miércoles, 25 de noviembre de 2020

SÁTIRA MENIPEA


[Flann O´Brien, El tercer policía y En Nadar-dos-pájaros, Nórdicalibros, 2020, trad.: Héctor Arnau y José Manuel Álvarez Florez, respectivamente, págs. 497]

Flann O´Brien era un misterio compuesto de muchos nombres y una sola identidad reconocida: un escritor extraordinario, borrachín y bromista, que se llamaba en realidad Brian O´Nolan (1911-1966). Con ese seudónimo como enseña creativa, O´Brien era el gran continuador de la tradición narrativa de Swift, Sterne y Joyce. Como prueban “En-Nadar-dos-pájaros” (1939), “El tercer policía” (1967) y “Crónica de Dalkey” (1964), tres portentosas muestras de la revitalización moderna de la sátira menipea caracterizadas por la más exuberante vitalidad y carnavalesco sentido de la comedia humana.

“El tercer policía”, en particular, es una de las novelas más excéntricas del siglo XX. En sentido del humor disparatado, carga irónica y formidable poder de fabulación e invención narrativa, solo le encuentro una obra de análoga envergadura: “Ferdydurke” (1937) del gran Witold Gombrowicz. La única diferencia es que el escritor polaco publicó su obra en la Polonia de entreguerras, causando un escándalo fenomenal, mientras el sarcástico irlandés vio cómo la única editorial a la que envió la novela la rechazaba por sus excesos fantásticos. Harold Bloom, en su polémico “canon occidental”, incluyó “El tercer policía” entre las novelas más innovadoras del siglo más innovador de la novela.

“El tercer policía” es, además, la novela policíaca más extravagante y laberíntica de la historia. Y esto por múltiples razones. Primera, uno de los asesinos es el narrador, que confiesa su culpabilidad desde la primera línea. Segunda, dicho narrador anónimo ha cometido el crimen para poder financiar su estudio definitivo sobre un filósofo apócrifo (De Selby), que aparece citado y glosado a menudo a lo largo de la novela. Tercera, el narrador asesino está muerto también, aunque no lo sabe aún, ni tampoco lo sospecha el lector. Cuarta, toda la trama sucede en un infierno dantesco similar a la campiña irlandesa: un infierno verde y ameno donde ocurren hechos terribles y el narrador experimenta un castigo kafkiano mediante el que va descubriendo el misterio de su condena.

Finalmente, para redondear el humor patafísico de la novela, los policías que colaboran con el narrador en la investigación del crimen son tres figuras corpulentas y delirantes. Los dos policías principales, MacCruiskeen y Pluck, están obsesionados con las bicicletas y se dedican a tareas dementes, impropias del oficio, como inventar objetos imposibles y máquinas fantásticas. Y el tercer policía en discordia, Fox, una suerte de oscuro demiurgo del lugar, no hace más que entorpecer las actividades de sus colegas, aunque se revela fundamental en el sorprendente desenlace.

El infierno grotesco donde transcurre la novela es vivido por el narrador como el eterno retorno: una trama sin principio ni fin, condenada a repetirse y girar eternamente como las dos ruedas de una bicicleta, metáfora de los ciclos temporales que encierran a los personajes. Nunca se habla de delitos, la ejecución por el crimen es diferida al infinito, los asesinos nunca serán ahorcados, así como la repetición del crimen que los condenó es una farsa o un simulacro. O´Brien habría descubierto tarde, tras el rechazo editorial, que su novela era menos ortodoxa de lo que habría deseado y estuvo tentado de hacerla desaparecer. Crimen literario que, por fortuna, nunca cometió, por más que él mismo declarara perdida la novela a lo largo de su vida.

Sátira corrosiva de la ciencia y parodia feroz de la filosofía a través del “nonsense”, como Lewis Carroll, o del humor absurdo, como Ionescu, “El tercer policía” es una de las novelas más tragicómicas y tristes que uno pueda leer sin sacrificar la inteligencia en nombre de una risa contagiosa hasta la muerte. 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA PENÚLTIMA POSVERDAD


 [Publicado ayer en medios de Vocento]

 Ahora sabe Trump lo que pesa China en el contexto geopolítico actual. Ahora conoce la ineficacia de sus estrategias contra el coloso asiático y sus aliados occidentales. Perder esa guerra le ha costado la reelección. Y a los demás, es evidente, una pandemia que pretende reajustar la economía y la vida a la medida del nuevo orden mundial. El futuro ya no se parece a lo que pensábamos hace un año. Comprendo que la derrota de Trump provoque entusiasmo global, pero no entiendo que la victoria de Biden sea celebrada como un magno triunfo para la humanidad. Como en una reedición planetaria de “Bienvenido Mr. Marshall”, ahora resulta que debemos al benefactor Biden todo efecto positivo, desde frenar el populismo hasta producir la vacuna que genera ilusión en plena pesadilla pandémica.

