miércoles, 19 de junio de 2019

CHERNÓBIL



[Publicado en medios de Vocento el martes 18 de junio]

La actualidad es paradójica. Chernobyl, la serie retro de moda entre los jóvenes, me devuelve con nostalgia a los tiempos del Sóviet Supremo. Tiempos de decadencia vividos en un escenario kafkiano de escaleras y pasillos interminables, moquetas raídas apestando a queroseno y edificios en ruinas. Ver Chernobyl causa un doble efecto en el cerebro. Te obliga a recordar lo que nunca olvidaste del todo y a ver lo que ni siquiera recuerdas en detalle. Y depara algunas revelaciones inesperadas, como el alto nivel de inglés que tenían en la antigua URSS, desde el científico más avanzado a la campesina más atrasada. Milagros culturales de la televisión global.
Es irónico, pero la risueña campaña publicitaria del “¿Nuclear? No, gracias” no fue diseñada para exhibirse en rojos caracteres en pleno corazón de Moscú. La energía nuclear era objeto de tales falacias ideológicas que a los ingenuos de entonces nos impedían comprender sus ventajas. Sabíamos por amigas viajeras que el infierno tenía múltiples sedes en la tierra de promisión comunista mucho antes de que el terrible accidente de Chernóbil expusiera las tóxicas vergüenzas del régimen. Cuando conocimos la magnitud de la catástrofe, algunos portavoces achacaron la desinformación a la insidiosa propaganda de la CIA. Incluso ahora hay espectadores que viendo la serie piensan en una reivindicación del orbe soviético. Pero Chernobyl nos enfrenta a las ruinas del pasado y a la construcción de un futuro menos sombrío. Para los jóvenes, que lo ignoran casi todo del siglo XX, supone un descubrimiento dramático. Y para los veteranos, adictos a los placeres de la amnesia, un medio radiactivo de recuperar la memoria. Chernóbil generó un enorme agujero negro que no tardaría en devorar al socialismo soviético y a los partidos comunistas europeos, camuflados bajo siglas bochornosas.
A comienzos de los ochenta, el teórico Baudrillard llamaba “telefisión” a la perversa alianza entre televisión y catástrofe nuclear. Con Chernobyl se ha cumplido el principio terrorista de que la realidad existe para aparecer en una pantalla de televisión. La televisión es el reactor espectacular que funde la realidad y la confunde con sus imágenes. Chernóbil no es real. Es un mito mediático que nos recuerda qué es la realidad. La catástrofe real. Con Chernobyl la historia regresa como un fantasma reprimido. La historia que dábamos por pérdida u olvidada. Quizás por ello la serie evita hasta el final la visión del núcleo radiante. El nuevo tabú pornográfico. El lugar de donde emana todo su poder de fascinación tecnológica. Prohibido mirarlo al desnudo. A su alrededor, las imágenes digitales reconstruyen con rigor forense un mundo mortecino. Chernobyl es la catástrofe realizada que nos restituye el sinsentido de la realidad. Las verdades y mentiras de la historia que nos han contado. Se acabó el cinismo. Y lo demás es el cuento de la criada.

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