La
inmediatez es el signo de la época, el mito banal de nuestro tiempo, el ritmo acelerado
de la vida contemporánea. Lo que no es inmediato e instantáneo no atrae a las
mayorías. Así lo explica Anna Kornbluh, profesora en Chicago y autora del libro
académico de moda. Se titula Inmediatez,
o el estilo del capitalismo demasiado tardío y es, según la autora, un ejercicio
de marxismo vulgar aplicado al capitalismo vulgar del presente.
Kornbluh no
se plantea, sin embargo, esta paradoja crítica. Cómo es posible que en un mundo
donde todo circula tan deprisa, donde la distancia entre el deseo y su
realización es mínima, el final del sistema no se precipite. En este
capitalismo quizá demasiado avanzado todo se repite y perpetúa. Nada es nuevo y
todo parece nuevo. En el mundo revolucionario de la penúltima novedad, la
aceleración del consumo supera a la velocidad de la producción. Todo lo que
quiero lo obtengo con solo pulsar la pantalla del móvil. Es el factor clave.
Nada de esto
sería pensable sin el éxito masivo del móvil. El empoderamiento que causa es
instantáneo y automático, como un subidón de fuerza que conecta la mente de
inmediato con la matriz del sistema. Yo soy yo y mi móvil, el eslogan del
sujeto contemporáneo. Rápido, rápido, la última actualización, el último dispositivo,
la última app, sin tiempo para pensar. De eso se trata, en efecto, de eliminar
la inteligencia del mundo fluido de las relaciones y las interacciones. El
mundo ideal puesto al alcance de las yemas de los dedos, el contacto mágico de
la pantalla y la piel, la alquimia digital del cristal, la grasa y el sudor.
El mono que
llevamos dentro desde el origen, el mono que somos, ha encontrado el juguete
perfecto para entretenerse sin fin. Lo hacemos todo con él, o creemos hacerlo,
pero nada es más importante que tocarlo para extraerle el máximo beneficio. El
medio es el mensaje, sí, pero el mensaje de este nuevo medio es conformista y transmite
aprobación y aplauso. Cada vez que entramos en contacto con el mundo a través
del móvil, disfrutando de la inmediatez del aparato, olvidamos el fundamento de
nuestra felicidad y gratificación. La desgracia, el dolor y la miseria de otros.
Perdamos el miedo a la verdad. No vivimos en el mejor de los mundos posibles, como pretenden los optimistas, ni tampoco en el peor, como creen los pesimistas. El mayor temor de los pesimistas es que los optimistas tengan razón. El mayor temor de los optimistas es a estar equivocados. Quien no se consuela.
Quien no se consuela es porque no tiene móvil.
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