La Historia, escribe Muñoz Rengel, es la historia de la mentira en todas sus facetas. La verdad aprendió de la mentira y se hizo política, dice Gracián. Las grandes mentiras del arte y la literatura son verdades como puños. Y las supuestas verdades de la política, la religión, la economía y la tecnología son grandes ficciones al servicio del poder en su voluntad de controlar y manipular la realidad. Con esto del virus de ojos rasgados se cumple el axioma. Cuanto más grande sea tu mentira, más fácil es que todo el mundo la crea. La mayoría solo demanda un anzuelo bien cebado que morder con fuerza. Una verdad oficial que suscribir sin rechistar. En el mundo digital, los mentirosos compulsivos pasan por oráculos de la verdad y los escépticos son tomados por payasos ideológicos que desafían la retórica engañosa del poder.

La existencia de vacunas a punto de llegar al mercado es una promesa que aparece tras las elecciones americanas como estímulo para el pueblo que ha destronado al tirano. Así funcionan las élites globales. Premiando o castigando las decisiones libres de los votantes. Un amigo médico me dice que esta sobreactuación deriva de la pérdida de la ilusión de control. Cuando los gobernantes se dan cuenta de que ya no controlan nada, como un padre paranoico, intentan recuperar la fantasía de que siguen al mando forzando medidas extremas que mitiguen su descrédito. Sin justificación científica, padecemos un régimen policial tan restrictivo como una dictadura. Un confinamiento que favorece los intereses políticos de quienes gobiernan en contra de los ciudadanos. Nos retienen castigados, como a colegiales revoltosos, y tan contentos. En las próximas elecciones nos encontraremos. 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

TERMINAL


 [Don DeLillo, El silencio, Seix Barral, trad.: Javier Calvo, 2020, págs. 110]

El silencio de DeLillo se inspira en “El silencio” de Ingmar Bergman. DeLillo es uno de los pocos escritores cuyas influencias artísticas incluyen el cine europeo de los años sesenta (Antonioni, Godard, Bergman). Y aquí lo expresa sin ambages. Una pantalla sin señal televisiva durante un espectacular acontecimiento deportivo. Un mundo sumido en el caos disfuncional. Un avión a punto de estrellarse como consecuencia del apagón tecnológico. El silencio mortal es el silencio de un punto final que también acecha al lector al terminar de leer la novela.

Es una novela enigmática, condensada y elíptica. Estructurada en dos partes, con disímiles motivos, técnicas y estilo. En la primera parte, seis capítulos alternos donde se narran, con diálogos absurdos, las experiencias de dos parejas que han quedado para cenar la noche de la Super Bowl de 2022. Una pareja vuelve en avión desde París, Jim Kripps y Tessa Berens: él blanco, ejecutivo, ella mestiza de diversas razas, poeta hermética y consultora corporativa, incomunicados intelectualmente y sexualmente conectados al más alto nivel. Son un emblema de la élite profesional americana, cosmopolita, individualista, inteligente, elegante y hedonista. Otra pareja más convencional espera en casa, en un alto edificio del centro de Nueva York, preparando la estimulante velada. Él (Max Stenner) ha sido inspector de construcción y ella (Diane Lucas) ha sido profesora universitaria de Física. Tienen un invitado joven en casa, Martin Dekker, un ex alumno favorito de Diane y profesor comprometido que cita a Einstein con frecuencia mientras Max, cuando se interrumpe la emisión televisiva, se dedica a relatar en voz alta los lances imaginarios del partido.

