El primer escándalo de Las relaciones peligrosas (el clásico libertino de Choderlos de Laclos reeditado por RBA este mismo año) reside en eso, precisamente. En aplicar la inteligencia
más aguda a los asuntos menos inteligentes, aquellos que confunden más la
inteligencia con su irracionalidad e inconsciencia. Las cosas del amor y sus
derivados vulgares, los ronroneos del corazón, los maullidos sentimentales, el
arrullo de las pasiones. Suprema sabiduría libertina: “el amor, que nos pintan
como la causa de nuestros placeres, no es, cuando más, sino el pretexto”. Así instruye
la marquesa de Merteuil, ese paradigma de un libertinaje de signo femenino, a
su cómplice venéreo, el vizconde de Valmont, con el que mantiene a lo largo de
la novela una connivencia hecha de admiración personal y rivalidad erótica. Y
luego viene todo lo demás. La sociología, la historia, la religión, la política, la
psicología y hasta el psicoanálisis, si se quiere.
En esta novela insuperable, Laclos comete el
atrevimiento genial de proyectar la lucidez libertina, de una parte, sobre el
libertinaje y los libertinos mismos, desnudando sus imposturas de clase
superior, la vieja sociedad condenada a desaparecer en la historia con su
contingente de valores caducos, sus privilegios y lujos feudales, aún
atractivos y fascinantes. Y, de otra, sobre la nueva sociedad, la que se
perfilaba ya en el horizonte de la revolución burguesa en ciernes. La diabólica
sutileza de los libertinos sobre la comedia social y el
trasfondo sexual del poder, la inteligencia estratégica de su escritura,
repleta de disimulos y simulacros, audacias y fingimientos, sirven a Laclos, en
suma, para iluminar el juego social de su tiempo desde un enfoque original en un
período de grandes cambios. Un enfoque de clase, sin duda, con el conflicto
nuevo en el escenario entre la clase emergente (la burguesía) y la clase en
vías de disipación histórica (la aristocracia), y un enfoque ideológico, por
tanto, con un nuevo mundo de valores (el dominante hoy, desde luego, con todas
sus mutaciones) ocupando el proscenio como reacción a la decrepitud e
inmoralidad del antiguo régimen aún vigente: el sentimiento, el culto a la
naturaleza, la inocencia y la decencia, la mística del amor, la ilusión lírica,
etc., como fachada presentable del culto al dinero y a la propiedad privada, el
comercio y el matrimonio monógamo, el patrimonio y las finanzas, etc.
La condición epistolar de la novela no solo
redunda en la polifonía narrativa, por la cual vemos cómo se construye la trama
al pie de la letra, nunca mejor dicho, desde todos los puntos de vista
implicados, ya sean sujetos u objetos de la seducción, sino que participa
directamente de las acciones de corrupción emprendidas, siendo instrumento de
la voluntad de poder de los libertinos (Valmont y Madame de Merteuil) como de la sumisión y engaño de las supuestas
víctimas de sus maquinaciones (la presidenta de Tourvel, Cécile de Volanges y
el caballero Danceny). Hay una escena memorable en la que se cifra toda la
ironía del mecanismo epistolar con que Laclos urde su equívoca venganza.
Valmont, tras pasar una noche orgiástica con Emilie, una actriz de la Ópera,
emplea el cuerpo desnudo de esta como “pupitre” para escribirle una carta de
amor, sembrada de alusiones mordaces a los carnales instrumentos de su
redacción, a la devota y mojigata viuda de Tourvel, pero se la envía antes a la
Merteuil, cómplice de todas sus licencias y desenfrenos, para divertirla con el
contraste entre el fingido tono de exaltación sentimental del texto de la misiva
y el relato paralelo de las obscenas circunstancias de su escritura.
En este sentido, otra cualidad fatal del
dispositivo novelesco es su ambigüedad, precisamente, y la malicia con que Laclos
calcula, desde el prefacio, los efectos de su recepción para burlar la censura
y engatusar al público, haciéndole creer en las buenas intenciones de esa escabrosa
selección de ciento setenta y cinco cartas cuya procedencia real se declara
pero no se esclarece nunca. Si el bando de los libertinos, ejerciendo el
dominio aparente sobre las situaciones, las estratagemas de seducción y las
apuestas en juego, acaba siendo derrotado por la confabulación de sus enemigos
morales, es no solo una demostración de su debilidad, o de su ocaso manifiesto,
sino también una necesidad narrativa. Sin esa debacle ideológica, la mirada
implacable de Laclos no lograría irradiar ese grado de pesimismo cáustico sobre
cualquier orden social, presente o futuro, comunicando al lector a través del
juego cervantino de la ficción los infundios del naciente ideario racionalista fundado
en la ilusión de progreso.
Querido Francisco, me encanta su blog y soy un fanático de su obra, me parece sugerente y divertida, quizás lo que más me entusiasme sea su especial sentido del humor. Abusando de su generosidad y teniendo en cuenta su buen gusto literario en relación a esta entrada me gustaría preguntarle que novelas y películas que tratan el noble arte de la seducción considera usted mejores o imprescindibles y cual es su personaje seductor preferido en cine y literatura. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, aunque agradecería más aún conocer y reconocer al menos tu nombre.
ResponderEliminarNo soy nada original. Mi personaje de seductor favorito es, sin duda, Don Juan en todas sus versiones conocidas (Tirso, Moliére, Mozart-Da Ponte, etc.) y luego Valmont, entre los clásicos. Y, entre los modernos, personajes de Kundera como Tomás (en La insoportable levedad) o de Roth como David Kepesh y Mickey Sabath. A Don Juan ya le dediqué un post en este blog con motivo de la publicación del libro de Baricco. Puedes verlo aquí: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2013/02/don-juan-explicado-las-ninas.html
Y de los otros, sobre todo Kepesh, puedes encontrar referencias aquí: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2008/10/lecciones-de-placer.html
Y no me olvido de Philippe Sollers, seductor real y de ficción, según la leyenda parisina: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2008/12/quantum-of-sollers.html
Ni de Cabrera Infante, mi fauno favorito: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2008/11/la-siesta-de-un-fauno-tropical.html
Gracias otra vez. Un abrazo.