miércoles, 10 de mayo de 2017

JARDÍN FRANCÉS


Un jardín francés es un espacio presidido por la majestad del orden geométrico. El jardín inglés, en cambio, lo rigen las emociones primarias, los paisajes pintorescos y la nostalgia artificial. En un jardín francés, la vegetación se clasifica por tamaños y formas constituyendo un suntuoso modelo de organización cartesiana de la realidad. La racionalidad no es belleza, pero si es eficiente termina resplandeciendo como la luz del sol. Este es el modelo ideológico de Emmanuel Macron, el nuevo Napoleón del Elíseo.
En Francia mandan las élites y Macron se ha erigido en su líder novelesco renovando el pacto de modernidad que convirtió al país en una potencia mundial en la posguerra, cuando los principales estamentos del poder y la industria se aliaron para crear una tercera vía más ilustrada entre el capitalismo americano y el comunismo soviético. Con altos y bajos, Francia ha sido desde entonces un Estado tecnocrático eficaz dirigido por la todopoderosa razón y la inteligencia matemática de sus élites. Francia no podía caer en las manos ineptas del populismo identitario sin arruinarse. La tecnocracia francesa es la gestión de altos funcionarios formados en grandes escuelas mientras el lepenismo solo representa el movimiento reactivo de los que se sienten aplastados por las élites. Y Macron, filósofo antes que financiero, presidirá una Francia hipermoderna que apuesta por consumar su destino tecnológico en la era digital.
Los que juegan sucio con su nombre no comprenden que Macron no es un apellido común sino un acrónimo. Siglas de un ente corporativo que nadie sabe descifrar. Su ambiguo programa está diseñado como síntesis política para gustar a todo el mundo excepto a los populistas. La incertidumbre cuántica de su ideario permite que se le pueda considerar de izquierdas o de derechas según la perspectiva del observador. Tras el semblante mediático de Macron se oculta un histrión maquiavélico instruido por su mujer desde la adolescencia para seducir con sus maneras eclécticas a unos votantes hartos de pugnas espurias entre partidos amortizados.
El mustio Mitterrand fomentó el Frente Nacional para debilitar a la derecha gaullista. Es un signo propicio de los tiempos que el partido socialista y sus rivales históricos fracasaran en estas elecciones a la vez que el lepenismo descubría sus límites. Francia solventa así los desaguisados del siglo veinte y se instala en el veintiuno, procurando una lección política al mundo occidental.
Todo esto me cuenta el domingo frente al mar un cónsul retirado para convencerme de solicitar cuanto antes la doble nacionalidad. Si Macron gobierna con inteligencia, podría salvar la democracia tricolor y destruir a la chusma fascista. El viejo cónsul recupera el orgullo patriótico silbando “La Marsellesa” mientras el día se apaga como un candelabro versallesco hasta dar paso a la noche. En el cielo vacío se perfila ya el ascenso de la influyente constelación Macron. 

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