[Theodore
Roszak, Parpadeo, Pálido Fuego, trad.:
José Luis Amores, 2017, págs. 781]
Si el cine no fuera un arte perturbador, altamente
peligroso para el cerebro de los espectadores, no habría sufrido en su historia
tantos controles, censuras y prohibiciones. Si la visión de una película fuera
solo eso, y no el encuentro del cerebro con el poder incontrolable de las
imágenes, una exposición donde las imágenes del inconsciente pueden asaltar la
estabilidad psíquica y emocional del espectador, el cine mayoritario que se
ve en todas las salas no sería tan domesticado e inofensivo, ni estaría
tan vigilado desde sus comienzos. Un cine desprovisto de la fuerza subversiva
que las primeras vanguardias, escritores visionarios como Artaud y los
cineastas experimentales de todo el mundo intuyeron en las posibilidades
creativas del nuevo arte, a pesar de todos los obstáculos que se les imponían
desde instancias económicas y políticas. Es de todo esto de lo que habla al
sesgo esta fascinante novela de Roszak.
“Parpadeo” cuenta la historia de una
investigación realizada por un cinéfilo universitario, Jonathan Gates, para
sacar a la luz, nunca mejor dicho, la filmografía y personalidad artística de Max
Castle, un cineasta ocultista de serie B. Al principio, en la relación entre las
pesquisas de Gates y la obra secreta de Castle, todo es cinefilia sacramental y
hallazgo estético. Primero se revela una técnica especial y luego una visión esotérica
detrás de esa manipulación. La técnica subliminal puede llamarse “parpadeo”,
como la novela, si se entiende por tal la intención de engañar al ojo y
suministrarle en la imagen múltiples planos de significación, unos obvios y otros
aberrantes, para atrapar al cerebro e inducirlo a un estado cercano a la
hipnosis. En ese trance, la mente se deja penetrar por las imágenes pornográficas
del horror y el infierno hasta que el espectador experimenta el desengaño gnóstico
respecto de la vida terrenal.
Desde el principio de los tiempos, como predica
el credo maniqueo, se repite en el mundo la guerra de la luz contra la
oscuridad, el bien contra el mal, la pugna del dios oculto y el malvado
demiurgo por el alma humana. Cuando nace el cine, los sectarios cátaros,
gnósticos y maniqueos encuentran en el poderío fílmico un perfecto aliado para
difundir sus creencias dualistas y anticristianas (la “Gran Herejía”). Este es
el ideario nihilista que encubren los trucos visuales del cine corrosivo de Castle
(y de su repulsivo discípulo Simon Dunkle, el homúnculo albino de los ojos
rosa, un Warhol de la MTV y la televisión hermética del futuro), tal como Gates, su
seguidor más crítico, termina descubriendo en cada uno de sus abigarrados fotogramas.
En el fondo, como dice el cineasta Edgar Ulmer en la carta que clausura el
libro, Castle encarna al director sediento de poder totalitario y deseoso de
utilizar el cine para destruir la realidad.
La originalidad del artefacto literario de
Roszak radica en que el satírico festival de ideas y teorías que satura sus
páginas, como en “El péndulo de Foucault” de Umberto Eco, su modelo más
evidente (no tanto la “V.” de Pynchon, pese a las afinidades ideológicas innegables),
no se transforma en un tratado sesudo sino en una inquietante ficción donde el
autor, sin necesidad de suscribir las sucesivas tesis que hacen progresar la trama
conspirativa hasta sus últimas consecuencias, puede construir un dispositivo novelesco
tan complejo y sofisticado como divertido, cuyo desciframiento último encomienda
con ironía al lector informado.
En este sentido, “Parpadeo” suscita muchas
preguntas. ¿Es un panfleto nietzscheano contra el cine o una reivindicación de
este? ¿Rechaza la alta cultura y encumbra la cultura popular y la contracultura,
o todo lo contrario, describe el ocaso de la cultura elevada y la degradación
de valores del mercado capitalista? ¿Ironiza sobre las represiones del cine
masivo, o diagnostica, como Freud, que la represión es el fundamento de la
cultura creativa? ¿Defiende la ortodoxia religiosa, aunque sea con objeciones,
o postula el triunfo absoluto de la heterodoxia como liberación moral? ¿Ridiculiza
el conocimiento académico, la ciencia y la razón, y sus límites cognitivos, o
demuestra que la mente humana siempre acaba por extraviarse, con credo
religioso o sin él, en un laberinto del que el arte es la salida más productiva?
Paradojas y preguntas retóricas que no agotan la riqueza imaginativa de esta
novela concebida como una anamorfosis.
En “La pantalla demoníaca”, la estudiosa Lotte Eisner
quiso explicar la Alemania de Hitler, como Siegfried Kracauer, a través del
cine expresionista. Como novelista, Roszak aplica la misma lente de penetración
(psico)analítica y el mismo guiño inteligente a la América del siglo XX y, de
paso, a toda la decadente civilización occidental. El cine, como Kubrick mostró
en los planos
finales de “Dr. Strangelove”, es el arte ideal para provocar la catástrofe
del fin del mundo y, al mismo tiempo, admirar como espectáculo las imágenes del
apocalipsis. O reírse de ellas, como de una angustiosa pesadilla…
Geniales los fotogramas de L' hypotèse du tableau volé, la película que me hizo pensar que Raúl Ruiz, como erudito, era superior a Borges.
ResponderEliminarGracias por dar a conocer la obra de este autor.
Gracias a ti, por reconocerlos y celebrarlos, es un guiño que solo los happy few de este planeta pillarían, un gusto siempre celebrar a esta inmensa personalidad de la cultura hispana que fue el gran Raúl, tan desconocido a pesar de todo...
ResponderEliminar