Es posible
explicar algunas características de Frankenstein a la luz de la vida de su
creadora, Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851). Una vida romántica, con su
lado bohemio y libertino, desde luego, y su lado burgués, por supuesto, pero
una vida terrible sobre la que la sombra de la muerte proyectaba una y otra vez
la misma figura alargada y siniestra, un fantasma compuesto de carne muerta
reanimada con galvanismo blasfemo. No es extraño, por tanto, que Mary, mucho
antes de completar la tragedia de su vida, ya tuviera los componentes
necesarios para engendrar a su horrible criatura. El monstruo sin nombre, o con
el nombre prestado por su creador como una hipoteca simbólica sobre su
tormentosa identidad.
Como las
grandes tragedias griegas, Frankenstein toma la apariencia de una “novela
familiar” (con precursoras resonancias freudianas), una novela que convierte en
motivo sangrante de su escritura los dramas vitales de la maternidad, la
paternidad, el parentesco y la filiación, regados con un espectacular
despliegue de carne y de vísceras palpitantes. Con ello quizá sólo pretendiera
demostrar que la privilegiada hija de dos filósofos ilustrados no tenía por qué
crear su novela con ideales biempensantes y valores progresistas, sino dando
cuerpo monstruoso e insuflando vida maligna a una visión pesimista y en extremo
cruel de la existencia humana.
El
monstruo de Frankenstein representa así, con su gestación patológica, no sólo
el horror de la vida material, sino el horror de cuanto el ser humano, con los
instrumentos de la violencia política o la violencia científica aplicadas a la
transformación de la realidad, pueda producir en nombre del progreso, la explotación
o la racionalidad absoluta. El nuevo génesis de la vida surgido del pudridero
de la carne, como soñaba, ebrio de poder, Victor Frankenstein.
[Mary Shelley, Frankenstein,
o el Moderno Prometeo (Edición anotada para científicos, creadores y
curiosos en general), trad.: José C. Vales (texto) y Vicente Campos (notas y
apéndices), Ariel, 2017, págs. 342]
Nadie hubiera imaginado en 1818 que
la obra anónima que apareció en librerías inglesas bajo el sonoro título de
“Frankenstein, o el moderno Prometeo”, iba a convertirse con el transcurso de
los siglos en una obra mítica. Y nadie lo hubiera imaginado por la sencilla
razón de que la progenie de esta novela, como la llama Mary, su creadora, es
tan monstruosa en sus trazas creativas como lo es la criatura engendrada en un
laboratorio por Victor Frankenstein, encarnación novelesca de la voluntad de
poder de la ciencia y la tecnología. Si Victor es en la ficción el progenitor
masculino de una criatura deforme y abominable, aunque de alma cultivada y
sensible, Mary, su homóloga en la realidad, es una narradora repleta de
imaginación y talento que fue capaz de dar a luz a un nuevo género (la ciencia
ficción) a partir de los restos muertos de un cadáver cultural como la novela
gótica.
Esta edición del libro de Mary, realizada por
egregios estudiosos, tenía la intención inicial de dirigirse por una vez no al
hombre o a la mujer de letras sino a los estudiantes de ciencia y tecnología. Y
por eso mismo la publicó el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) para
celebrar el bicentenario de su primera edición. Pero los editores (David H. Guston,
Ed Finn y Jason Scott Robert) se dieron cuenta, mientras la preparaban, de que
la obra de Mary, como conviene llamar a la autora para resolver los conflictos
de sus apellidos de soltera y de casada, era capaz de rebasar fronteras
cognitivas y permitir una comunicación esencial entre las dos culturas, la
humanista y la científica. Como expresa Charles Robinson, prologuista, gran
especialista en la obra e impecable revisor del texto, “Frankenstein” y las ciencias
humanas y la cultura que hacen posible esta obra “ofrecen una representación
del mundo que es tan válida como el proyecto de un ingeniero”.
Para demostrar esta sugestiva tesis, esta
edición incluye la versión original de la novela que la veinteañera Mary
entregó a los editores y que se publicó de forma anónima en enero de 1818 y un
impresionante aparato de notas elaborado por los editores con la colaboración
activa de una multitud de lectores académicos (profesores y estudiantes de posgrado).
Recuperar esta versión es también una forma de corregir a la autora, que la
revisó con celo para evitar los excesos reprochados por una crítica inepta y
machista. Una experta como Anne K. Mellor, en uno de los mejores ensayos de la documentada
sección final del libro, la reconoce como la transcripción genuina del sueño
que se apoderó de Mary durante la noche del 16 de junio de 1816 en la célebre
Villa Diodati donde “Frankenstein” fue concebido.
Uno de los aspectos más abordados de la novela
es la responsabilidad de la ciencia y la tecnología en el devenir del mundo.
Mary engendra “Frankenstein” en plena revolución industrial, cuando aparecen las
primeras máquinas diseñadas por la mente humana con criterios científicos y
fines utilitarios revolucionando la realidad del siglo y la mentalidad y costumbres de sus
habitantes. Es bajo los efectos perturbadores de tal mutación histórica como se
debe comprender la fuerza incontrolable de la creación de la obra y el impacto
que tuvo desde el principio en la imaginación de sus lectores. Si no fuera por
un arraigado prejuicio misógino, Mary tendría que haber sido reconocida desde
entonces como una de los genios más agudos y precoces de la historia de la
literatura universal. Y, sin embargo, la sombra monstruosa de la obra, como
señalan diversos especialistas en el libro, devoró durante mucho tiempo la frágil
figura de su creadora. Esa joven mujer a la que se retrata en el Prefacio de
los editores “leyendo literatura, filosofía e historia junto a la tumba de su
madre”.
No obstante, Mary tuvo el acierto de crear un
mito que admite múltiples interpretaciones. Una de los más originales y
actuales se refiere al papel de la mujer en el mundo patriarcal y, en especial,
al tema de la procreación y la familia. Como inteligencia ilustrada, Mary era
de un pesimismo extremo y apenas si podía aceptar que existiera una posibilidad
de crear un mundo mejor mientras las mujeres vieran limitadas sus capacidades y
los hombres manifestaran a diario, en cada uno de sus actos y decisiones, una
envidia profunda hacia las cualidades femeninas. Solo por esto, una escritora
de sensibilidad feminista como Virginia Woolf tendría que haber incorporado a
Mary a su panteón de grandes precursoras. Pero esa es otra historia.
Hace poco descubrí que mientras estaba terminando de escribir F., Mary y Percy traducían el Tratado Teológico-Político de Spinoza. Por qué? Porque los fascinaba. Cómo aparece el pensamiento spinozista en la novela? IDK. Es bueno revisarla con otras claves de lectura.
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