miércoles, 25 de septiembre de 2019

SIMULACRO



[Publicado ayer en medios de Vocento]

            La política habla de la política, amigo mío, no de ti ni de mí. Qué te creías. Que esto iba de gobernar y solucionar problemas y proporcionarle beneficios a la gente. Menudo ingenuo. Ese es el pretexto. Esto va de lo que va. La política va de eso. Del poder. De tenerlo o no tenerlo. De cómo obtenerlo y mantenerlo. Este es el único argumento de la representación. El resto es puro decorado, ornamento de la máquina política. No te rompas la cabeza tratando de comprenderlo. No hay misterio. El juego está viciado, pero es así como funciona. O lo aceptas o no lo aceptas. Aclarado el enigma, toca hablar de otras cosas.
Estamos bloqueados. Como país y como sociedad. Eso es lo que significa realmente el fallido pacto de izquierdas, tan deseado por ciertos sectores y temido por la banca y el Ibex. Los indicios son alarmantes. Así puede interpretarse la repetición electoral. Repetir es siempre un signo de fracaso. O de impotencia. No avanzamos, no cambiamos, nada mejora. Nos hemos vuelto tan conformistas que cultivamos el optimismo sistémico y desdeñamos cualquier visión negativa. Tememos la sensación de fracaso. La melancolía del esfuerzo inútil da más miedo que la autocrítica constructiva. Las nuevas elecciones deberían servir al menos para castigar a los responsables del error histórico. No tener gobierno ahora es una negligencia imperdonable. Nuestros políticos han suspendido el examen y tienen que repetir un curso electoral lastrado por su incompetencia. Algunos ya saben que no aprobarán nunca. Es el precio de la soberbia. Otros se resignan a una suerte mediocre. Pero uno en particular sueña con el poder absoluto. Desea poder dormir a pierna suelta con la mayoría suficiente como somnífero eficaz.
La democracia es más importante que los partidos o sus líderes, aunque estos tiendan a olvidar este detalle con frecuencia, tomando sus intereses privados por demandas colectivas. Que aprendan del golpe de estado del parlamento británico contra los desmanes de Johnson. La calidad democrática se mide por la eficacia de las soluciones políticas a los problemas. A nuestra democracia le queda mucho por alcanzar la máxima calidad. Que Sánchez sea, incluso para la derecha mediática, la mejor opción para salir del marasmo es un signo de cinismo. Sánchez es un presidente interino por vocación. No tiene ideas originales, su discurso carece de sustancia, su puesta en escena está pensada por asesores más preocupados por la buena imagen que por el buen gobierno. Toda la estrategia socialista es un simulacro performativo diseñado para seducir al desnortado votante de izquierdas. En realidad, para este la respuesta más inteligente consistiría en abstenerse o votar en blanco y permitir que gobierne la derecha oficial, tan funesta. Errejón no cuenta. Así escarmentarían los líderes del PSOE y Podemos. Votarles otra vez sería perder el tiempo. Más de lo mismo.

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