viernes, 2 de junio de 2017

ME ACUERDO DE PEREC

[Georges Perec, Me acuerdo, Impedimenta, trad.: Mercedes Cebrián, 2017, págs. 176]

Yo también me acuerdo de Georges Perec (1936-1982). Me acuerdo de novelas memorables como La vida, instrucciones de uso (1978), Las cosas (1965) o El secuestro (La disparition, 1969), ficciones innovadoras que dilataron las concepciones vigentes sobre la relación entre narrativa y mundo, instrumento verbal, imaginación singular y taxonomías colectivas; por no hablar de El gabinete de un aficionado (1979), un tratado posborgiano sobre la impostura, la simulación y la falsedad fundacional de la realidad. Me acuerdo muy bien de todo esto, y de esa pequeña joya del humor total que es Quel petit vélo à guidon chromé au fond de la cour? (1966), confirmando que la insubordinación ética es correlativa a la insumisión estética.
Me acuerdo también de mucho de lo que se ha escrito sobre Perec y merece ser recordado. Pero no me acuerdo de que se haya asignado a este curioso libro de 1978 (publicado ahora por segunda vez en español [la primera fue en 2007 en la editorial Berenice]) el lugar que le corresponde: no el de la memoria humana, labrada con recuerdos y olvidos de carne y hueso, sino el de la memoria artificial, reconstruida con recuerdos postizos, aberrantes, intersubjetivos. La memoria colonizada de la sociedad de consumo.
En la superpoblada Biblioteca de Babel, esta falsa autobiografía psíquica de Perec se ubicaría, por tanto, entre el Proust del “tiempo recobrado” (del que Perec se burla en parte) y el semiólogo Roland Barthes (al que emula en parte también) como autor de esa obra seminal que es Mitologías, donde conseguía desnudar los mecanismos ideológicos y la mentalidad publicitaria de la sociedad contemporánea. Me acuerdo, en este sentido, de que la fórmula inicial reiterativa “Je me souviens” (“Me acuerdo”), con independencia de su inspiración original en el libro de Brainard, me ha parecido siempre una parodia intencionada del “J´accuse” de Zola. Levantar un testimonio parcial y fragmentario de su época constituye la función crítica del libro, larvada tras la catalogación banal de sus predicados.
Me acuerdo también de que muchos han tomado el breviario memorístico de Perec, concebido con una lógica digna de un avanzado programa informático, por un paradigma literario de evocación de sus vivencias personales. Sin embargo, lo único evocado y revocado aquí, en el fondo, es el conjunto de trivialidades estadísticas que componen la vida de un sujeto cualquiera en un país desarrollado cualquiera durante la segunda mitad del siglo XX. Esto mismo es lo que convierte este libro, delicioso por su ironía latente y su ingeniosa concepción gnómica, en un tratado aliterario sobre la desmemoria como gran epidemia de nuestro tiempo: Perec replica en la disposición serial y aleatoria de sus enunciados los procedimientos con que las tecnologías de la información y la comunicación neutralizan y aplanan las diferencias entre lo relevante y lo nimio. Recuerdo que Perec era sociólogo de formación, lo que podría asimilarlo al Baudrillard del Sistema de los objetos y La sociedad de consumo. En este sentido, me acuerdo de que Perec pensaba con razón que para alcanzar el grado de realismo exigible a una obra narrativa contemporánea se debía recurrir, paradójicamente, a los dispositivos de expresión y las estrategias creativas más artificiales.
Me acuerdo de que Perec parecía algo olvidado por aquí últimamente, tras la eclosión de su presencia editorial a finales de los ochenta. Me acuerdo de entonces. Es una magnifica iniciativa publicar Me acuerdo ahora que todos, los jóvenes y los menos jóvenes, vivimos al borde de la amnesia, como robotizados personajes de una novela de ciencia ficción (subgénero que gustaba a Perec, según recuerdo). Me acuerdo de que Perec murió en 1982 y no tuvo ocasión de ver Blade Runner. En cierto modo, este libro inclasificable prefigura con humor el modelo mnemónico de los androides del presente y del futuro.
Me acuerdo también de que yo pensaba entonces que un lector ideal debía ser capaz de sostener en su mano derecha los libros de Perec y en la izquierda, a pesar de su tamaño, los de Thomas Pynchon (¿o era al revés?). Me acuerdo de que esta concepción estereoscópica de la ficción era una prueba de la importancia de Perec. Una prueba de la importancia de la literatura quizá. No sé. Me sigo acordando mucho de Perec, después de todo este tiempo. 

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