado mundo de los humanos.


Pero Matty es solo el nieto superdotado de una familia compuesta por un grupo humano tan singular como sus destrezas sobrehumanas. El abuelo Teddy Telemacus, fabulador carismático y jugador de envergadura, la difunta abuela Maureen McKinnon, transmisora genética de los poderes psíquicos de la prole, y tres hijos: Irene, detectora compulsiva de mentiras ajenas, Frankie, fallido explotador de su don, y el visionario Buddy, paralizado a causa de sus precogniciones. Irene es la madre soltera de Matty, Frankie, casado con Loretta, es el padre de tres niñas encantadoras, Malicia y las gemelas Cassie y Polly, mientras Buddy permanece en un celibato tortuoso.
El patriarca Teddy se encarga de preservar la memoria mítica de los orígenes familiares, contando historias inverosímiles y evocando anécdotas de cuando la familia Telemacus se paseaba por los platós televisivos realizando espectáculos paranormales, hasta que un fallo imprevisible de Maureen los sumió en el fracaso y el olvido. Teddy y Maureen se conocieron durante un experimento científico universitario y él, desprovisto de poderes pero sobrado de talento como prestidigitador, enamoró a la vidente Maureen, se casó y vivió con ella hasta el día en que, entrando en la treintena, se autodiagnosticó un cáncer de ovarios incurable.
El secreto de la familia, no obstante, se va revelando a medida que avanza la novela y tiene que ver con la colaboración de la mente portentosa de Maureen con el gobierno americano durante la guerra fría. El desenlace feliz de esa trama enredada es propio de la era Clinton: esos años del deshielo en que se creyó por última vez que la geopolítica y la historia podían firmar un tratado de paz perpetua.
En suma, una gran novela extravagante que cuenta una historia original sin perder la gracia humana del relato ni la sensibilidad contemporánea para las vidas diferentes.

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