lunes, 11 de julio de 2011

ESPERPENTO EN LA UNIVERSIDAD


Si yo fuera Ministro de Educación, me tomaría muy en serio este libro de Antonio Orejudo (Un momento de descanso, Tusquets, 2011). Si yo fuera Ministra de Cultura, también. Y es que detrás de todas las carcajadas causadas por esta novela hilarante se esconde un tema muy serio. El tema más serio que puede preocupar a un responsable político de la cultura o la educación en estos tiempos. Como novelista, me gusta mucho que un colega que conoce, como yo, los turbios entresijos de la vida universitaria se haya atrevido a coger el toro de la simulación por los cuernos de la risa para transformar un alegato feroz contra la universidad como centro del saber y el conocimiento en una comedia repleta de burlas y acidez sulfúrea. Si se considera la universidad como cerebro de la sociedad, habría que decir que ese cerebro está tan enfermo como ésta, podrido incluso, antes por la vileza moral del franquismo y los compromisos inconfesables de la transición, ahora por las estrategias políticas y empresariales del capitalismo, la tecnocracia y el espectáculo. De ese modo, Orejudo, como buen neurólogo literario, le ha hecho una tomografía implacable al sistema educativo superior (de la mano de Roth, la magnífica La mancha humana) y a la vida postmoderna (de la mano de DeLillo, la insuperable Ruido de fondo) y el diagnóstico no puede ser peor para desgracia de todos.
En un contexto de claudicación general y bancarrota de las humanidades, la novela debería asumir como obligación ética imponer tanta inteligencia como libertad formal y placeres nuevos sobre una realidad que se define a menudo por sus rasgos más obtusos y antipáticos. Y la inteligencia, ejercida con libertad, es siempre crítica, sarcástica, corrosiva. Esta novela de Orejudo es las tres cosas a la vez, para beneficio de sus lectores y en perjuicio de sus víctimas confesas. Como novelista, Orejudo es un tirador de elite, así que no falla ningún disparo. Todos aciertan en la diana de la estupidez, la corrupción y el fraude que, desde hace mucho, rigen los destinos (con perdón) de la universidad española, y no sólo de ella. La americana también recibe sus latigazos, aunque con mayor deferencia y brillo, cultura obliga. Desde que acabaron las revueltas del siglo pasado, el intencionado desmantelamiento de la universidad occidental, su rendición incondicional a los dictados del poder y el dinero, su domesticación, en suma, y reconversión en gueto para tecnócratas y burócratas del saber, es uno de los procesos más determinantes en los cambios acaecidos desde entonces. Con la desidia y la esterilidad como secuelas visibles de que tal proceso ha logrado extirpar de raíz toda tentativa de establecer una cultura de verdad crítica.
Pero Orejudo no se parapeta detrás de ninguna máscara para escenificar su ceremonial de escarnio. Como buen conocedor de las teorías de moda en el gremio, recurre a la autoficción y la metaficción para fabular con gracia impar no sólo cómo se hizo escritor sino cómo se apoderó, con qué dificultades y artimañas, de los explosivos materiales que habrían de componer su novela. Y nos lo cuenta episodio a episodio, volviendo al pasado en busca de la juventud dilapidada en una carrera académica insatisfactoria y las desventuras de otro colega, Arturo Cifuentes, que es el protagonista que le permite adentrarse, como confidente, en el esperpento universitario a uno y otro lado del Atlántico. Las líneas finales sellan el pacto de traición moral establecido entre el narrador Orejudo y el estrafalario Cifuentes como clausura eficaz de la novela. Ese punto de divergencia irónica en que el personaje se ve recompensado con una cátedra, a cambio de guardar silencio sobre la trama de corrupción y mediocridad que sustenta la vida universitaria, mientras el novelista se consuela apenas produciendo esta cuarta novela que, en cierto modo, representa la cuadratura de su mundo literario.
Como no podía ser menos, el desengaño vital de Orejudo se extiende también al estudio y la práctica de la literatura. Quizá lo que más sorprenda de su planteamiento es cómo, finalmente, alguien que creía que filología y literatura eran materias afines acaba descubriendo lo que siempre hemos sospechado y no nos atrevíamos a decir en voz alta. La filología es la gran enemiga de la literatura y, como decía Nietzsche, también del espíritu y la imaginación. Estas facultades, de hecho, por el exceso y la libertad que suponen, son precisamente las más peligrosas para los designios del orden establecido. Ver surgir así al escritor satírico de la impostura del filólogo en ejercicio es, sin duda, uno de los aspectos fundamentales de esta novela incisiva. Y la escena de profanación erótica en el sanctasanctórum de la Biblioteca Nacional, con Orejudo mancillando con su semen el libro sagrado de la filología española entendida a la manera recalcitrante de Menéndez Pidal (el manuscrito del “Mío Cid”), debería incluirse ya como apéndice en toda edición crítica del poema medieval castellano para uso y disfrute de estudiantes ingenuos y estudiosos biempensantes.
Después de leer esta ingeniosa novela, ya no es la palabra realidad la que habría que poner entre comillas, como propuso un perverso personaje de Nabokov. A partir de ahora, la palabra cultura y la palabra educación son las que habría que entrecomillar, aunque sólo sea para saber con precisión de qué hablamos cuando hablamos de ellas.

4 comentarios:

  1. Gracias. Siemppre viene bien venir, asomar por aquí.

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  2. "La filología es la gran enemiga de la literatura y, como decía Nietzsche, también del espíritu y la imaginación".
    Yo también había sospechado siempre eso mismo. El vencejo, la golondrina, el halcón, el águila, vuelan a las mil maravillas y no tienen idea de aeronáutica.
    Leí esta novela hace pocos días y me encantó por lo que dices. Y tengo para ya mismo, La Mancha Humana. Después de que termine con La Gaviota, de Sändor Márai.
    Un placer leerle, maestro.
    Hermi

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  3. Hola, don Juan Francisco. Si yo fuera Ministra de EducaciOn (independientemente del paIs), yo obligarIa a todos los alumnos que apendieran tales disciplinas como latIn, griego, su propio idioma, un par de extranjeros, retOrica, caligrafIa, etiqueta, literatura de todos los paIses. Gracias por si interesante blog. Usted es divino blogguero. Saludos cordiales, abrazos fuertes, besos dulces. Yelena. Rusia, MoscU.

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  4. Hola,Juan Francisco, estoy dando un paseíllo por blogs, después de unos días desconectada, y qué maravilla leer estos últimos posts tuyos --aunque el de Brautingan parece tener cierta influencia CSI: todos somos forenses escudriñando entre despojos--.
    Lo de la universidad, y sobre todo lo de Filología Hispánica, no tiene nombre, es incalificable. Pero hace no muchos años, me apunté al doctorado de Comunicación Audiovisual en la Pompeu Fabra y no fui capaz de soportar el ambiente.Una tarde tuve que salir del aula, porque me mareé al ver a mis compañeras de clase ¡copiando de la pizarra el dibujo de unas carpetitas! con que el tipo que daba la clase explicaba los distintos tipos de organización de la información... desde las carpetas de cartón al archivo digital. ¡¡¡Gente de 30 años y más!!! Y ahora, toda esa gente doctorada es la que está escribiendo en revistas, diarios, firmando películas sin diálogo, malcopiando a Antonioni, etc.

    UUUUUFfff [esto es un suspiro de alivio al leer este blog]

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