[Pier Paolo Pasolini, Demasiada
libertad sexual os convertirá en terroristas, Errata Naturae, trads.: Paula
Caballero y Miguel Ros, 2014, págs. 187]
Como he
dicho tantas veces y en tantos foros, no quiero ser italiano. Querría ser americano. Naturalmente, sería un americano de la otra
América. ¡Y por fin mi forma de protesta sería
libre! ¡Absoluta, completa,
disparatadamente libre! En Italia hasta
la protesta es conformista. La protesta liberal usa un lenguaje de instituto
que apesta a cadáver, la protesta marxista está completamente preestablecida
como un formulario. En cambio, ¡no hay nada más bello que inventar día a
día el lenguaje de la protesta!
-P. P. P., “Casi un
testamento”-
Para bien y para mal, Pasolini posee una actualidad
crítica intempestiva. En su tiempo fue un intelectual y un artista comprometido
de una nueva clase: un marxista heterodoxo, un miembro disidente de la
izquierda cultural, independiente y singular, irreductible tanto a los dogmas
partidistas como a las consignas del poder institucional. Hasta su asesinato en 1975,
Pasolini cumplió con el papel de anticonformista subversivo con una intransigencia
y honestidad ejemplares. Su lema polémico era “es intolerable ser tolerado”.
Pasolini personificaba la figura carismática, no
exenta de ambigüedad, cuyo poder de denuncia y pensamiento insurgente servían
de revulsivo ideológico a una multitud de lectores y espectadores. Su necesidad
hoy, cuando el intelectual padece la presión insoportable de los medios masivos
y el mercado, no puede ser más acuciante en un contexto donde la perversa alianza
del poder político y el financiero pretende someter a los ciudadanos a un
estado de servidumbre económica definitiva que Pasolini denunció en su momento
como el neofascismo de la sociedad de consumo.
Este magnífico libro de artículos y entrevistas,
con título provocativo, da cuenta de este carácter indómito y de la evolución
dramática de su pensamiento: enfrentado al cambio social en curso, con la
implantación del consumo como cultura dominante de una clase proletaria en fase
de aburguesamiento acelerado, Pasolini anuncia el melancólico final de una
concepción estrechamente política y populista del arte en la que había creído
hasta entonces (siguiendo a su maestro Gramsci) y, en consecuencia, la pretensión de hallar un refugio elitista
donde preservar las herejías intelectuales y artísticas de la corrupción
capitalista. Una antinomia cultural que, en pleno triunfo de la globalización
neoliberal, estaría acendrando aún más sus nocivas contradicciones (“En
realidad, el mundo no mejora nunca. En cambio, eso sí, el mundo puede empeorar”).
Y es que el gran enemigo de Pasolini era el
conformismo, como evidencia este muestrario de “escritos corsarios”: el
conformismo biempensante de la izquierda progresista y los comunistas de salón,
el conformismo católico, el conformismo sexual de los jóvenes, el conformismo literario
y cinematográfico, el conformismo de los homosexuales, el conformismo consumista
de la clase burguesa y el conformismo mimético de las clases populares. Y,
sobre todo, el gran conformismo programático de la televisión, la verdadera bestia
negra del ciudadano Pasolini, esa máquina constructora de visiones vulgares y destructora
de cualquier singularidad ética o estética.
Pasolini se indigna contra la televisión y contra
el modo implacable con que tritura todo lo que se le acerca así sea con la
mejor intención pedagógica, intelectual o artística. Siendo un creador de otra
época, no se puede negar que la invectiva dirigida en estas páginas contra el
medio masivo cuyo fin último es transformar a los espectadores a imagen y
semejanza de “la imagen más estúpida que tienen de sí mismos” se anticipa con
lucidez a los degradantes síntomas de la era Berlusconi-Mediaset.
Especialmente interesantes son sus consideraciones
sobre la educación y la supervivencia crítica de la cultura humanista. Sobre la
primera, sus reproches a la mediocridad de los pedagogos y las demagógicas ideas
que han destruido el sistema educativo se resumen en este juicio incontestable:
“Sin embargo, la inteligencia no es inversamente proporcional al estudio, el
que es inteligente estudia. Lo que se espera es que el profesor, una vez que se
haya dado cuenta de esto, despierte en el alumno la conciencia de la
inteligencia, de la que nacerá el deseo de estudiar”.
Para acabar con una reflexión política de
rabiosa actualidad: “Solo la verdadera democracia puede destruir a la falsa
democracia”.
Brillantísimo, como siempre, Juan Francisco y... excelente objeto de trabajo. Pasolini nunca deja de sorprender, siempre es fresco, nuevo, incómodo... un abrazo fuerte
ResponderEliminarLa obsesión de Pasolini por Mishima, resulta patente en esa fotografía que has pegado.
ResponderEliminarPero él se quedó en el estilo, en la pose; más moral que el japonés (como buen italiano) apela a la tesis ideológica incluso para una cosa tan saludable, y poco sofisticada, como echar un polvo. Too much "Salo".
Bueno, bueno, amigo Gracq, de nuevo por aquí para enredar con sus tesis provocativas. Muy bien, así me gusta.
ResponderEliminarMishima y Pasolini, por muy distintas razones, me parecen escritores admirables. Comparto la lectura crítica del signo suicida a lo Mishima, pero al menos Pasolini, en su homofilia común, no se perdía por el vigor masoca y los temblores musculares bajo el uniforme militar sino por la inefable carnalidad del pueblo más vulgar (pura ornitología de manual, sí, los pajaritos y los pajarracos más a mano…). Y tampoco abrazó una causa abyecta y anacrónica como la de la enclenque emperatriz Mishima. Pasolini luchó apasionado por una idea con aciertos plenos y errores de bulto (llamándose Pedro y Pablo al mismo tiempo su apostolado poseía una bipolaridad fatal desde el origen) pero sin el ingreso en la locura política de Yukio, donde perdería por dos veces la cabeza. En fin, para follar Pasolini no necesitaba mucho más que Mishima, usted o yo mismo. Otra cosa es la pose hierática del intelectual ante la cosa morbosa u obscena, como queda en evidencia en Saló, precisamente…
Hasta pronto.