1. Acabo de ver en salas la maravillosa La vie d´Adèle y estoy enganchado a la
estupenda teleserie Masters of Sex.
Un tema en común que es el tema común de todo el mundo. El sexo. El abrazo de
los cuerpos. El tema más fascinante aún hoy, en esta época de regresiones
vergonzosas, corrección política, libertad devaluada, cursilería rampante y miedo,
mucho miedo a representar/figurar/tratar el sexo. Sin idealismo ni romanticismo.
Un motivo tabú tanto para el ideario puritano (católico, protestante, islamista,
etc.) como para el socialdemócrata o progresista. Kechiche me parece valiente,
en este confuso contexto. Sus escenas sexuales no gustarán a las feministas
dogmáticas ni a las lesbianas livianas ni a los machos emasculados por la culpa
o la frustración (que acusan a otros, con el dedo flácido, de “machistas
camuflados”) ni a los machistas-leninistas, desde luego, pero sí a las mujeres
sin prejuicios y a sus cómplices en el juego libertario del amor. El sexo, sí, los
cuerpos, la carne, la pasión o el deseo, pero sobre todo el placer dado y recibido,
como decía el gran Paul Léautaud. Eso es lo que comparten Adèle y Emma por un
tiempo, con una intensidad extraordinaria, aunque no pueda durar siempre, por
desgracia. Es la ley del deseo. Lo que brilla con tanto fulgor no está destinado
a perdurar. Ni falta que hace. Nada perdura, ni siquiera los valores rocosos
que se intentan imponer por la fuerza de la costumbre, el programa o el credo. No
hay problema con eso. Celebremos, en lo posible, la escandalosa intrascendencia de la vida, la fugacidad de los placeres del cuerpo. Paradise Lust…
2. Hace unas semanas, metidos en un taxi de regreso
del Museo Nacional de Antropología, Rafael Chirbes y yo nos pasmamos, como
Acteón, con las nalgas esculturales de la Diana cazadora que preside con sus curvas
y volúmenes afrancesados (un vago Boucher, un tenue Courbet) la avenida Reforma
de la Ciudad de México. Cada uno de nosotros ensayó, en el breve lapso en que lo
tuvimos a tiro, una reflexión precipitada (toda eyaculación, ay, es precoz) sobre
la fenomenal belleza de ese culo erguido en lo alto del pedestal como un
homenaje de la piedra a la carne pasajera y al turbador enigma encerrado entre tan
mullidos almohadones. Ayer volví a pensar en ello, viendo la secuencia en que
Emma y Adèle visitan el Museo de Roubaix y recorren con la mirada de la cámara la
desnudez dorsal de algunas esculturas femeninas y se admiran con los desnudos pictóricos
antes de entregarse la una a la otra, en cuerpo y alma, con hambre refinada por
una cultura y un arte erótico que han celebrado el misterio de la vida del
cuerpo, la atracción mutua, la posesión carnal. Chirbes me susurra entonces: nadie podrá
decirme nunca que entrar en la intimidad de un cuerpo es un acto como cualquier
otro. Asiento desde el asiento contiguo y, sin embargo, no estoy seguro de que
el verbo adecuado sea entrar. No. Es demasiado masculino. Demasiado prisionero de la veneración al orificio. Emma no entra en
Adèle, ni Adèle en Emma. Es otra cosa. Quizá la piel, el tacto, la fricción, el
roce. O los labios, la boca, la vulva, la lengua, el clítoris. Hace muchos años aprendí la
lección de algunas lesbianas. Es la mejor escuela. La cosa se parecería más a
una cartografía incisiva que a una excavación minera.
3. Y Masters
of Sex, la nueva serie de Showtime sobre los famosos sexólogos Masters
& Johnson (William Masters y Virginia Johnson), por una de esas ironías con
que mi vida urde una segunda trama superpuesta a la primera, me remite a la
obra más jugosa de William Gass (Willie
Masters´ Lonesome Wife; 1968), donde el gran experto en la “vida sexual de
las palabras” (Will Gass) le daba una lección secreta al supuesto experto en la
vida sexual de los individuos y las parejas (Will Masters) y no solo al otro maestro palabrero (Will Shakespeare), como muchos han creído desde su publicación. En la
misma época (finales de los sesenta) en que se hicieron públicos los resultados
de los estudios de Masters & Johnson, Gass contesta a su colega científico de
la Universidad de Washington (St. Louis, Missouri), recordándole que se le ha
olvidado una dimensión fundamental de la experiencia: las relaciones entre el
verbo y la carne, el verbo que se hace carne en la vida y la carne que se hace
verbo profano en la literatura y en la novela, retornando así al origen del bucle
cultural que nos define. Con su diseño original, sus juegos gráficos, tipográficos y pornográficos y sus páginas de colores y tonos replicando
mesetas de excitación, grados de ardor y orgasmos constatados, Willie Masters´ Lonesome Wife plantea la lectura, en un tropo
atrevido, como la posesión por una multitud de hombres y de mujeres del cuerpo desnudo de la solitaria esposa
protagonista. El objeto de deseo de la lectura era tan promiscuo e impuro que Gass,
por precaución, recomendó en vano al editor que incorporara un profiláctico al libro
para evitar que el lector contrajera la “Infección Verbal” ("Verbal Disease"). El mismo Gass, según reconoce, la
habría contraído tiempo atrás leyendo a ciertos maestros inconfesables
(Chaucer, Rabelais, Joyce, entre los más probables). El
verdadero designio del híbrido artefacto (narración paródica y ensayo estético a partes iguales) es
la reivindicación de una literatura tan contaminada de impurezas mundanas como caracterizada
por una dicción deslenguada e irreverente, el “estilo democrático” demandado
por los nuevos tiempos culturales: “Full
of the future, cruel to the past, this time we live in is so much in blood with
possibility and dangerous chance, so mixed with every color, life and death,
the good and bad homogenized like milk in everything we think –new men, new
terrors, and new plans- that Alexander
now regrets his love to drink; Elizabeth, that only Queen, paws for her wig to
seek employment; and the swift Achilles runs against his death to be here. It´s
not the languid pissing prose we´ve got, we need; but poetry, the human muse,
full up, erect and on the charge, impetuous and hot and loud and wild like
Messalina going to the stews, or those damn rockets streaming headstrong into
stars. YOU HAVE FALLEN INTO ART-RETURN TO LIFE”.
La última frase parece dedicada a Adèle, a la
actriz Adèle Exarchopoulos y no solo al personaje que encarna con sensualidad y gracia infinitas. De hecho este post, como homenaje al gran Rohmer, podría
haberse titulado, sin cambiar de orientación sexual, La bouche d´Adèle…
La temporada uno fue bastante buena. Elegante, sutil, inteligente, emotiva, divertida son algunos de los adjetivos que me vienen a la mente cuando pienso en esta serie. Espero que Masters of sex 2 regrese con mayor intensidad.
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