lunes, 20 de febrero de 2017

BOLAÑO ESPECULATIVO


[Roberto Bolaño, El espíritu de la ciencia-ficción, Alfaguara, págs. 224]

Esta curiosa novela merece ser leída por diversas razones. Es verdad que, si no fuera una obra primeriza, podríamos pensar que “El espíritu de la ciencia-ficción” es la novela de un imitador vocacional de Bolaño, un émulo desmañado si se quiere pero fiel al espíritu bolañesco.
Atendiendo a la importancia que la obra concede a la ciencia-ficción diríase que es, más bien, la novela con que un doble cuántico de Bolaño hubiera debutado en un mundo alternativo para generar después una carrera consecuente de autor hispano de novelas especulativas escritas con profusión de metáforas tecnológicas y científicas e imaginación poética para denunciar el impacto destructivo del imperialismo norteamericano en su colonización del planeta Latinoamérica. En cualquier caso, solo por esto ya valdría la pena resolver el galimatías narrativo y jugar a recomponer el puzle con las piezas restantes.
La ciencia-ficción es el género que permite al escritor ajustar las lentes con que va a observar la realidad. Si no las incorpora, el escritor se arriesga a obtener una visión bidimensional y un mapa repleto de tópicos. Cuando las lleva puestas, la ficción entra en curvaturas espaciales y bucles cronológicos que responden a la lógica demente del mundo real. La ciencia-ficción es una metáfora y una tecnología. Una metáfora de la aproximación a la realidad por medio de los poderes científicos de la ficción y una tecnología verbal para plasmarla en mitos y fábulas de alcance universal.
Bolaño sabía esto y no es extraño que en esta novela juvenil ponga en evidencia su relación con ese género que apenas practicó pero que siempre condicionó su mirada de escritor. Por otra parte, uno de los escritores predilectos de Bolaño era el gran Philip K. Dick, a quien se encomendó durante la escritura interminable de la novela y a quien quizá aluda ese polisémico “espíritu” del título bajo el que se acoge la amalgama esquizofrénica que la conforma.
A través de sus dos protagonistas, Bolaño retrata su bicefalia como escritor y lo hace antes de saber con certeza cuál de los dos modelos literarios se impondrá al otro. Si el Remo Morán taciturno frecuentador de talleres de escritura, observador romántico de la realidad mexicana y tímido enamoradizo, o su alter ego y compañero de piso Jan Schrella, lector compulsivo de ciencia-ficción, escritor de fabulosas cartas a sus escritores favoritos del género y amante intrépido.
Bolaño juega a confundir al lector en la última carta escrita a Philip José Farmer, el más utópico y libidinal de los narradores de la nueva ola de ciencia-ficción de los sesenta y setenta, declarando que el nombre de Jan Schrella es un alias de Roberto Bolaño. Con ese gesto, Bolaño señala que él, en realidad, era el otro, Remo, y nunca sería Jan, aunque su excéntrico espíritu le insuflara aliento creativo y vital. Por eso, la novela concluye con el “Manifiesto mexicano” donde Morán hace realidad carnal las provocativas palabras de su cómplice sobre la revolución sexual de la literatura hispana contando su turbio periplo por los baños públicos del DF en la juguetona compañía de su amada Laura.
Y es Remo quizá (y no Jan) quien gana el importante premio literario con que Bolaño satiriza el mundillo de las letras mexicanas del siglo pasado. Y es Remo, además, usando información filtrada por Jan, quien deja caer una bomba devastadora en el mundillo de los tétricos talleres literarios y las mortecinas revistas de poesía al anunciar la noticia de que los videojuegos representan el futuro, así en la cultura como en la realidad. 

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