sábado, 4 de abril de 2009

EL NUEVO REALISMO


Or the way in which, beyond all those discourses about race and gender and “the body,” the only thing that is “transgressive” today is Capital itself, which devours everything without any regard for boundaries, distinctions, or degrees of legitimacy; which “transgresses” the very possibility of “transgression,” because it is always only transgressing itself in order to create still more of itself, devouring not only its own tail but its entire body, in order to achieve even greater levels of monstrosity.

Steven Shaviro


Cut and Roll[1] comienza con unos tipos discutiendo en un bar sobre el principio de una película donde unos tipos discutían en otro bar sobre una canción de Michael Jackson que podría ser de Prince, pero en realidad era de Madonna. Los que discuten van recibiendo nombres estrambóticos (Tarkovski, Tarantino, Prince, etc.) a medida que la discusión se expande hacia otros terrenos y el tiempo se consume. El tiempo de la discusión y el tiempo de vida de cada uno de los contertulios, cada vez más agresivos. Pero no es el tiempo existencial al que estamos habituados. Hay rebobinados y reinicios, alguien parece estar revisando a conciencia una cinta de vídeo grabada por alguna cámara de seguridad. Se produce, de pronto, un confuso tiroteo y todos los tipos mueren acribillados, quizá por defender una idea de la cultura que alguien, seguramente el mismo que manipula el botón de avance y retroceso del vídeo, encontraba trasnochada.

A ojos de un lector superficial, esta deslumbrante secuencia podría pasar por un plagio efectivo de una secuencia similar de Reservoir Dogs, el explosivo debut de Quentin Tarantino, donde los gángsteres discutían sobre una canción de Madonna sentados en una cafetería, si Óscar Gual (Almassora, 1976) no pretendiera avisar desde el principio, con incuestionable ironía, de cuáles son los principios estéticos de su propio debut como novelista. El producto de esta operación de apropiación y parodia es Cut and Roll, una narración truculenta interferida en permanencia por los referentes de la cultura de masas y los protocolos de las nuevas tecnologías, que se estructura como un CD musical con 25 “tracks” (o secciones narrativas) más otros dos “cortes” finales de bonificación que funcionan como epílogos desvirtuados. Y es que Gual, ingeniero informático además de escritor de ficción, ha asumido las convenciones del formato novelístico para someterlas a una reprogramación sistemática al servicio de un nuevo realismo y de una mirada insólita sobre una realidad en mutación expansiva, radicalizando, si es posible, los postulados creativos de Gibson, Ellis, Ballard y Palahniuk, Cronenberg, Lynch y Tarantino, mucho más adecuados que el viejo y podrido realismo (sucio, higiénico, capitalista, socialista, tradicional, ingenuo, sentimental, urbano, proletario, burgués, pequeño-burgués, mágico, neorrealista, especulativo, costumbrista, histórico, qué más da el adjetivo con que decida encubrir sus vergüenzas estéticas...) para dar cuenta de un mundo enteramente reconfigurado, como ya expresara con elocuencia la retórica novelesca del ciberpunk, por la ciencia, la publicidad, el diseño y la tecnología
[2].

Por todo ello la neobarroca historia de este programador informático, Joel, reconvertido en mutilador a sueldo de una misteriosa compañía mafiosa que cobra sus deudas en el cuerpo de sus clientes (que alcanzaron la fama y el éxito gracias a un pacto diabólico hecho con dicha compañía en el pasado), reproduce, en cierto modo, la técnica usada por el autor para construirla: cortar y recortar trozos de realidad y montarlos o enhebrarlos conformando un gran relato seccionado sobre la vida contemporánea. El narrador y protagonista, un psicópata rockero que percibe el mundo como una película o un videojuego de acción, es un monstruo moral entregado como servidor impecable a la racionalidad más extrema, la que distingue con escalpelo acerado partes en el cuerpo y partes en las partes ínfimas y así hasta el infinito, segmentando la realidad con furor clínico, descomponiéndola con manía esquizofrénica hasta disolverla en su propia insustancialidad, la nada como deseo de aniquilación y desaparición. Así mismo, la maquinación perversa de que es víctima este profesional de la amputación, que lo transformará en un eficaz ciborg cada vez más atrapado en los círculos viciosos de su sádica actividad criminal, es una réplica de los procedimientos internos (el engaño, el cálculo y la manipulación) de este singular dispositivo de ficción que es Cut and Roll.

