El hombre
es un lobo para la mujer, advertía la madre a Caperucita. Pero una mujer
necesita un lobo a su lado cuando llegue la fría noche. La madre de Caperucita
era una mujer anticuada. La mujer es esa criatura portentosa que se pasa la
vida luchando contra dos bestias feroces. Los imperativos de la biología y las leyes
del patriarcado. Solo por eso, la mujer es un ser más completo e íntegro que su
antagonista sexual. La doble X de sus cromosomas no basta para explicar esa hegemonía
manifiesta. Philip K. Dick creía que la superioridad de las mujeres residía en
su capacidad para soportar el dolor. ¿Y sus increíbles dotes para el placer qué?
Cuando
una mujer ve a Oprah Winfrey alzar la voz en Hollywood contra el despotismo
patriarcal siente una complicidad inmediata con ella y con las demás actrices privilegiadas
que se han rebelado contra los abusos de un poder feudal que favorece al gran macho,
llámese Weinstein o Trump. Pero es un espejismo, otro trampantojo generado con
la misma tecnología con que el cine americano fabrica películas infantilizadas de
consumo mundial. Y no porque no tengan razón, sino porque el sistema de
sumisión que denuncian también las ha expuesto en el escaparate de la fama
mediática, transformándolas en lujosas muñecas de carne que sirven de modelo a
las demás mujeres y de fantasía húmeda a los hombres.
Ya pasó
nuestro tiempo. Los hombres construimos desde la prehistoria un modelo cultural
que nos beneficiaba por terror a las mujeres y a sus poderes terrenales. Y por una
especie de veneración ambigua a lo que representaban en el escenario de la
vida. Creíamos que ellas eran instintivas y emocionales y nosotros racionales y
lógicos. La inteligencia y el rigor eran nuestro patrimonio genético y el
matrimonio nos otorgaba la garantía de mantenerlas controladas en el ámbito
doméstico, hasta que conocíamos a una estratega fatal que arruinaba nuestros
cálculos y pulverizaba nuestras teorías. Ese cuento de hadas también se acabó.
Nada es más insoportable para un hombre moderno que verse obligado a defender
un sexo en bancarrota, con el onanismo bochornoso del cómico Louis C. K. como
confirmación patética. Los hermanos Wachowski se cortan el rabo y se vuelven “transgénero”
pensando que así solucionan el viejo problema de la violación. No es tan fácil.
El rompecabezas masculino está en el cerebro.
En pleno
capitalismo neoliberal, además de atractivas, las mujeres deben ser lobas inteligentes
y emprendedoras. Lo están logrando, sin necesidad de que un club de pijas californianas
o parisinas les enseñe el camino de la libertad sexual. Flaubert decía que la
mujer es la creación más perfecta de la civilización occidental. A estas
alturas, lo mejor que puede hacer esta civilización es ponerse en manos de las
mujeres y a ver qué pasa.
Las mujeres tienen tantos defectos como los hombres. El endiosamiento de la mujer no es mas que la visión del poeta, del hombre enamorado o del hipócrita. En todo caso, la civilización debería ponerse en las manos de las mujeres y los hombres Correctos. Porque la inteligencia, la sensibilidad, la humildad, como también asi el egoísmo, la corrupción y la maldad no son cosas inherentes al genero, sino a cada individuo indistintamente de su sexo.
ResponderEliminarAmigo anónimo, usted, como otros visitantes malévolos del blog, lee de manera demasiado literal, cuando uno escribe al sesgo, con fina ironía y sutil razonamiento, se arriesga a no ser bien comprendido, por los hombres y las mujeres de buena voluntad y también de mala fe. Aprendamos a leer mejor y quizá ya no necesitemos sermonear obviedades...
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