Ambas parejas viven la misteriosa crisis de modo diferente. Unos se sumen en la perplejidad y el miedo a domicilio mientras los otros, tras el accidente de avión y el paso por un hospital que les descubre la magnitud de la catástrofe, recorren las calles desiertas para llegar a la casa de sus amigos y protegerse allí de la inquietante noche. La segunda parte, compuesta de diecisiete segmentos, ofrece un testimonio fragmentario de lo acaecido después. El sistema se colapsa y el mundo contemporáneo se diluye. Se cumple así la fantasía de una minoría alternativa, dice el texto, que habría soñado con este apocalipsis del capitalismo desde hace décadas. DeLillo brilla con maestría excepcional en la secuencia de monólogos finales donde los cinco personajes expresan, en su idiolecto intransferible, sus limitadas intuiciones e interpretaciones sobre lo que está sucediendo.

DeLillo asume así una perspectiva afín a la de Ballard. El fin del mundo es más poético que su misma existencia. DeLillo está cansado y débil y observa la realidad con la actitud escéptica de quien intuye el advenimiento de un límite histórico que no puede superar mentalmente. Un colapso existencial, tecnológico y cognitivo. El novelista que puso el foco novelesco sobre la ciencia y la tecnología, describiendo los procesos complejos por los que el mundo revolucionó sus estructuras, sus modos de vida, pensamiento y relación, está exhausto. La realidad se parece cada vez más a las visiones de sus novelas, pero DeLillo prefiere poner el énfasis ahora, como en el cine de Bergman o Antonioni, en todo aquello que revela el eclipse, la nada, una figura borrada, un blanco inexpresivo, un silencio mortal. Todo lo que delata una ausencia esencial. Una pantalla donde no aparece ninguna imagen seductora que encubra la verdad. El absurdo de proseguir por esta vía, la fatiga metafísica ante la inutilidad de un mundo que gira en el vacío, produciendo bucles infinitos, y solo genera en su deriva tristeza e infelicidad.

DeLillo no es un profeta. DeLillo es el más agudo analista narrativo del período terminal de la idea moderna de futuro.

martes, 3 de noviembre de 2020

TODOS CONFINADOS

[Publicado hoy en medios de Vocento]

Cómo les gusta confinarnos. Cuánto disfrutan. Qué vergüenza. Y las razones no son, no pueden ser, solo sanitarias. Que nadie me llame negacionista. Los verdaderos negacionistas son quienes niegan el poder del pensamiento libre para dilucidar si la reacción es congruente o exagerada. Medidas inexplicables en una situación que es la que es por irresponsabilidad de los mismos que solo saben castigar a la gente para hacerle pagar por su incompetencia. Hay quien piensa, encima, que esta política represiva de la mascarilla, el toque de queda y el confinamiento es progresista. Hasta ahí llega el autoengaño ideológico. La claudicación de la inteligencia es total. Si salimos de esta, muchos deberían pedir perdón por el sectarismo de su actitud.

Qué ganas de que pasen las elecciones americanas. Son trascendentales. Esta vez nos jugamos la vida en ellas. Resulta paradójico. Si gana Biden, opción no descartable, el paisaje apocalíptico se aclarará como el escenario nocturno al amanecer. Si vence Trump, hecho nada improbable, si Trump persiste en el puesto por la fuerza de los votos, todo irá a peor en el mundo. Constato y no tomo partido. La reelección de Trump es la incógnita de la pandemia. Los chinos la despejan con paciencia confuciana. Y sus aliados occidentales con ciencia confusa. La maldición bíblica del coronavirus es una nueva clase de guerra que no se parece a las guerras del pasado. El miedo y la ineficacia han consumado el desastre. No hay que ser un bocazas paranoico ni un negacionista ciego, Einstein nos libre de incurrir en tales errores de cálculo, para comprender lo que sucede a la vista de todos. El sistema está aprovechando la oportunidad para reconfigurarse y revolucionar sus estructuras.

El supuesto comité de expertos sirve de tapadera científica para declarar el estado de alarma policial. Y este apenas disimula el deseo abusivo de controlar a una población hastiada. No hay otra explicación, aunque la nieguen los medios a sueldo del poder. Acabarán pagándolo caro cuando esto avance a la siguiente fase. El divorcio emocional entre el sentir popular y la propaganda de medios y partidos condujo a la victoria de Trump en 2016. Peligrosa lección. Los políticos que olvidan el pasado inmediato están condenando al pueblo a recordárselo de mala manera. Ya tengo ganas de que pasen las elecciones americanas, a ver si así superamos la pesadilla orwelliana y nos podemos quitar las mascarillas y trasnochar sin trabas. El futuro será inmune o no será humano.