jueves, 28 de enero de 2010

PROVIDENCE FEEDBACK (5)

PROVIDENCE

RAMÓN BUENAVENTURA

Blog El Librillo de Ramón Buenaventura

Hoy, en la bañera (mi lugar favorito de lectura, miren qué higiénico), a las seis y media de la mañana o madrugada, he terminado de leer Providence *.

A los hombres (entiéndase: los varones ) lleva un par de siglos viniéndosenos abajo el tingladillo de prepotencia y dominio que organizamos hará cosa de varios miles de años y funcionó impecablemente, o casi impecablemente, hasta principios de la Edad Moderna ; y estamos desesperados. Este hecho, en literatura, provoca dos reacciones totalmente distintas. Reacción A : escribamos para las mujeres, que son al fin y al cabo ( casi ) las únicas que leen. Reacción B : escribamos para los hombres, que son al fin y al cabo los que reparten la gloria y el prestigio, porque son ( casi ) los únicos que ejercen de maestros y críticos literarios. Ni que decir tiene que la reacción A es muchísimo más frecuente que la B, por su mayor rentabilidad y por lo simpática que resulta en sociedad (y porque se liga más ).

Entre los escritores que escriben para los hombres los hay buenísimos. En todo García Márquez solo hay un libro para mujeres (El amor en tiempos del cólera). Julio Cortázar jamás escribió una sílaba para las mujeres. Ni Joyce. Ni Onetti. No digamos Pynchon, o Susan Sontag o Simone de Beauvoir (esta última publicó algo para sus discípulas, sí ; pero esa es otra relación). Entre los escritores que escriben para las mujeres también los hay buenísimos, por supuesto. ( Si quitáramos lo de buenísimo, yo mismo valdría como ejemplo.) Proust escribe para las mujeres. Camus también, creo. Hemingway y Bukowsky, con todo lo machos que se manifiestan. Durrell. Don DeLillo. Vonnegut **.

Providence es un libro para hombres: la mejor crónica que he leído nunca de cómo el cerebro de los varones se descacharra ante el follón que les han montado las mujeres y opta por el caos como explicación. No es que hayamos fracasado, es que ha habido una conspiración malvada que nos ha quitado el poder y se lo ha entregado a las máquinas, a los juegos de ORDENador, a las Hermandades y Sectas nefastas, al Diablo, al Doctor No, yo qué sé. Ferré, claro, no se identifica con la historia que cuenta su protagonista, o que le hacen contar, y habrá lectores lo suficientemente sutiles como para ver en la novela una burla cruel del machismo más necio y recalcitrante. La verdad: nunca me había encontrado con un personaje tan necio y recalcitrante como el tal Álex Franco en una buena novela. Lo cual dice mucho a favor del autor, de su generosidad. Yo, desde luego, no le habría dedicado cerca de 600 páginas a semejante imbécil, aunque fuese para la mejor de las causas ( que no sé cuál es, por cierto ).

Al caos del revoltijo mental en que se han convertido los valores de muchísimos varones, ante la insumisión ya irreprimible de las mujeres, se une en Providence el tremendo bofetón que nos arrea a todos la sociedad norteamericana, en cuanto entramos en contacto con ella. En este aspecto, he de recurrir de nuevo al adverbio « mejor » : esta esperpéntica novela es el mejor retrato que conozco de una de las minorías más influyentes de los Estados Unidos, es decir el corralillo de las universidades y sus mecenas mantenedores : ese puritanismo asesino, ese rechazo total de lo diferente, esa incapacidad para percibir que la libertad no consiste en ser como todo el mundo, sino como uno quiere ser, esa completa ausencia de empatía ante cualquier fenómeno humano que se produzca fuera del campus, esa profunda frivolidad erudita. Un novelista americano jamás podría escribir un libro como Providence —ni tendría quién lo leyese, allí.

Otro problema que se nos plantea indefectiblemente a quienes pretendemos hacer literatura es el poquito caso que nos hacen los editores y lectores y la rabia que nos da. Juan Goytisolo ha sido un buen ejemplo de este cabreo continuo durante años y años y más años. Habiendo escrito varios de los más valiosos libros españoles del siglo XX, y gozando de la admiración y respeto de los mejores lectores y críticos, el hombre comparaba su estatus —su « conocimiento de marca », sus ventas, el rendimiento de su esfuerzo— con el de los triunfadores oficiales y se lo llevaban los mengues. Como no es de callarse, en seguida emprendió una campaña de protestas que le dobló o triplicó las antipatías del establishment… Poco a poco, sin embargo, por fortuna, el desafuero ha ido compensándose, y no creo que hoy en día pueda don Juan quejarse de cómo lo tratamos.

Pero hubo libros suyos en que se notaba demasiado el ansia de llamar la atención, y ello fue en detrimento de su siempre alta condición literaria. Ejemplo : en uno de sus títulos de los ochenta ( no recuerdo cuál, ahora, pero quizá fuese Paisajes después de la batalla ), procurando como fuera el escándalo del lector, nos presenta a un personaje burgués y antipático que se mete zanahorias por el recto arriba, en refuerzo de su placer pobretón. A mí me tocó escribir la reseña del libro, en DISIDENCIAS, y no me abstuve de manifestar mi enfado; no porque me plantaran delante a un tío feísimo enculándose hortalizas, sino porque un escritor del tamaño de Goytisolo cayera en la ingenuidad de creer que alguno de sus posibles lectores podía soliviantarse ante semejante trivialidad pajillera.

Esta misma pretensión de escándalo es lo que menos me gusta de Juan Francisco Ferrer. En Providence no llega a los extremos de su libro anterior —El festín del asno—, pero está ahí, en buena parte de las páginas, lanzando patadas al aire sin alcanzar nunca los testículos del lector, que a estas alturas ya los tiene muy bien blindados. Dicho de otro modo: nada de lo que hace el protagonista con la polla en ristre me produce la menor impresión, me añade nada a la aceptación de la historia ni a la valoración cualitativa de la novela. No es que sobren por completo las hazañas venéreas del andóbal ***, pero el abuso, creo, llega a aburrir, y las ganas de saltarse unas cuantas páginas cuando se ve venir el revolcón con la mujer policía, por ejemplo, son casi insuperables. Cortar siempre es bueno, sobre todo en un libro tan extenso y tan necesitado de alta tensión permanente.

Otrosí : suele irritarme que los escritores le rían las gracias al cine, como si este no tuviera sus turiferarios especializados y tenaces. ¿Qué puede justificar que Ferré —aunque su protagonista sea director de cine— dedique tantísimo espacio en la novela a las referencias características de los cinéfilos, o, más concretamente, a lucubrar sobre una película tontorrona y vacía como Tiburón ? Los americanos parecen vivir en el permanente terror de que desembarquen las tropas del Rey de Inglaterra y los sometan a crudelísima venganza ( como los judíos en el permanente terror de que Yahvé les ajuste las cuentas, lanzando una vez más contra ellos a los malvados gentiles ), de ahí su obsesión por el miedo ; pero a nosotros ¿ qué nos importa ? Nosotros somos el coco.

En fin. En Teoría de la sorpresa**** escribí HAY QUE SER ABSOLUTAMENTE EXCESIVO (para ser ABSOLUTAMENTE MAGISTRAL, en consecuencia mucho más lógica de lo que parece ). Providence es un libro absolutamente excesivo, con una fuerte veta magistral.

Ojalá le vaya bonito y, sobre todo, ojalá lo lean quienes más y mejor pueden aprovecharlo, es decir los chicos de talento.

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