miércoles, 16 de marzo de 2016

VISIÓN Y CEGUERA


 [Javier Cercas, El punto ciego, Random House, págs. 139]

Escribiendo hace años sobre Anatomía de un instante (2009) en un ensayo sobre las políticas del discurso en la novela española contemporánea llegué a una conclusión crítica que, puesto que Cercas insiste en sostener la opción estética defendida allí, revalido ahora para iniciar la discusión de su nueva obra:

Por decirlo de otro modo: Cercas no estaría dispuesto a poner en peligro el acto de legitimación democrática realizado por su texto con gran éxito permitiendo que el libre juego de la ficción en torno a estos motivos terminara descubriendo aspectos aún más indeseables de la trama golpista y sus múltiples complicidades institucionales. Por tanto, al escribir este libro y no aquella novela hipotética, o, como él mismo diría, al decir que escribió este libro y no aquella novela conjetural, Cercas estaría inscribiendo el discurso de su artefacto dentro de las lindes delimitadas por la historia oficial, sin desviarse un ápice, instalado en el raíl de pensamiento que lo conduce a sostener las tesis menos radicales o desafiantes sobre lo sucedido el 23-F y los días y semanas anteriores y posteriores. Como si intuyera que el uso de la ficción no podría sino desbordar el marco ideológico prescrito por sus investigaciones. Y éste es el límite ético y quizá político que Cercas, como novelista legitimado por su obra anterior, ha impuesto al relato de lo acontecido para normalizarlo y hacerlo parecer más real…Y algunos lectores podemos lamentarlo en parte, por todo lo que supondría. Ante un hecho histórico de similar e incluso mayor gravedad, el asesinato de Kennedy, el novelista Don DeLillo actuó de modo completamente distinto para afrontar el delirio informativo y las manipulaciones interesadas que también envolvían el magnicidio y escribir como respuesta a los desafíos del acontecimiento y las teorías múltiples que lo envolvían una novela tan fascinante y esclarecedora como Libra (1988). Pero DeLillo sabía que los artificios de la ficción, desarrollados al máximo de su potencial desenmascarador, eran los únicos que podían dar cuenta escrupulosa de los artificios de la conspiración real organizada contra Kennedy, y, al mismo tiempo, mostrar en toda su desnudez ficcional el funcionamiento efectivo y los mecanismos del poder y sus diversas agencias de actuación sobre la realidad. Tal vez Cercas no se sintiera capaz de llegar tan lejos, o temiera las consecuencias intelectuales y éticas de tal aventura. Esta decisión del novelista no puede ser ajena a la materia misma de su trabajo, luego es lógico que permita arrojar alguna duda sobre sus condicionantes culturales, sociales, históricos, ideológicos, literarios, etc.

[“Cero a la izquierda”, Mímesis y simulacro, Ensayos sobre la realidad (del Marqués de Sade a David Foster Wallace), pp. 224-226]



