[J. M. Coetzee, Siete cuentos morales, El Hilo de
Ariadna/Random House, trad.: Elena Marengo, 2018, págs. 128]
[Reseñando en 2005 su primera novela tras la
concesión del premio Nobel, “Hombre lento”, escribí lo siguiente: Confieso que he sido refractario durante
mucho tiempo a la literatura de Coetzee. Me parecía el típico escritor
recomendado como modelo de seriedad por los suplementos culturales al uso y los
escritores y críticos de gusto menos fiable. Finalmente, voces autorizadas,
casi siempre extranjeras, me convencieron de la necesidad de leerlo. Aún
recuerdo a Guy Scarpetta amonestándome amistosamente: “Usted debe leer
«Desgracia»”. No podía decirle que no a uno de los grandes expertos en novela
contemporánea y leí enseguida esa deslumbrante novela, una de las mejores de su
autor y una de las obras maestras de la narrativa mundial de las últimas
décadas, exploración alegórica de la experiencia traumática sudafricana. Y
después «Esperando a los bárbaros», otra obra maestra, que hace palidecer a «El
corazón de las tinieblas» de Conrad…El arte de la novela según Coetzee: estilo
lacónico y elíptico, humor sardónico, un sentido tragicómico de la existencia
despojado del aspecto religioso de toda tragedia y del aspecto vulgar de toda
comedia, una determinación moral de llegar al fondo de todas las situaciones,
por violentas, desagradables o equívocas que sean, y, finalmente, una firme
inclinación por el dilema ético abordado al modo novelesco. En este sentido,
acaso sea Coetzee el primer novelista de la historia fascinado con el bien, con
la idea y la posibilidad del bien, con la problemática, no exenta de ambigüedad
moral, derivada de ese compromiso decidido con el bien…]
Estamos viviendo una época muy interesante en
este aspecto y este nuevo libro de Coetzee no hace sino contribuir a clarificar
algunas de las cuestiones en juego, además de aportar, como siempre, una dosis
de lucidez intelectual y sensibilidad anímica que también necesitamos para
pensar con acierto. Si debemos redefinir nuestra idea del animal y nuestras relaciones con
los animales es porque debemos también redefinir nuestra idea de lo humano y la
cultura que le ha servido de respaldo durante milenios. No es solo un problema ecológico, científico, zoológico o ético, es mucho más
que eso. Así como los humanos hemos reaprendido a comprender el papel de los
sexos en el mundo social, o la importancia de la infancia, o la significación
de las emociones y no solo del intelecto, como contribución a nuestra
comprensión científica de la naturaleza necesitamos repensar la cuestión
animal. Los humanos necesitamos repensar nuestros deberes hacia los seres con los
que compartimos el mundo desde los orígenes de la vida.
Todas estas cuestiones y argumentos afloran en
la mente del lector mientras lee este admirable libro de Coetzee donde
reaparece uno de los personajes estelares de su literatura. La inefable Elizabeth
Costello, representante inconformista y escandalosa del bien moral, que
protagonizó la gran novela homónima de 2003 y que ha visto, desde entonces,
cómo la cuestión animal se transformaba en motivo prioritario de las
reflexiones políticas que se hacen sobre el tema con pertinencia y perspicacia
crecientes. [A comienzos de este mismo año Errata Naturae publicaba un
estupendo libro (Zoópolis, una revolución
animalista, escrito a dúo por los filósofos canadienses Sue Donaldson y
Will Kymlicka) dedicado a la cuestión de los derechos de los animales que no
tiene desperdicio, suscribamos o no al pie de la letra todas sus tesis y
planteamientos. Y el filósofo alemán Peter Sloterdijk aborda también en su
nuevo libro (¿Qué sucedió en el siglo XX?;
Siruela, 2018) la cuestión del maltrato y el exterminio animal realizado por
los humanos.]
En el cuento final de la serie, “El matadero de
cristal”, cuando afronta ya la presencia de la muerte con nobleza ejemplar, Costello
convence a su hijo John de que revise los documentos que ha escrito en los
últimos años. Entre estos textos existe uno dedicado al filósofo Heidegger y
sus tribulaciones sexuales con Hannah Arendt, su incomprensión del animal y de
la faceta animal que lo anima a copular con la joven estudiante judía sin
entender del todo, como razona Costello, si siente que la superioridad del
animal reside en vivir sin conciencia y la inferioridad del humano en no poder abandonar
la racionalidad y abandonarse del todo a la experiencia del instinto, o
viceversa. Es irónica esta asociación del cuestionamiento del pensamiento humanista
de Heidegger, consumación de una idea limitada o ambigua de lo humano, y la
evocación cruenta del holocausto animal realizado en factorías donde el
criterio productivo y comercial trata a los animales como desechos.
Como se ve, este no es un simple libro de
cuentos. Si presta atención a los signos, quizá el lector repare en que la
única pieza que no tiene como protagonista a una anciana anónima (“El perro”, “Vanidad”)
o a la vieja Costello (“Una mujer que envejece”, “La anciana y los gatos”,
“Mentiras” y “El matadero de cristal”) es el titulado escuetamente “Una
historia”. Y esta historia, desnuda de retórica y de ornamentos, es la historia
de la desnudez radiante de una mujer adulta que está casada y tiene un amante
al que visita con regularidad y con el que experimenta un placer pletórico y
sensual que, sin embargo, no pone en riesgo su matrimonio ni su condición de
madre feliz de una niña. Es un cuento de los que Costello está escribiendo en
esa época crepuscular de su vida, como confiesa a sus hijos en “Una mujer que
envejece” antes de contarles otra historia (in)moral sobre el hombre que usa
los servicios de una joven prostituta para relajarse en la víspera de una
importante entrevista de trabajo y acaba descubriendo que es secretaria en la
empresa que lo contrata y, además, hija de uno de sus compañeros.
Otro aspecto fundamental que
envuelve la recepción de este libro es el rechazo a la idea anglosajona del
mundo que el inglés globalizado está imponiendo como pensamiento único y que
Coetzee ha denostado en innumerables entrevistas. Esta idea del autor, por si
alguien dudaba de la sintonía entre ambos, queda refrendada por las palabras de
Costello cuando recrimina a su hijo por esa manera de pensar que ve la vida “como
una sucesión de problemas que el intelecto debe resolver”.
Como en novelas anteriores, Coetzee juega con el arte literario no ya con la madurez
profesional, sino con la libertad inédita que confiere a todo creador el
reconocimiento universal. Así, “Siete cuentos morales” funciona
como secuela apenas disfrazada de “Elizabeth Costello”: una novela
testamentaria sobre los últimos espasmos de vida de la protagonista, sus
últimos actos de resistencia y sus valientes decisiones finales. Fragmentos narrativos
donde la estética realista se somete a la ética más exigente.
En efecto, Coetzee va siempre hasta el final, de modo implacable. Y como si hiciera una cosa muy sencilla... Es un espécimen de una raza en vías de desaparición. Está bien animar a su lectura. https://antiguoescriba.blogspot.com
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