lunes, 5 de marzo de 2012

EL FAUNO APOCALÍPTICO


¡¿Arte para el pueblo?!: dejemos el eslogan para los nazis y comunistas: ocurre todo lo contrario: ¡el pueblo (¡cada cual!) es el que ha de tomarse la molestia de acceder al arte!
A. S., El brezal de Brand (p. 212)

Arno Schmidt (1914-1979) es, en mi opinión y en la de muchos buenos lectores del mundo entero, el gran escritor alemán de la segunda mitad del siglo XX. El más creativo, el más innovador, el más inventivo. No me olvido de Gunter Grass, ni de Uwe Johnson, ni tan siquiera de Sebald, tan de moda en ciertos círculos hoy y tan por debajo de Schmidt en todo. Celebremos la iniciativa de editar reunida por primera vez en español esta hermosa trilogía narrativa (Los hijos de Nobodaddy, DeBolsillo), de un pesimismo metafísico y de una exigencia literaria tonificantes en estos tiempos de cursilería biempensante y comercialismo a ultranza. [Corrigiendo levemente la cita de Schmidt, los tiempos cambian, hoy podría decirse lo siguiente: ¡¿Arte para el pueblo?!: dejemos el eslogan para los mercachifles y publicistas…]
Como tal, este tríptico magistral  responde a un gesto de extraordinaria inteligencia de Schmidt, quien viendo que entre 1950 y 1953 había escrito una novela filosófica de ambientación rural sobre la inmediata posguerra (El brezal de Brand), otra sobre un futuro apocalíptico tras el estallido de la tercera guerra mundial (Espejos negros) y otra más ambientada bajo el nazismo y la segunda guerra mundial (Momentos de la vida de un fauno), decidió reunirlas para conformar una unidad narrativa superior que abarcara, en la cronología de la ficción, casi tres décadas de la vida alemana, desde 1939 hasta 1962.
Podría considerarse Momentos de la vida de un fauno la pieza superior del volumen y una de las mejores de la vasta obra narrativa de Schmidt. Un retrato penetrante y sarcástico de un período tan siniestro como la era nazi donde se festeja el poder estético y moral de la literatura y la fuerza moral y la libertad del espíritu disidente (en cualquier época, de ahí su insobornable vigencia) como antídotos contra la maldad, la opresión y la barbarie de la historia. En El brezal de Brand, Schmidt narra una experiencia más cercana a lo autobiográfico: el retrato de la posguerra en la landa alemana es de un realismo tremendo, consiguiendo expresar con medios lingüísticos incomparables la pobreza y la escasez de recursos propia de la dura situación en contraste con la belleza y riqueza de la naturaleza. Espejos negros, por su parte, es la novela literalmente apocalíptica del tríptico, una ficción científica sobre el fin del mundo que podría ser una fantasía premonitoria del imaginativo narrador de El brezal de Brand generada por la paranoia y los terrores propios de la guerra fría.
Las tres narraciones comparten, además de la unidad estilística y la técnica narrativa fragmentaria, las marcadas señas de identidad de “lobo estepario” del autor en cada uno de los narradores y una misma visión problemática de las relaciones entre hombres y mujeres, asunto central de toda la narrativa de Schmidt. Como dice Julián Ríos en su espléndido prólogo: “Con Los hijos de Nobodaddy, además de un autorretrato, Arno Schmidt nos dejó el tríptico de una época y de un lugar de Alemania”.

PS: No deja de ser llamativo el hecho de que un autor canónico de la envergadura de Arno Schmidt se sintiera tan atraído desde sus comienzos, al igual que Jünger, por el poder satírico y fabulador de la ciencia ficción, quizá por la influencia seminal de fundadores como Swift y Voltaire, contraviniendo las esterilizadoras prevenciones de la literatura “seria”, aún imperantes en muchos sectores de la crítica y la enseñanza académica, contra cualquier clase de contaminación genérica (excepto si es policial o detectivesca, tradición santificada hasta la beatería más cerril por muchos incompetentes). Lo irónico, por otra parte, es que muchos especialistas en ciencia ficción, con su habitual estrechez de miras, se niegan a incluir novelas memorables como La república de los sabios, Espejos negros o Kaff en sus monografías endogámicas y listados de obras fieles a los profilácticos preceptos del género. Mundos incomunicados, sellados al vacío.

7 comentarios:

  1. Genial!! Estoy leyéndolo, como me recomendaste.

    Un abrazo.

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  2. Sin duda, alguna de tus entradas me exige trepar mucho más allá de mis posibilidades primeras, pero es precisamente en esas ocasiones cuando siento el goce de tener que trepar, ese vértigo alegre.Tantas ventanas,conexiones...Sin más,después de tanto tiempo por aquí me apatecía decir algo así,a bocajarro.
    Un saludo

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  3. Bacano pasar por aquí, siempre hay buenos datos!! Por otra parte, ese post scriptum refleja la estrechez de miras y el delirio por la etiquetación del mundo editorial, totalmente de acuerdo!!

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  4. Por decir otro nombre, siempre he sentido una especial admiración por aquel Heinrich Böll de quien tanto se hablaba en mi adolescencia (las "Opiniones de un payaso" fueron mi particular guardián entre el centeno). Esta "exigencia literaria" de la que hablas en relación a la obra de Arno Schmidt me empuja a la búsqueda de esta trilogía. Un saludo.

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  5. Está en lo correcto A.S. en eso de "!¿Arte para el pueblo?!

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  6. Interesante...intenso!...he llegado de casualidad a tu blog, espero seguir viniendo...

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  7. Sobre la ps (acertada con matices):

    Tal vez se deba más al desconocimiento general de este autor (yo no había oído hablar de él hasta ahora -si algo bueno tiene este blog es que se descubren autores y cosas chulas), que a que el núcleo duro del género no le haya prestado atención. Creo que Espejos negros no está traducida al inglés, y son los anglos los que siguen marcando un poco la pauta en este sentido, aunque cada vez menos). En estos casos el gueto no suele tener escrúpulos en hacer suyo lo que le es propio, en un fenómeno opuesto al de la corriente general cuando se arroga textos que son claramente fantacientíficos.

    Contradicción en la caen no pocos autores/críticos literarios; alaban ciertos aspectos de la ciencia ficción, acuden al manantial del gueto para beber textos frescos, y luego se pegan un ducha para no oler mal cuando vuelven a sus propios círculos viciosos.

    Para mí todos los textos son textos. Los hay que me gustan y los hay que me gustan menos.

    Saluti.

    Winkhorst

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