[Publicado en medios de Vocento el martes 11 de septiembre]
Cataluña
tiene un marrón muy gordo. Desmontar un simulacro es más costoso que montarlo.
Y no realizarlo tan nefasto como prometerlo. Los “fistros carolistas” son un
escollo aún más peligroso que los “fistros felipistas”. Y que no se entienda
este homenaje al cómico Chiquito como un guiño de la Andalucía sociata de los
ERE a la Cataluña convergente del tres por ciento. Intento inyectar humor en
un tema fúnebre. El problema español, no obstante, es el más grave de todos. Un
síntoma de debilidad nacional. Cómo ha permitido el Estado que se construya en
sus dominios una fantasía nacionalista de ese calibre. Los responsables del desaguisado
debieron creer, con buena fe democrática, que los símbolos, la lengua y las
festividades del terruño eran solo vistosa decoración folclórica para el
cortijo nororiental. Qué ingenuos.
Se conmemora
hoy una efeméride fantasma que no alertó a los líderes de la Transición cuando
fue legalizada. Nadie imaginó entonces que esa semilla maldita, regada año tras
año con espuma del Penedés y abonada con pagos corruptos, iba a producir esta jungla
monstruosa de esteladas y lazos amarillos. No hace falta saquear la Wikipedia
para entender qué festejan con tanto bullicio callejero como victimismo
político. No es la defenestración de Rajoy, no, sino la caída de Barcelona en 1714
durante la Guerra de Sucesión, ese “juego de tronos” a la española. Por intereses
espurios, los catalanes tomaron partido activo por los austriacos, dinastía
retrógrada, contra la monarquía borbónica, más moderna. Tres siglos después, los
catalanes “ostracistas”, tan cabezones como su líder bicéfalo, siguen
celebrando el error como si la derrota reaccionaria fuera una hazaña heroica. Ironía
infinita de la historia.
Torra es un
pésimo actor, dentro y fuera del escenario. Y no porque no crea en su papel,
sino porque se lo cree en exceso. Para que nadie dude de su vocación mesiánica,
organiza en el Teatro Nacional de Cataluña una pantomima siniestra en la que predica
ante sus fieles un sinfín de falsas bienaventuranzas. Torra es un megalómano y se cree Martin
Luther King. Hay que tener la cara tan dura como un pedrusco de Montserrat
para atreverse a comparar a los privilegiados contribuyentes de la república
catalana de Ikea con los oprimidos afroamericanos. Antes era capaz de reírme a
carcajadas con las bromas de la novísima hornada de cómicos independentistas. Pero
ahora se han vuelto unos pesados. Sus disparates ya no tienen gracia. Sus
monólogos son monsergas de iluminados. Sus apariciones televisivas, chistes
para zombis. Y sus manifestaciones, para qué mentir, espectáculos de una
cursilería inaguantable. Cataluña no sería mejor sin España, es un infundio, pero
el deseo de separarse está haciendo peor a Cataluña. Europa mira para otro
lado. A este paso, la Diada se convertirá en la celebración de una derrota real.
Y esta vez perderemos todos.
Amén y amén.
ResponderEliminarComparto el entusiasmo por Coetzee. https://antiguoescriba.blogspot.com
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