[Rafael
Chirbes, El año que nevó en Valencia,
Anagrama, 2017, págs. 48]
Rafael Chirbes moría hace dos años en pleno
éxito literario, siendo el autor más reconocido y prestigioso de la literatura
española coetánea, y con él, como con Juan Goytisolo, moría una idea de la
literatura menos complaciente y una memoria lúcida de la España de los siglos
XX y XXI.
Chirbes murió cuando era considerado el
novelista realista más contundente de este país, tras la publicación de dos
alegatos demoledores contra la corrupción política y moral de la sociedad
española: “Crematorio” y “En la orilla”. Dos obras magnas que convirtieron a
Chirbes en un novelista de referencia para las nuevas generaciones de
escritores, pese a su estilo intransigente, corrosivo y áspero. “En la orilla”
es una novela brutal que hace justicia a la historia moderna de España, como
escribí en mi crítica. Una justicia que ningún tribunal sería capaz de impartir
sin traicionar sus fines. La justicia de la literatura no cree en el cielo de
los sentimientos ni en el infierno de las intenciones, solo en la vileza, la
degeneración y la ceguera moral de hombres y mujeres. Y ni siquiera eso. Solo
en la fuerza del discurso para acabar con los mitos y mentiras que sostienen la
realidad.
Tres meses antes de morir, tras veinte años de
escritura, Chirbes dio por terminada “Paris-Austerlitz”, una hermosa novela
sobre el amor de dos hombres, un joven pintor y un obrero cincuentón,
ambientada en París, con la sombra trágica del sida proyectándose sobre la pasión
de los amantes. “Paris-Austerlitz” se publicó póstumamente como también esta conmovedora
narración de un momento trascendental de la infancia de Chirbes, ocurrido en
torno a 1956. Fue escrita en 2003 y se publica ahora por primera vez.
Sin exagerar, podría decirse que el destino de
Chirbes, como hombre y como escritor, se fraguó ese día rememorado por la prosa
evocadora del narrador cuando su madre viuda decide poner fin a las relaciones
con su tío Antonio e irse de Valencia para acompañar a su nuevo amor, Leonardo,
apodado “el Canario”. En este pequeño relato sobre un micromundo de relaciones
familiares está todo lo que hace de Chirbes un narrador original. Su mirada
paradójica sobre las vidas minúsculas, tan compasiva como descarnada, su poder
para atrapar al vuelo emociones o sensaciones que suponen un vuelco en la
experiencia de los personajes, su distanciamiento verbal que transforma una
peripecia provinciana en un relato universal.
La voz narrativa es la del adulto nostálgico que
recupera la memoria del tiempo perdido, con cierta sensibilidad proustiana,
pero los sentimientos y la perspectiva proceden del niño que fue y ya no es.
Como en el relato “Los muertos” de James Joyce, una fiesta familiar permite al
narrador poner en escena un reducido mundo de relaciones y mentalidades en el
que los dramas y los melodramas posibles permanecen ocultos, o se expresan con
silencios incómodos y gestos equívocos. Para redondear el parentesco joyciano,
Chirbes recrea su historia real en una Valencia cubierta con una nieve irreal que
confiere al sutil relato de los hechos no solo un entorno especial sino una
belleza luminosa.
Como maestro de la narración y profundo
explorador del alma humana, más o menos enferma, Chirbes sabe cómo dotar a su
anécdota íntima de una resonancia poética que trasciende el realismo provinciano
y la autobiografía escueta con imágenes imborrables. Y cierra el relato con el
dolor de la expulsión del paraíso. Eso significa para el niño Chirbes el
abandono del mundo familiar y la orfandad moral. La desconexión de su padre
muerto.
Aunque no sea de este post, lo pongo aquí porque es el último. Se supone que el que va a leer más gente. Eternamente agradecido... e-ter-na-men-te... por su recomendación de "Las memorias de Bras Cubas". Conmoción. "Lo del avaro obsequiando al sobrinillo con pastillas contra el asma" me ha matado, literalmente. Ahora mismo me hallo con Bras. Ja ja ja...
ResponderEliminarPero es que... al jodío del crío ¡le gustaban!. ¡Le gustaban! Por Dior... (como dicen ahora esas veinteañeras con las que a usted y a mí nos gustaría dormir la siesta de vez en cuando).
Favor por favor. "Antídoto contra la melancolía". Piero Meldini. Ediciones Ancora&Delfín. Una novela orgasmonástica. Un diez.
Le dejo, me pongo otra vez con nuestra Lucrecia del alma. ;-)
Amigo Gracq, tomo nota del libro y de sus deseos de veinteañeras ardientes, le pasaré algunos emails y teléfonos, por si tiene tiempo libre y ganas de quemarse en el empeño, a pesar del gélido invierno! Abríguese como Baroja y nunca olvide la bufanda y la boina!...
ResponderEliminar¡Cómo sois los escritores! Lo jodido del caso es que será verdad y el Ferré contará con todo un elenco de veinteañeras sumisas desparramadas a sus pies ajustándole las pantuflas. Y más jodido me resultará aun, que de lo de pasarme los teléfonos ¡naranjas de la China! Me repito (y lo haría cuantas veces hiciera falta para realizarme): ¡cómo son los escritores!. ¡Ja ja ja...!
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