     La teoría sirve para todo. Para legitimar una novela fragmentaria, una novela híbrida de ensayo y ficción o un best-seller erudito. La teoría, como demuestra Cercas en este interesante ensayo, es el diálogo que el autor mantiene consigo mismo para entender el designio de su obra. De ese modo, la teoría de cada autor se compone de tantos puntos ciegos como su práctica novelística.
En las cuatro partes de que se compone el libro, sumando un prólogo y un epílogo demasiado explicativos, Cercas acierta al plantear una serie de cuestiones pertinentes en torno a la novela del siglo XXI, pero comete también algunos desaciertos: aborda sin rigor cuestiones estéticas, desenfoca los conceptos y acaba cegándose sobre lo esencial. Me explicaré.
Estamos de acuerdo: la novela genuina viene de Cervantes, quien fundó con “El Quijote” el dominio narrativo de la ironía, la ambigüedad y la incertidumbre, como la novela moderna revalidó en el siglo XX (Joyce, Kafka, Musil). Así lo reivindicó Kundera en “El arte de la novela”, estableciendo las anómalas leyes del género sobre el mismo principio filosófico (la ironía cervantina) que subraya Cercas: la novela debe “formular preguntas, transmitir dudas y presentar problemas y, cuanto más complejas sean las preguntas, más angustiosas las dudas y más arduos e irresolubles los problemas, mucho mejor”.
Hasta aquí nada nuevo, aunque la reiteración de la idea sea beneficiosa en un panorama literario tiranizado por la exigencia lectora de una narrativa accesible. Es obvio que la ambición artística de la novela pasa por cuestionar los presupuestos de la realidad y la mentalidad de los lectores y no por procurarles consuelos morales, sentimentales o ideológicos, como hacen las novelas comprometidas, denigradas por Cercas.
La discrepancia principal estaría, una vez más, en la forma. La forma elegida para comunicar esas preguntas, representar esas dudas o expresar esos problemas, así como en las razones de fondo de la elección de tal forma, los motivos de que el novelista elija una forma más compleja (o caótica, como sugiere la cita de Adorno que abre el libro) en vez de otra más simple. Esa preferencia formal se haría aún más exigente si el novelista se consagra, además, a cuestionar el lenguaje mismo de las preguntas, dudas o problemas, o se interroga sobre su origen cultural, sus límites o su proyección ética. He aquí uno de los puntos ciegos de la argumentación de Cercas.
No es lo mismo, en definitiva, plantear preguntas, dudas o problemas a la manera neobarroca de Gadda, Cabrera Infante, Danilo Kis, Goytisolo o Coover, por mencionar grandes innovadores de la ficción cervantina de la segunda mitad del siglo XX, que mediante estrategias más controladas (realistas, periodísticas o autobiográficas) como Vargas Llosa, Kenzaburo Oé, Coetzee o Carrère, incluidos por Cercas en su canon personal de novelistas afines. Es fácil, en este sentido, como hacen tantos novelistas contemporáneos, españoles o no, llenarse la boca de grandes palabras celebrando el ingenio novelesco de Cervantes, por hábito cultural, cortesía académica o simple conveniencia, y relegarlo en la práctica a los confines más remotos de su galaxia narrativa.


            Olvida Cercas, por otra parte, que la gran invención de Cervantes fue asumida con todas las consecuencias por la narrativa posmoderna de Gaddis, Barth, DeLillo o Pynchon con resultados radicalmente diferentes a las narrativas condescendientes que abarrotan las librerías y pasan hoy por literatura de calidad. En este sentido, su análisis de las dudas dramáticas de David Foster Wallace sobre el papel de la ironía en la cultura actual es una deformación caricaturesca del ideario del novelista norteamericano, ignorando por completo su gran aportación creativa.
El auténtico punto ciego del discurso de Cercas, sin embargo, se localiza en un aspecto mucho más político de la cuestión, que ni siquiera se atreve a abordar. Lo enuncio como pregunta retórica por ser fiel al espíritu inquisitivo del libro: ¿cuál es, de verdad, el lugar de la novela cervantina en una democracia espectacular?... 

5 comentarios:

  1. ¡Ja ja ja!. Los "intelectuales" cada vez pintan menos, la crítica cada vez pinta menos, la crítica seria, no adocenada, no pinta hoy nada, NADA de NADA, en este democracia espectacular, como usted la llama. Y me da la risa, porque ese: de "espectacular", es por hoy el adjetivo en boca de todo el mundo para calificar algo que le parece bueno. Las cosas hoy nos fardonas -¡a tomar por culo el chabolo!- no son guays -¡a tomar por culo Frisco y Miami Vice!- son es-pec-ta-cu-la-res ¡Y que vivan Dabiz Muñoz, los pollos bigoteros de la Gürtel y la madre que los parió a todos juntos!. Espectacular. Cuando lo cierto es que si atendemos -con fidelidad y sin hacer trafullas- a las preferencias los extasiados espectadores del espectáculo parece que lo realmente espectacular son los Juegos del Hambre, Crepúsculo, la Almudena Grandes y pare usted de contar.

    Luego... sí. Es posible. Inopinadamente a mi juicio, entra dentro de lo razonable que "Las Aventuras del Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha" vuelvan a ponerse de moda. ¡Un abrazo, Juan!

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  2. Yo las únicas firmas que admito ya, mi estimado, son las de la abdicación. Las de los reyes sin corona. ¡Qué cosa más naive y más camp! ¿Es usted un rey sin corona, Juan?. Yo sí. Un monarca absoluto aunque más bien poco proclive a la tiranía. Lo contrario de "K" ¿No le habría gustado a usted, en el fondo, haber sido "K"? ¿No estaremos hablando, al fin y a la postre en "Karnaval" de una tentadora autobiografía en clave pirandelliana?

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  3. Te refieres a una inversión pirandelliana, más bien? Autor en busca de personaje? No sé, no sé, demasiado placer y escaso sufrimiento en esa vida regia como para complacer mi melodramático ego pequeñoburgués...

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