lunes, 26 de agosto de 2024

TODOS LOS CUENTOS, EL CUENTO


  [Julio Cortázar, Cuentos completos (volumen 1 y 2), Alfaguara, 2024, págs. 648 y 552]           

    Se cumplieron en febrero cuarenta años de la muerte de Julio Cortázar y hoy se cumplen ciento diez años de su nacimiento y, más allá de lo banal de las efemérides, lo cierto es que sus cuentos, la parte de su obra que se cifra en textos que reinventan el género del cuento y lo transforman en relato, siguen fascinándonos e intrigándonos como la primera vez. No es fácil explicar esta persistencia en el efecto de sorpresa y turbación que suscita la lectura de un relato logrado de Cortázar. En las mil doscientas páginas que acogen la producción completa de sus ficciones breves abundan las piezas maestras y también las tentativas primerizas o fallidas, pero en todas ellas se percibe la mano del maestro fabulador, el toque singular de su escritura emparejado a una visión del mundo y la vida no menos singular.

Pero hoy no nos sorprende de Cortázar solo la calidad de sus relatos, encarnación profunda de la ficción entendida como correlato de la vida moderna, sino la cantidad. Más de un centenar de relatos escritos por Cortázar, variando los modos de dicción y ficción, para declinar los entresijos reales e irreales de la existencia humana en el siglo XX. Por ser un gran cronista de la irrealidad moderna, Michael Wood lo consideró, en una reseña para el New York Times, “uno de los mejores cuentistas del siglo” en cualquier lengua o tradición.

Cortázar fue un autor concienzudo y no se precipitó a publicar de un modo vanidoso los trabajos de su ingenio creativo. De esta forma, aunque los especialistas puedan celebrar con razón la recuperación de numerosos relatos inéditos que el autor no se atrevió a publicar por timidez o por un sentido de la excelencia literaria demasiado exigente, hay que reconocer que las colecciones publicadas en vida dan bastante sustento a los lectores cómplices. La fórmula de un relato logrado de Cortázar parte siempre de una situación cotidiana y hasta convencional que se ve perturbada gradualmente por la irrupción de un fenómeno fantástico o una experiencia inclasificable, mental o real, la diferencia es irrelevante, que la altera o la transforma de manera definitiva, con narradores que son siempre partícipes afectivos de la historia contada, o del modo subjetivo de dar cuenta del desarrollo inquietante de la misma. Nada mejor para explicar la importancia de los relatos de Cortázar que destacar aquellos que fueron marcando, durante cuatro décadas, la evolución del poder de su autor para provocar(se) exorcismos narrativos de sus demonios íntimos hasta el agotamiento final del juego.

En el primer volumen de sus Cuentos completos, se recoge el libro (Bestiario) que puso a Cortázar en el mapa hispano de las ficciones más innovadoras de su tiempo. Si se piensa que Borges fue el asombrado primer lector de “Casa tomada”, como editor de la revista donde se publicó en 1951 por primera vez este relato inaugural, se puede calibrar la originalidad de este cuento moderno de fantasmas que renueva la tradición de Henry James. En este mismo libro aparecen algunas de las muestras más brillantes del estilo ya maduro de Cortázar: “Carta a una señorita de París”, con los conejos blancos que brotan de la boca del protagonista como pulsión destructiva del pulcro apartamento parisino en que se aloja, “Circe”, promiscuidad con cucarachas y represión sexual femenina, “Lejana”, sobre el intercambio de papeles entre una actriz de renombre y su doble mendiga, o el fabuloso relato que da título al conjunto, donde el tigre que merodea por la casa y los niños que juegan con hormigas en el terrario confirman el diagnóstico freudiano sobre la familia burguesa.

El libro Las armas secretas incluye dos de los relatos más reconocidos de Cortázar. “Las babas del diablo”, célebre porque Antonioni lo adaptó con enormes licencias en su notoria película “Blow-Up”, sobre un fotógrafo que se enfrenta a los límites de su técnica o su arte en relación con los espejismos de la mente y la realidad, y “El perseguidor”, memorable homenaje de Cortázar a su gran pasión musical, el jazz, y a la personalidad transgresora de creadores irrepetibles como Charlie Parker.

Final del juego es un libro de relatos que se sitúa en la encrucijada de la obra cortazariana: la primera edición es de 1956 e incluía nueve cuentos, y la segunda, integrada por dieciocho cuentos, de 1964, justo después del estallido literario de Rayuela. Nadie que quiera comprender los secretos más turbios de la literatura y la imaginación debería perderse “Axolotl”, sobre la fascinación de un personaje con los enigmáticos animales que habitan en un acuario parisino, y “La noche boca arriba”, en el que la vivencia de un accidente de moto se transforma, mediante procedimientos fantásticos, en la recuperación de una experiencia sacrificial en la América precolombina. En la segunda edición añadió, entre otros, “Continuidad de los parques”, texto fundacional de una visión crítica del conformismo del mundo y la literatura.

Los años sesenta son los años del esplendor novelístico de Cortázar y hasta 1966 no publica su nueva colección, Todos los fuegos, el fuego, ocho cuentos magníficos entre los que se cuentan algunos de los más asombrosos y desconcertantes de toda su producción y los más comprometidos con el impulso revolucionario: “La autopista del sur”, sobre un atasco en una autopista que se transforma en utopía posible o imposible; “La isla al mediodía”, sobre un azafato aéreo que sueña con una vida paradisíaca en una isla griega; “Instrucciones para John Howell”, una alegoría opresiva y angustiosa sobre el teatro y las conspiraciones del poder político tras el escenario de la realidad; o el fascinante relato que da título al conjunto, donde se combina una experiencia amorosa contemporánea con una extraña reminiscencia sobre un circo romano, con gladiadores y reciarios, conectadas al final por un incendio fatídico.

Ya en los setenta, Octaedro y Alguien que anda por ahí agudizan las fases del compromiso político de Cortázar con los procesos revolucionarios de su tiempo, pero aún producen muestras memorables de su talento en los que sus recursos para lo fantástico se aplican a contextos cada vez más problemáticos, e incluyen ejemplos magistrales como “Apocalipsis en Solentiname”, reinvención del uso narrativo de la fotografía para revelar el horror y la injusticia social, o “Reunión con un círculo rojo”, un cuento de vampiros moderno que admite una interpretación política.

En los años ochenta, Cortázar recupera el brío creativo y publica dos colecciones dignas de su obra anterior. Queremos tanto a Glenda recopila algunos de sus relatos más ambiciosos, como el que le da título, sobre la fascinación fanática y peligrosa por la estrella de cine, prefiguración del fandom contemporáneo; “Clone”, un relato polifónico sobre la música de Gesualdo y la cultura del feminicidio; o “Anillo de Moebius”, de construcción tan compleja como el anterior, sobre la violencia sexual y el amor (im)posible entre hombres y mujeres. Su último libro, Deshoras, incluye “Botella al mar”, un paradójico epílogo a “Queremos tanto a Glenda” en el que la realidad desmiente y confirma al mismo tiempo a la ficción, y “Satarsa”, uno de sus más extraños y perturbadores relatos, sobre cazadores de ratas gigantes y palíndromos narrativos y existenciales.

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