miércoles, 11 de mayo de 2016

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

 

[Michel Faber, El Libro de las cosas nunca vistas, Anagrama, trad.: Inga Pellisa, 2016, págs. 620]
  
Las minucias de las vidas de los seres humanos: los lugares en que habían vivido, los nombres de sus parientes, los nombres de los ríos junto a los que habían vivido, las complejidades prosaicas de los trabajos que habían desempeñado y las peleas domésticas que habían soportado, todo eso había dejado de tener sentido para él.

-M. Faber, Libro, p. 566- 

Humano, demasiado humano. Ya lo dijo Nietzsche y sigue definiendo el sino de nuestra existencia en la tierra. La vida humana surgió tras innumerables cataclismos y sufrimientos, como un largo parto evolutivo, para luego imponer su desdeñoso dominio sobre las demás especies. Excepto la misma fuerza terrestre, con sus catástrofes y mutaciones, no hay amenaza más peligrosa, ahora mismo, que la tendencia destructiva de la especie, la voluntad humana de poder y sus secuelas funestas para el entorno. Nos guste o no reconocerlo, somos una especie autodestructiva y ese gen fatídico está inscrito en nuestro genoma desde el principio de los tiempos.
Humana, demasiado humana, así es esta magnífica novela de Michel Faber, uno de los grandes novelistas europeos del presente, menos conocido de lo que debería dada la ambición intelectual y creatividad literaria de sus ficciones. En España ya se habían publicado (también en Anagrama) dos obras maestras anteriores: “Bajo la piel”, donde se describía una relación imposible entre humanos y alienígenas, y “Pétalo carmesí, flor blanca”, una recreación fabulosa de la era victoriana y sus círculos viciosos escrita con especial sensibilidad para la problemática femenina.
Su última novela aborda una temática de ciencia-ficción: la colonización a finales del siglo XXI de un planeta imaginario (Oasis) situado en una galaxia remota por parte de una corporación (la USIC) que controla una parte importante de la tierra. Requerido por los “oasianos”, Peter Leigh, un pastor protestante casado con una enfermera llamada Beatriz, viaja al planeta para instruirlos en la comprensión de la Biblia (ese “Libro de las cosas nunca vistas”, como la designa con veneración inexplicable la población alienígena).
Leigh deja a su mujer en la tierra. De ese modo, con inteligencia narrativa, Faber logra que la focalización en el joven sacerdote durante su estancia en Oasis se vea completada por las traumáticas experiencias de su mujer, quien va contándole en sucesivos mensajes electrónicos el apocalipsis progresivo que se ha desatado en el mundo desde su partida.
El dispositivo novelesco se construye con una doble perspectiva intencionada: en primer plano, la misteriosa exploración del insólito planeta y las singulares relaciones de Leigh con los alienígenas cristianizados, y, en segundo plano, el relato subjetivo de Beatriz sobre la descomposición gradual de la sociedad civilizada y la instalación devastadora del caos en la tierra.
La belleza estilística de la prosa de Faber unida al control narrativo de los sentimientos y a la evolución moral del protagonista, escindido entre los dilemas de su amor conyugal y las exigencias insólitas de la vida en contacto con los extraños colonos humanos, tecnócratas desafectos, y los enigmáticos nativos extraterrestres, seducidos por el mensaje evangélico, producen un efecto de lectura fascinante, entre la empatía y el estupor.
Estamos entrando en una era posthumana, de claro predominio de la tecnología cibernética sobre todos los órdenes de la vida, y, sin embargo, esta fastuosa novela de Faber insiste en interrogar cuestiones antropocéntricas en vez de descentrar la visión antropocéntrica del mundo y someterla al choque cognitivo con la realidad alienígena y la otredad inhumana del extraterrestre, al modo de otras ficciones especulativas.
Partiendo de la perplejidad final, es posible extraer un corolario humanista de esta parábola cósmica sobre el sentido de la existencia. Más allá del trasfondo religioso, quizá lo más discutible de la novela, Faber muestra la conveniencia de reformar los valores culturales que nos definen como especie y rechazar el ideario nefasto del capitalismo corporativo que postula la explotación de otros planetas como solución a los problemas mundiales. Con tal estrategia, solo repetiríamos los errores fatales que pueden transformar la vida terrestre en un infierno. 

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