martes, 9 de abril de 2019

MASCULINO FEMENINO



[Manuel Arias Maldonado, (Fe)Male Gaze. El contrato sexual en el siglo XXI, Anagrama, págs. 97]

            La guerra de los sexos ha vivido en el último año una nueva vuelta de tuerca. Un giro previsible en una dirección problemática. Esa guerra secular ha virado hacia un escenario inesperado con viejos actores y actrices y situaciones lastradas. Tras un siglo de lucha feminista por la libertad e igualdad de las mujeres, conquistada la primera, la segunda constituiría la bandera esencial de las reivindicaciones políticas que tienen a la condición femenina en su foco de atención más o menos mediatizado. Esta batalla encarnizada por el poder sexual y social, laboral y cultural, ha declarado enemigo al hombre, por sus abusos presentes y pasados. No obstante, la fraternidad entre las mujeres, por apelar al tercer factor de la ecuación del progreso humano, no está garantizada: muchas de ellas no participan de los valores agresivos enarbolados como eslóganes para el asalto final al palacio del patriarcado. Y muchos hombres, guiados por la culpa o la vergüenza, se han pasado con armas y bagajes al otro bando.
            De todo este novedoso enredo se hace eco Arias Maldonado en este ensayo, tan instructivo como documentado, con la autoconciencia y la ironía que recomienda como actitud idónea en este período de transición cultural, donde ya no rige la antigua moralidad y domina la mirada porno. Su método intelectual consiste en revisar muchos de los juicios que protagonistas y expertos han pronunciado sobre la peliaguda cuestión en los últimos tiempos, los de mayor combustión mediática, a fin de someterlos a un escrutinio riguroso, eliminando los excesos retóricos que inducen a confusión. El sesgo razonable del discurso permite afrontar así los males mayores y menores que pueden complicar aún más esta situación, apostando siempre por la posibilidad de renovar el contrato sexual del siglo XXI, pero sin meterse en aguas turbulentas.
La dialéctica de la mirada y el deseo articula el análisis de Arias Maldonado con la intención de esclarecer las claves del movimiento “Me Too”, un exponente del feminismo tuitero también criticado por otras mujeres. Ahora bien, es evidente que entre los postulados de la novelista Gillian Flynn, que denuncia la complicidad de la mujer en el juego cosificador del deseo masculino, y los de la teórica Laura Mulvey, quien definió el concepto de “mirada masculina” como dispositivo cinematográfico de objetualización del cuerpo femenino, cabe una multiplicidad de perspectivas y posiciones ideológicas.


En las hiperactivas micropolíticas del siglo no veo, sin embargo, que la refundación simbólica de las relaciones sexuales sea imprescindible para todas las partes implicadas en esta guerra cultural. Para una mayoría de mujeres y hombres el pacto tradicional, con todos sus problemas y conflictos, si se reforman ciertas cláusulas, seguirá teniendo validez en las décadas futuras; mientras se irá imponiendo, para sectores más avanzados, una forma de coexistencia sexual que no implique ningún dominio público ni supeditación doméstica. Sin ir más lejos, la notoria bloguera y teórica Laurie Penny, con sus polémicas tesis sobre el mercado de la carne y la explotación de los atributos del cuerpo femenino bajo el capitalismo, no parece interesada en buscar ningún acuerdo convencional con el sexo masculino. El punto fuerte de su planteamiento radicaría, más bien, en la reorientación colectiva hacia la transexualidad como fundamento de una revolucionaria praxis sexual.
             No existen soluciones fáciles. La vida es peligrosa y paradójica, además de irónica, y los sujetos deben arrostrarla sin miedo, asumiendo que la libertad conlleva inseguridad, pero también satisfacción, y la igualdad linda con el tedio normativo. La sabiduría pagana, como dice Camille Paglia, quizá nos incite a combinar ambas demandas con soberana inteligencia.

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