[Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood, Reservoir Books, trad.: Javier Calvo, 2021, págs. 393]
La primera sorpresa para un
admirador de la película homónima, al leer esta gozosa novela, no consiste en
descubrir que Tarantino sabe escribir, y que sabe escribir bien y narrar con destreza.
Este libro no contiene la novelización comercial de la obra maestra de su autor,
sino la novela genuina que la inspiró. Genéticamente, la novela fue anterior.
El deseo impulsivo de plasmar en palabras la fascinación y la nostalgia por una
época ya olvidada como fue el final de los años sesenta. Una época que, como
todas las épocas de la historia, posee sus partes de belleza y sus partes de
terror o barbarie. Por razones que la novela y la película exhiben sin explicar
demasiado, esa época espectacular causa en el imaginario de Tarantino un efecto
poderoso y entrañable.
Las cualidades de la novela frente a su adaptación
cinematográfica son evidentes desde un punto de vista narrativo. La trama se
diluye en episodios inconexos, ricas descripciones de espacios y personajes,
múltiples historias y comentarios eruditos sobre el cine y la televisión de la
época. El desenlace violento de la película se cuenta en el primer tercio de la
novela, como una anécdota sin especial importancia, y el final de la novela es
un anticlímax irónico que no tiene desperdicio. Los dos personajes principales
siguen siendo el actor Rick Dalton y su doble Cliff Booth, por supuesto, aunque
Tarantino ofrece una caracterización más completa del segundo, convirtiéndolo
en una personalidad singular, veterano de todas las guerras con una vida
marcada por la violencia y la dureza. El retrato del actor, en cambio, aparece
dominado por la neurosis del fracaso, el limitado talento, el depresivo declive
de su carrera y la falta de futuro.
Si a la película se le criticó la pobre
presentación de personajes femeninos, a la novela no se le puede dirigir el
mismo reproche. No solo amplía la focalización del personaje de Sharon Tate,
mucho más que una muñeca rubia solo preocupada por su aparición narcisista en la
gran pantalla, sino el tratamiento de las chicas Manson, con especial énfasis
en Pussycat y Squeaky, mostradas como jóvenes a la deriva en un mundo sin excesivas
oportunidades para ellas, huyendo de familias insufribles y en busca de un
refugio donde conjugar identidad y libertad. Y el siniestro Manson, con sus
frustradas veleidades musicales, sus planes diabólicos de venganza y sus
mensajes apocalípticos, actúa como el villano misógino de la historia.
La ingeniosa combinación de hechos reales e
invenciones verosímiles no produce el mismo resultado artístico que en la
película, como si la intención de Tarantino fuera diferente. La novela funciona
como una crónica crepuscular de la desaparición de una época gloriosa, apenas teñida
de sangre e iluminada por relucientes letreros de neón, más que como un relato dramático
con final truculento, pero la visión conservadora se mantiene.
El cuento de hadas pop escenificado por Tarantino conduce a una reflexión ambigua desde un punto de vista político. Los vaqueros de las series salvan a Sharon Tate del ataque de los indios modernos que son los hippys (los “nuevos mutantes”, como los llamó el gurú académico Leslie Fiedler). Los falsos vaqueros Dalton y Booth defienden a la estrella de los peligrosos miembros de la contracultura americana. Esa cultura antagonista que había hecho del devenir indio, a través de la vestimenta, la promiscuidad y el nomadismo, una forma de vida alternativa a la convencional. La jugada ideológica de Tarantino es obvia. Por más arcaica o trasnochada que sea la mitología del Oeste, solo los pistoleros y los vaqueros, con sus cabalgadas épicas, sus rituales viriles en bancarrota y sus maneras decadentes, pueden salvar a la sociedad de sus enemigos más radicales o fanáticos.
La actualidad a veces parece ser un amasijo, o un claro del bosque donde hay un mercadillo de seres extraños, vaciando sus desvanes, si hay suerte.
ResponderEliminarEl ovillo por desmadejar, el bosque de arbustos y espinos que impide llegar a la cripta, robar la tumba, y, también, ser alcanzado por una bala de diamante, tiene que ver con nuestra percepción del tiempo y nuestras intenciones a la hora de dejar o no huella (a pesar de las intenciones, puede que nunca tenga lugar, o desaparezca en el acto )
El vuelo paradójico del ángel de la historia nos hace ver el tiempo como una consecuencia perfectamente lógica e inevitable, y no deja de ser una imagen eficaz, que no explica las guerras de religión entre la escuela de Frankfurt, cierto post-estructuralismo, las derivas duras de la postmodernidad, el wokismo o aquello de hace cuarenta años que llamaron neo geo o neo apropiacioinismo.
