[Julio Cortázar, Rayuela, RAE, págs. 1120]
Cuántas veces me
pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al
engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos. Pero preguntarse
si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar
por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura?
-Rayuela (capítulo 73, primero en el dispositivo rayueliano de lectura)-
Celebrar una novela pasados los cincuenta años
de su primera edición puede significar muchas cosas buenas y algunas malas.
Entre las buenas se cuenta el recuerdo activo de los lectores iniciales y la
fidelidad de estos a las vibraciones intemporales del libro. Entre las malas,
convencer a los lectores incrédulos de la excepcionalidad quizá irrepetible de Rayuela, en 1963, año de su publicación,
y en 2019, año de su ingreso en la RAE. La acabo de releer íntegra este verano,
siguiendo el plan de lectura señalado en el título, y me ratifico con plena
convicción en el juicio. En pleno triunfo comercial de la banalidad literaria que
Rayuela pretendía destruir
creativamente, esta conmemoración institucional debería servir también para
reflexionar sobre el designio de la literatura innovadora en tiempos tan ingratos.
A todo esto se refieren los instructivos apéndices de esta magna edición,
firmados, entre otros autores y críticos, por notorios colegas de Cortázar como
Bioy Casares, Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes. Por otra parte, en
1963 aparecieron también, por una de esas confluencias que tanto fascinaban a
Cortázar, otros dos libros seminales
como V de Pynchon y Un
oficio del siglo XX de Cabrera Infante.
Leí Rayuela
por primera vez al filo de los veinte años y me deslumbró desde el principio la
tentativa lograda de implicar en el mismo gesto una redefinición de lo humano y
una redefinición simétrica del papel de la novela (“Intentar el roman comique en el sentido en que un
texto alcance a insinuar otros valores y colabore así en esa antropofanía que
seguimos creyendo posible”). Rayuela
es no solo una invitación al juego de la literatura sino una invitación al
juego de la vida, al juego de espejos mutuos que la literatura y la vida
entablan desde la pasión, el placer y el rigor. El juego de cambiar las reglas
del juego mientras se aprende a jugar, es decir, a vivir (“Método: la ironía,
la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de
nadie”). Cortázar quiso con su novela demostrar que otra forma de escribir era
posible y quizá otra forma de vivir la literatura. Cortázar practicó en Rayuela una escritura novelesca que
pasaba por recuperar los juegos de la infancia sin abandonar los dilemas y
deseos de la edad adulta.
Rayuela era la consumación de
toda una tradición, heterodoxa y exigente, que rompía moldes anquilosados para
fundar una nueva manera de escritura, un nuevo modo de construcción
novelístico, un nuevo modelo de armar la narración donde las interferencias de
la vida y las libertades del lector con el texto jugaban un papel fundamental
en la trama lúdica de la lectura. Por primera vez, los personajes de ficción se
transfiguran, durante la gestación de la novela que los contiene, en activa
comunidad de lectores de la misma. En el fondo, la transformación del lector de
Rayuela (“el verdadero y único
personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que
escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo”)
conduce a la transformación integral del ser humano a partir del juego, el
erotismo y la literatura (“rechazo de todo lo que huele a idea recibida, a
tradición, a estructura gregaria basada en el miedo y en las ventajas
falsamente recíprocas”).
No es extraño, por tanto, que en este tiempo de
regresión a los valores estéticos más reaccionarios (trama banal, lenguaje
inofensivo, cursilería estilística, mensaje moralizante, realismo anodino,
narrativas de baja definición intelectual, etc.) los lectores convencionales
juzguen Rayuela como una obra fallida
y desfasada. Los más inconformistas, en cambio, sabemos que Rayuela sigue siendo, a pesar de sus flaquezas inevitables y la
caducidad de algunos de sus rasgos más superficiales, no solo una anomalía explosiva
sino una novela literal y literariamente revolucionaria. Una obra, en suma, que
revoluciona nuestras ideas preconcebidas sobre la literatura y la vida. Rayuela demuestra cómo la historia de la
literatura es la historia de las libertades que algunos escritores se han
tomado, en nombre del placer del juego, con la literatura y con la idea
establecida de la literatura en cada época.
Si algo debemos festejar en Rayuela, es su poder infeccioso, aún intacto, para sublevarse a
través de la inteligencia, la imaginación y el humor contra los valores ramplones
y la domesticación de la literatura por los mercachifles y los lectores
conformistas.
Lo más divertido de todo es ver cómo los mismos
que tildan a Rayuela hoy de fallida o
de anticuada, o de ambas a la vez, se aferran en sus gustos literarios (y quizá
en todo lo demás, qué se le va a hacer) a los más rancios anacronismos y raídas
antiguallas.
por ese sentido de importancia es que todavía no la leí (la tengo en la biblioteca). Mi amor profundo por Julio me hace dudar de mi disfrute de ella hoy a mis casi 50 años, pero estas entradas que la siguen alabando (hay gente en contra de esta genialidad?) me hacen dar mas fuerzas para hacerlo. Gracias y saludos!
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