lunes, 26 de septiembre de 2016

EL GRAN GADDIS (FINAL)


[William Gaddis, Su pasatiempo favorito, Sexto Piso, trad.: Flora Casas, 2016, págs. 693]

Los lectores en español tenemos la inmensa fortuna de disfrutar ya de la obra narrativa completa de William Gaddis (1922-1998) gracias a la espléndida labor de la editorial Sexto Piso que, con admirable constancia, ha traducido las tres novelas inéditas (Jota Erre, El gótico del carpintero y Ágape Ágape) y recuperado las dos publicadas con anterioridad (Los reconocimientos y Su pasatiempo favorito). Recuerdo muy bien el momento en que supe que Su pasatiempo favorito había ganado el premio literario más importante en Estados Unidos: era diciembre de 1994 y me encontraba dentro de un coche alquilado en un parking al aire libre del downtown de Los Ángeles, donde entonces residía, esperando el regreso de una querida amiga que había ido a cambiar dinero a un banco situado al pie de un rascacielos (situación digna de Gaddis o, más bien, de un mal epígono de Gaddis). Para entretenerme hojeaba las páginas culturales del LA Weekly, mi semanario de referencia para estrenos cinematográficos, exposiciones o actividades culturales de diversa índole. De pronto, me encontré con la noticia del premio a Gaddis a toda página, celebrado como un triunfo sensacional de la literatura arriesgada o valiosa, un homenaje tardío a su magisterio sobre la novelística americana de las últimas tres décadas. Mi alegría fue enorme, a pesar de desconocer la existencia de la nueva novela ese mismo año había leído con intensidad y asombro Los reconocimientos, y esa misma tarde corrí a una librería de Santa Mónica a buscarla. La encontré enterrada bajo un montón de novelas del gran Kenzaburo Oé, entonces de moda en los USA por el Premio Nobel, y nada más abrirla quedé deslumbrado por el atrevimiento formal de su propuesta. Unas cuantas semanas después, en ese mismo semanario cultural angelino, leería sobrecogido el obituario de Guy Debord, que acababa de pegarse un tiro. Con Debord, Gaddis compartía algunas ideas extremas sobre el devenir de las sociedades occidentales, e incluso el humor soterrado y a menudo sardónico. Pero Gaddis era un bon vivant a la americana y sabía disfrutar de la existencia, a pesar de todas sus miserias y servidumbres, mientras Debord, como intelectual europeo de su generación, solo consumirla y consumirse de desesperación. Comenzaban las celebraciones del centenario del cine y el cineasta más intransigente decidía darse de baja del mundo. In Girum Imus Nocte et Consumimur Igni




“El riesgo de quedar en ridículo, de desencadenar la difamación por parte de sus colegas e incluso de provocar manifestaciones estridentes por parte de un público escandalizado siempre ha sido el destino, y previsiblemente seguirá siéndolo, del artista serio”.

"Lo que estamos contemplando no es el desmoronamiento de nuestra civilización sino su florecimiento, porque los Estados Unidos se construyeron sobre la codicia y la corrupción política en los años posteriores a la Guerra de Secesión, que fue cuando empezó todo, así que no se trata de si la corrupción es un signo de decadencia sino más bien de si ha contribuido a la creación de un cierto estado de cosas desde el principio".

-William Gaddis, Su pasatiempo favorito-


Cuanto más falsa y artificial es una forma de vida más tiende a generar, como respuesta, una mitificación de lo auténtico y original, lo genuino y propio. Así en la vida como en la cultura y la política, esa es la tendencia dominante a partir del siglo veinte hasta esta segunda década del veintiuno.
Ese es el motivo dominante de la genial literatura de William Gaddis desde su primera novela (el tractatus enciclopédico Los reconocimientos; 1955) hasta la última (el monólogo terminal inconcluso Ágape Ágape; 2002). Y lo vuelve a ser de manera singular en la cuarta, Su pasatiempo favorito (1994), una gran novela hilarante sobre los laberintos legales y la creación artística en un mundo mediatizado, con el plagio y la falsificación, de nuevo, como móviles intelectuales de la compleja trama.
En Su pasatiempo favorito, Oscar Crease, un profesor universitario especializado en la historia de la guerra civil americana, se enfrenta a un doble pleito, uno más ridículo que el otro. El primero, a través de una compañía de seguros, contra la marca automovilística que ha fabricado el coche que lo atropelló en un accidente absurdo del que fue víctima única y responsable directo al mismo tiempo. El segundo litigio, mucho más significativo, acusa de plagio a la compañía productora y el director de una película sensacionalista basada en un oscuro episodio de la guerra de secesión sobre el que Crease había escrito años atrás una obra de teatro (Una vez en Antietam). Para colmo, Crease es el hijo pródigo de un juez salomónico pero polémico (su última sentencia, en un caso que implica a un perro y una obra de arte, versa sobre los derechos y pretensiones del artista frente a la comunidad) y descendiente de una familia sureña de tortuosa prosapia y dudoso prestigio.
En un primer nivel, la novela se puede leer como una parodia feroz de una sociedad tiranizada por la legalidad y los leguleyos. Todos los personajes de la novela son abogados profesionales o clientes que viven en una querella permanente contra el sistema legal para defender sus derechos y exigir el respeto a su libertad e individualidad.
En otro nivel, constituye un juicio cómico a los valores culturales de la sociedad norteamericana y, por extensión, de la civilización occidental. En el fondo, la escenificación judicial de la ficción demuestra que la pretensión de originalidad es tan infundada en el terreno de la creación como injustificable la defensa extrema del individualismo que fundamenta el ideario constitucional del capitalismo americano.
Pero Gaddis no desaprovecha la oportunidad novelesca brindada por este carnaval polifónico para poner en solfa cuestiones tan importantes como la justicia y la ley, la familia y la herencia, el dinero, la corrupción del dinero y su desmedido poder real sobre la sociedad, las ilusiones del amor y la caprichosa sexualidad humana, el racismo, la esclavitud y el fantasma universal de la libertad de conducta, la estafa e impostura del arte y las falacias de la moral, la construcción de los mitos fundacionales y los malentendidos del lenguaje.
El lenguaje en que se representan todos los conflictos de la novela está tan sembrado de trampas lógicas y de manipulación retórica, errores de significado y malas interpretaciones y viciados juegos de palabras, como los juicios y procesos interminables que padecen sus personajes y las acciones legales que emprenden contra un sistema paradójico que incita y bloquea al mismo tiempo dichas acciones.
Es una ficción de voces más que de historias, sin duda, pero todas esas voces se entrecruzan conformando un inmenso crisol narrativo. La prodigiosa técnica de Gaddis en Su pasatiempo favorito remite a Jota Erre, con sus combinaciones de diálogos y descripciones, su montaje de textos jurídicos, declaraciones y sentencias judiciales entremezcladas con conversaciones telefónicas y extensos extractos de la obra teatral causante del pleito principal.
Entre tanta burla irónica y tanto pesimismo cáustico, existe, sin embargo, una posible dimensión utópica, tan equívoca como el resto, aportada quizá por el único elemento positivo de la novela. La belleza de la naturaleza y la mitificación a través de la palabra poética del paisaje original americano, la referencia a la tierra primigenia y la vida idealizada de los nativos antes de la llegada del colonizador europeo. 

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