En este sentido, es una prueba de inteligencia narrativa que la enrevesada trama conduzca al encuentro fatal del mutilador esteta con la figura del gran artista hecho a su medida moral: Ecoss, el “bioartista” que sostiene la fusión integral de vida y arte, el sueño estético de las vanguardias históricas, para producir un arte más real que la realidad, una forma suprema de pornografía espectacular. El “bio-arte” de Ecoss, como una snuff movie integral digna de la imaginación más ballardiana, reconoce la belleza escalofriante de un accidente aéreo, una catástrofe natural, un incidente doméstico, una incisión en la carne e incluso un asesinato (como sostuvieron Thomas De Quincey y Baudelaire con indudable ironía antiburguesa en el siglo diecinueve, el siglo de todos los excesos mentales sólo materializados en su totalidad durante el siglo posterior).

Hay dos cosas, por tanto, que no se pueden hacer con esta novela a riesgo de estropear el placer genuino y perturbador que su lectura produce. Una es juzgarla por lo que no es: un repertorio de violencia gratuita y crueldad innecesaria. Otra es considerarla un artefacto que abusa de los artificios narrativos para hilvanar su enrevesada historia. Ambas posiciones, la del moralista hipersensible y la del crítico aristotélico, reciben su merecido en la ficción por partida doble. Un mundo donde las manipulaciones genéticas y las prótesis más experimentales están siendo naturalizadas, como subproductos cotidianos del capitalismo más extremista, no sólo excluiría cualquier moralismo adocenado, por parte del escritor, sin incurrir en prédicas cómplices y vergonzantes con el estado de cosas, sino cualquier concepción tópica o idea prefabricada sobre lo natural.

El resultado, pues, de todas estas operaciones (hiper)estéticas, mutilaciones carnales y sampleos musicales, televisivos y cinematográficos es una novela negra de última generación: una ingeniosa muestra de realismo “transgénico”, un producto de síntesis que perfora el núcleo duro del sistema capitalista como un rayo láser, desnudando con su escáner implacable el cuerpo sin alma del capitalismo más desalmado.

Para no defraudar las expectativas creadas, Gual clausura su primera novela con un recurso pirotécnico de grandilocuente eficacia. Un siglo después de las primeras tentativas futuristas, la ciudad de Venecia, el paradigma decadente de un concepto de la cultura, el arte y la historia, es destruida por la conspiración de Ecoss con el fin de posibilitar el advenimiento del nuevo arte total (a la manera salvaje de V de Vendetta, la novela gráfica tanto como la adaptación cinematográfica, lo que no deja de ser significativo de todo lo que ha acontecido desde que Marinetti profiriera sus programáticos “bramidos” contra el patrimonio cultural y la momificación monumental de Europa). Esta aniquilación urbana representa la extinción de un estilo de vida y una idea tradicional de lo humano, más allá de la cual se sitúa con audacia la estética híbrida de esta ficción precursora de los nuevos tiempos.


[1] Oscar Gual, Cut and Roll, DVD Ediciones, Barcelona, 2008, pág. 345.

[2] El texto reciente que mejor reseña esta mutación sigue siendo “Fear and Loathing in Globalization”, de Fredric Jameson, incluido en el volumen Archaelogies of the Future. The Desire Called Utopia and Other Science Fictions. [Otro libro inédito que empobrece el paisaje intelectual (en) español, esta vez por una razón aún más lamentable: el desprecio a la ciencia ficción, la consideración de este género esencial de la postmodernidad como un género menor, de consumo exigente pero minoritario, desplazado en los gustos del público mayoritario, al parecer, por las aberraciones interminables de la fantasy más desbocada hacia los territorios de la puerilidad moralizante y el imperialismo medieval, con los epígonos de los epígonos de Tolkien, Lewis, etc. cabalgando hacia el horizonte crepuscular cual adalides de una regresión al pasado más anacrónico. Como se ve, desde los tiempos del infumable Michael Ende y demás secuaces de la cosa junguiana aplicada a la narrativa infantil, la degradación del panorama ha sido imparable.]

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