El cine de Quentin Tarantino viene de ahí, pero también mantiene vínculos con ciertas visiones limítrofes, como el cine de Abel Ferrara. Hay quien dice que el cine de Tarantino ya ha muerto como propuesta innovadora, y que, como todos los artistas, quieran o no, finalmente se repliega, y comienza una autorreflexión sobre sus propios códigos narrativos. A veces, algo se transforma ahí dentro, y sucede algo realmente nuevo a continuación, pero ni es lo que se suele buscar, ni tampoco lo que se les suele pedir.
Estaba pensando en cómo debe ser la vida del artista realmente apropiacionista, como Sherrie Levine o Louise Lawler, en contraste con todos aquellos que, en la misma época, vieron que la ruta para destacar, incluso con contenidos ajenos, simplemente barajándolos (David Salle), o reubicándolos-rediseñándolos (Barbara Kruger), exponiéndolos, sin más (el primer Jeff Koons), o realizando piruetas de romanticismo urbanita (Robert Longo) o siniestroide (Kiki Smith) era convertirse, ya entonces, en algo reconocible, su propia "brand", claro está.
Todos estos artistas, y muchos que han venido después, están en crisis como el sistema que utilizan como almacén de críticas, reconvenciones, homenajes o imaginario emocional. Nadie está a salvo. Hay reconversiones industriales y cierres de plantas en el digitalismo millenial, también en TikTok.
De una manera muy injusta y arbitraria, pero qué opinión no matizada lo es, el pintor Antonio Saura habĺó una vez de Pedro Almodóvar como "pseudo cineasta", cuando precisamente la "autenticidad" de su cine -sirve como ejemplo, no estoy hablando de su calidad- es su carácter híbrido y su engarce con la tradición, y cómo, el tiempo, de una manera paulatina, y cada vez más densa, cubre de historia, de rimas, su propuesta. Atrapados en su tiempo, en su artefacto, él y otros, como Tarantino, no saben salir de la telaraña que cosieron para ellos mismos. A diferencia de una larva-pupa-crisálida-mariposa, están para ser comidos por... nadie.
Casi todas las ideas nacen de un pequeño impulso, un ligero desplazamiento que la mirada aprecia y decide seguir. En el cine reciente, aunque se disfrace con música misteriosa o planos más o menos abstractos, más o menos conseguidos, las ideas también son diminutas. En ocasiones se comparten, como la teoría de Superman como la verdadera identidad de Clark Kent en Kill Bill. Puso las cartas boca arriba, pero también dejó claro que hay mucha sal gruesa para la mona vestida de seda.
No sé si el final de todo esto, de manera inevitable es mirar a la luna, aullar y decir "putos hippies", pero el cielo está lleno de "charlies", y la noche puede amanecer a golpe de napalm.
Muy interesante tu reflexión, muchas gracias. Un abrazo.
Estupendo comentario, amigo Carlos, muchas gracias por elegir el blog para formularlo. Necesitaré releerlo varias veces antes de captar todas sus ideas y juicios. Precisamente, no creo que Tarantino sea comparable con los artistas de los ochenta y noventa que mencionas (no echo en falta a nadie, no es ironía, en tu nómina de eminencias y estrellas). Lo más interesante de Quentin T. es que, como otros artistas que admiro, ya no necesita estar en la punta de lanza de la vanguardia creativa, si es que esto tiene aún sentido o siquiera existe, ya no necesita innovar en apariencia, puede permitirse el lujo de jugar a parecer conservador incluso, en la forma o en los contenidos, para realizar obras cada vez más apasionantes y originales, como ONCE UPON A TIME IN HOLLYWOOD...Puede sonar a paradoja, pero no lo es. Los tiempos exigen artistas que dialoguen con su tiempo sin situarse ya en ninguna postrimería estética ni posición avanzada. Para bien y para mal, vivimos la lógica cultural del Just-in-Time Capitalism, como dice Nealon...Volveré sobre todo ello…
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