[Georges Bataille, Historia
del erotismo, Errata Naturae, trad.: Javier Palacio Tauste, 2015, págs. 205]
Para los que empezamos a leer a
Georges Bataille en los años ochenta, su lectura no planteaba los mismos
desafíos que a lectores de generaciones anteriores. Bataille nos llegaba
depurado de las mixtificaciones militantes en que los años sesenta y setenta lo
habían involucrado. Desde su movilización espuria en pro de una sexualidad
desinhibida y naturalista a la reprobación de cristiano larvado o las exégesis románticas
que lo transfiguraban en sacerdote blasfemo de una nueva religión pagana fundada
en el culto místico a la carne mortal y la desmesura orgiástica.
Al Bataille teórico y ensayista conviene leerlo
desprovisto de cualquier mitificación ideológica y de cualquier proyección íntima
de una culpa fantasmática. Otra cosa quizá es el Bataille novelista o poeta,
más sometido a discusión y mucho más vulnerable a los caprichos de la
subjetividad.
Bataille es uno de los pensadores occidentales
más serios pese a que su pensamiento se consagra a las dimensiones menos
respetables e idealizadas de la vida y la cultura humanas. Es un pensador subversivo
aún hoy, en una era confusa donde el porno convive con el puritanismo, que
acierta a extraernos del dominio aséptico donde la filosofía tradicional vivía
recluida, desde Platón a Heidegger y Sartre, para transformar el acto de pensar
y el discurso verbal que lo acompaña en instrumento de revelación de la parte
maldita y las verdades oscuras que configuran la “totalidad del ser” en que se
integra la humanidad.
El “ser” en el pensamiento impuro de Bataille no
es una emanación de la idea, ni un estado de cosas marcado solo por el signo de
la violencia y la muerte, sino algo más esencial: “la sexualidad y la muerte no
son más que los momentos agudos de una fiesta que la naturaleza celebra con la
multitud inagotable de los seres, pues una y otra tienen el sentido del
despilfarro ilimitado al que procede la naturaleza en contra del deseo de durar
que es lo propio de cada ser”.
Todo gesto en la historia humana, desde los
remotos orígenes de la especie hasta su existencia bajo la modernidad
burocrática y tecnológica del capitalismo, está impregnado de un deseo radical de apartamiento
de la naturaleza (“el origen del hombre se encuentra en su horror ante lo que
considera una naturaleza inmunda”). De ese modo, se instaura un doble régimen
donde el trabajo y los tabúes (enterramientos, incesto, virginidad, pudor)
funcionan como medios de mantener a la celosa madrastra lejos de sus criaturas
más delicadas, y, al mismo tiempo, se reglamenta la necesidad paradójica de
establecer ritos, celebraciones y prácticas periódicas que supongan un regreso limitado
al estado natural, una brecha de comunicación temporal con la animalidad
reprimida, una conjuración festiva de lo que nos repugna y excita en el animal
que también somos.
Un sistema de pensamiento total que establece el
matrimonio como transgresión mínima del orden naturalizado de la familia y el parentesco y la prostitución y la orgía como
transgresión definitiva de unos modos de vida que no pueden amortajarse en el
trabajo sin pagar un precio demasiado elevado ni disipar sus energías en una
fiesta perpetua sin arruinarse para siempre. De esta duplicidad profunda de la
condición humana surgen el lujo, como dispendio ornamental, el erotismo, como
artimaña para torear a la naturaleza sin sucumbir a su poder mortal, y el arte,
manifestación suprema de la licencia del juego opuesta a la economía productiva.
Esta Historia
del erotismo, inédita hasta ahora en español, podría ser considerada un sugerente
anticipo de El erotismo, la obra
magna donde Bataille abordaría ya sin trabas ni balbuceos todas estas
cuestiones fundamentales.