[Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Sexto Piso, trad.: Antonio Rivero
Taravillo, 2014, págs. 351]
Sí, admito desde el principio que la cuestión tiene su retranca filosófica. Los viajes
de Gulliver serían un clásico infantil en la medida en que, si tomamos en
serio las opiniones del sarcástico autor del libro, la especie humana como tal
no habría salido aún de la infancia y la inmadurez. Es lógico, por
consiguiente, que durante mucho tiempo esta genial novela, una de las grandes
obras canónicas de la cultura occidental, fuera considerada una fantasía especulativa
escrita para entretener el ocio inteligente de los niños (no, ay, de las niñas,
que entretenían su inteligencia con otros libros pensados para discriminar aún más a su sexo).
Decía Savater hace años en uno de sus mejores libros (La infancia recuperada) que solo un malicioso error
de juicio podía haber convertido una de las obras más satíricas y feroces sobre
la condición humana, como esta, en un clásico inofensivo para niños y
adolescentes. La presencia de enanos y gigantes, viajes fantásticos, caballos
parlantes, humanos bestiales y demás portentos de la imaginación más
descabellada predisponían a ello. El escritor dublinés Jonathan Swift pertenece, en opinión de Savater,
a una estirpe literaria singular: los escritores demasiado serios exiliados en
el jardín de la infancia por un mundo adulto que se niega a escuchar sus diatribas
morales o su humor corrosivo. Es, por esto, una acertada iniciativa que Sexto Piso lo edite
ahora, en tiempos de corrección política, con hermosas ilustraciones de Javier Sáez Castán y espléndida traducción
de Antonio Rivero Taravillo.
Siguiendo la estela de una moda
narrativa dieciochesca, el fabuloso libro de Swift simula las trazas de una
crónica de viajes y hay que adentrarse en sus páginas para ir descubriendo con
sorpresa las razones del gran éxito que tuvo en su tiempo. Al principio, todo
parece verosímil y convincente hasta que el narrador falsario comienza a
revelar al lector las claves irónicas de su juego literario. Si Swift creyera
en la veracidad incuestionable de lo que muestra no lo habría escrito en el
ambiguo formato de una novela cómica, reciclando los recursos inagotables de la sátira menipea ya explotados por maestros antiguos como Luciano, Rabelais y Cyrano de Bergerac. Lemuel Gulliver es el cartógrafo imaginario
de una geografía mental que acaba configurando un mapa exacto de la estulticia ideológica
y la maldad humanas.
Decía Swift que la sátira no vale para nada si
el espejo deformante que ponemos delante de la realidad no incluye el rostro caricaturesco
del autor. Este es el caso. El capitán Gulliver, tan necio como indica el juego
de palabras que lo designa, posee en el primer y el segundo viajes (Liliput y
Brobdingnag) la ingenuidad del aventurero lleno de expectativas y curiosidad
por el mundo desconocido, reservando para el tercero (Laputa y otras islas similares)
y, sobre todo, el cuarto (el País de los Houyhnhnms) la misantropía cáustica y
el amargo desengaño vital que algunos asumen como la auténtica actitud del
autor.
Un agudo lector del libro, el gran novelista
alemán Arno Schmidt, resumía así (en su magnífica novela Momentos de la vida de un fauno) el estratégico plan de Los viajes de Gulliver: Primer libro, el
genio torturado por las hormigas; Segundo libro, el horror ante todo lo
orgánico; Tercer libro, contra los filólogos y los tecnócratas, contra las
ciencias puras y aplicadas; y Cuarto libro, la repugnancia categórica que
inspiran a Swift todos los Yahoos, incluido él mismo como moralista del montón.
Sea como sea, este libro sigue planteando uno de
los grandes dilemas de la literatura. ¿Es posible denigrar a tal punto la
condición humana sin apoyarse, como hace el reverendo Swift, en una creencia
reaccionaria en el más allá del cristianismo? La intempestiva contemporaneidad
de la sátira pasaría, más bien, por reactivar su poder crítico contra los
desafueros e iniquidades del mundo real sin propugnar por ello la entelequia
del otro mundo.
La etiqueta "literatura infantil" fue acuñada en el siglo XIX por los burgueses que empezaron a leer en voz alta a los niños. Por ejemplo, los hermanos Grimm cuando se dieron cuenta del asunto tuvieron que modificar todos sus cuentos (que escribieron en su momento sin pensar en los niños). Leídos hoy todos esos cuentos, todas esos libros, como Los hijos del agua, a Carroll y compañía nos damos cuenta de la magnitud de sus oscuras historias. Los viajes de Gulliver como sátira, el libro tal vez haya perdido una parte de su intensidad política original, pero , todavía conserva entre nosotros su potencial corrosivo, un potencial aún más efectivo en la medida en que Swift sitúa el clímax de los relatos en el interior de la nación inglesa. La vehemencia con la que Gulliver rechaza la compañía de sus semejantes para dedicarse por entero a sus caballos es una imagen que permanecerá siempre en la imaginación de sus lectores. Pues es entonces cuando queda claro que no es él el objeto de la sátira. Lo somos nosotros.
ResponderEliminarSigo leyendo a Swift, sobre todo su Una modesta proposición, o más exactamente, Una modesta proposición para evitar que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres, o para el país, y para hacerlos útiles al público.
Si a lo largo de su obra Swift resulta, como es sabido, más complicado en sus posiciones políticas, en este mordaz panfleto lo encontramos en cambio en su vena más feroz.
Y ahora solo me queda decirte que tengas un buen verano,amigo. Yo voy pasando como puedo o como me dejan,con lecturas (debidas a tus recomendaciones)como Le Park (magnífico), Diez de diciembre, del maestro sobre los trabajadores en los parques temáticos George Saunders y otras Payasadas,del siempre genial Kurt Vonnegut.
Fuerte abrazo.
Querido amigo, muchas gracias por tus sabias palabras. estuve ausente del blog y me retrasé en publicarte el excelente comentario. Mis disculpas.
ResponderEliminarDecía Paul Hazard que la verdadera razón por la que los cuentos de hadas y otros relatos infantiles prosperaban en los mundos escandinavos y anglosajones era una discrepancia en cuanto al significado cultural de la infancia: “para los latinos, los niños no han sido nunca otra cosa que futuros hombres; mientras que los nórdicos comprendieron mejor la auténtica verdad: los hombres son sólo niños crecidos”.
Comparto tu gusto por la Modesta proposición y su humor político corrosivo, la Batalla de los Libros tampoco tiene desperdicio. En realidad cuando uno lee a Swift uno lee su mente privilegiada, la cartografía de la realidad que otros son incapaces de trazar con esa nitidez, como solo pasa con los grandes.
Gracias por hacer caso de los comentarios de este blog. Me alegra la complicidad. Buen verano y buenas lecturas.
Un fuerte abrazo.